Capítulo 22

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No sabía por qué había dicho eso. Aquellas palabras sonaban tan raras, demasiado similares a algo que pudo haber dicho el antiguo Dante. Aquel que no había perdido su corazón cuando la mujer que amaba había muerto. Aquel que podía reír y bromear, coquetear con una chica. Era tan inesperado.

Y Fernanda le sonrió. Una vez más. Pero diferente. Esta vez, su sonrisa no contenía ni una pizca de burla. Era alegre, vibrante, sincera... era una sonrisa cálida y con un toque de ternura. Casi le llegó al corazón. Si es que hubiera quedado algo del suyo, en algún lugar profundo de su alma parecía que sí. Quién lo diría.

Todo había empezado al verla. Temía y ansiaba aquel encuentro. Después de haberle relatado las dificultades que había tenido y cómo había perdido a Paola, casi esperaba una reacción de compasión e incomodidad. Pero no. Claro que no. ¿Cómo podía haber creído que Fernanda reaccionaría como cualquier otra persona? ¡En absoluto!

Lo trataba con normalidad. Hablaba, reía... ¡bromeaba con él!

Había sido tan refrescante, inesperado y emocionante. No había podido evitar flirtear con ella. Solo un poco. Nada intenso. Más inocente que...

Hasta que, mientras él replicaba, se fijó en sus labios. No pudo evitar que sus ojos viajaran hasta aquellos labios de líneas delicadas y perdió el hilo de todo. La realidad se difuminó y se inclinó hacia ella, más.

Estaban a escasos centímetros cuando el anuncio del inicio de la obra interrumpió el momento. Nunca nada había estado tan a tiempo.

Casi había cometido una locura. Una total y absoluta locura. ¿En qué estaba pensando? No, no estaba pensando. Y así era como comenzaban los problemas.

Todos y cada uno de sus problemas empezaron al dejar que no fuera su cerebro el que tomaba cada decisión calculada. Y no quería volver a caer en ello. No de nuevo. Era imposible que sucediera.

Sí, estaba exagerando. Era normal que se sintiera atraído por una mujer. Cielos, atracción no significaba amor. No significaba nada ya. ¿Verdad?

Que Fernanda fuera la primera mujer que le llamara la atención desde que había perdido a Paola tan solo era algo fortuito, quizás era tiempo.

No de seguir adelante. No de olvidar a Paola. Solo de... algo.

–No lo haré, Dante –musitó Fernanda cuando la obra estaba por terminar–. Besarte –aclaró, ante su confusión–. Puedes respirar.

–Si recuerdo bien, no te pedí que no lo hicieras –contestó, idéntico.

–Cierto. Parecía que me retaste a que lo hiciera. ¿Sabes que es peligroso eso, Dante?

–¿Por qué?

–Porque quizá lo habría hecho.

–Y, ¿no crees que quizá yo quería que lo hicieras?

–Bueno, al parecer no eres tan Sforza. Pensé que ustedes tomaban la iniciativa.

–¿A cuántos Sforza conoces?

–No los suficientes, pues sigo encontrándote solo a ti.

–Eso es porque estás empeñada en conseguir algo mío.

–¿Ah sí? ¿Qué?

–A mi hijo –Dante sonrió cuando Connor dio un paso al frente e hizo una venia–. ¿Estoy equivocado, Fernanda?

–No mucho. Adoro a tu hijo.

–¿Solo a él?

–Tu hermano Cayden tampoco está nada mal.

–Está casado. Con tu amiga.

–No he dicho que lo quiera para mí. Solo que no está mal.

–Bien.

–Bien.

–¿Fernanda?

–¿Sí, Dante?

–¿Y yo?

–¿Tú?

–¿No quieres nada más de mí? ¿Solo a mi hijo?

–Dante, aquí viene Connor –precisó Fernanda y dibujó una sonrisa llena de cariño–. ¡Conn, has estado estupendo!

–¿De verdad? –sonrió ampliamente Connor, con orgullo–. ¿Y a ti, papá? ¿Te ha gustado?

–Mucho –Dante carraspeó, viéndose incómodo–. Lo has hecho bien. Tan bien –añadió y le pasó una mano por el cabello, revolviéndolo. Era imposible que Connor estuviera más feliz de lo que estaba en ese instante. Dante pareció respirar de nuevo, calmado.

–Quiero un muffin –pidió Connor y tomó la mano de Dante–. ¿Podemos, papá?

–Claro que sí, Connor –esperó, sabiendo lo que vendría. Y, cuando Connor invitó a Fernanda, estuvo muy orgulloso de su hijo.

–No sé, Connor. ¿Estás seguro que...?

–Fernanda, ven con nosotros. ¿Verdad, papá?

–Sí. Ven, Fernanda –repitió Dante y clavó su mirada en ella–. ¿No temes estar a nuestro lado, no?

–¿Qué? Yo no... –apretó los labios y añadió en un murmullo–. Dante.

Él se sintió diferente. Nuevamente él. El antiguo él. Guiñó un ojo y los guió hacia la salida, encontrando a Stella y Cayden, con quienes fueron a una cafetería.

–Te ves mortificada –susurró acercándose a Fernanda. Ella puso en blanco los ojos–. ¿Qué?

–¿Lo haces a propósito, verdad Dante? –gruñó y suspiró–. Sabes que ahora no puedo responderte como es debido.

–¿Por qué no?

–Demasiados testigos.

–¿Es eso una propuesta?

–¡Dante Sforza!

–¿Sí o no?

–¿Estás bromeando, cierto?

–¿La verdad? Sí –Dante rió por lo bajo–. Te ves tan diferente así.

–¿Así? ¿Cómo?

–Insegura. Fastidiada. ¿Sorprendida?

–Estoy asombrada. Tú estás... diferente también.

–¿Cómo?

–No lo sé. No eres tú.

–¿Y eso...?

–Me intriga. Quiero saber más de este Dante.

–¿Sí?

–En realidad, voy a confesártelo. Quiero saberlo todo de ti. Seas el que seas. Lo quiero todo.

–Eres muy directa.

–No soy dada a juegos, Dante.

–¿Qué haremos al respecto?

–Lo que cualquier persona haría –Fernanda ladeó el rostro y susurró en su oído–. Tendremos una cita.

Escucha a tu corazón (Sforza #3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora