Capítulo 28

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–¿Estás consciente de que ya no será algo exclusivamente nuestro, cierto Dante? –increpó Fernanda de pronto, haciendo que Dante la mirara extrañado–. Nuestra relación. Si vamos a casarnos, es necesario que lo sepan. Todos –añadió.

–De acuerdo –contestó lentamente–. ¿Quiénes son todos?

–¿Quiénes? ¡Pues todos! –exclamó poniendo en blanco los ojos–. Mi familia, la tuya, nuestras amistades y...

–Eso será fácil –Dante se encogió de hombros–. Yo no tengo a nadie a quién contarle al respecto.

–¿Disculpa? –inquirió con incredulidad.

–Sí. Es decir, no tengo por qué hablar con mis hermanos sobre esto y en cuanto a amistades, no hay nadie que realmente...

–No puedes hablar en serio.

–¿Por qué no?

–¡Son tus hermanos! Tu familia –remarcó–. Claro que querrán saberlo y asistir a la ceremonia. ¿O cómo será esta boda?

–Como tú quieras.

–¿De verdad?

–Sí.

–No suenas entusiasmado.

–No me importa la boda, para serte sincero. Lo único que me interesa es tenerte a mi lado el resto de mis días. El cómo es secundario.

–Dante, Dante, ¿qué haré contigo? –Fernanda lo abrazó–. De acuerdo. Seré yo quien lo organice todo. ¿Feliz?

–Mucho –la rodeó con sus brazos–. Pero si me das un beso estaría absolutamente feliz.

–¿Solo un beso, señor Sforza?

–Para empezar –musitó contra sus labios–. Solo para empezar.

Fernanda sonrió antes de besarlo a conciencia y olvidar lo demás.


***

Reunir a los Sforza había sido todo un reto para Fernanda pero lo había llevado a cabo con éxito. Por supuesto, eso se lo debía a la invaluable ayuda de Christabel y Stella, quienes habían convencido a Giovanna y a Elisa respectivamente. El único de los hermanos Sforza ausente era Kevin, quién había llamado para disculparse por no poder asistir pero las clases en la maestría no se lo permitían.

Con ese único contratiempo, la reunión había derivado en una cena de compromiso y había sido extraordinaria. Fernanda no habría podido estar más feliz de dejar en manos de su futura cuñada y su gran amiga la organización de una de las celebraciones. En verdad, planificar una boda podía ser agotador, a pesar de toda la ayuda que tenía.

Aunque, debía confesarlo, estaba amando cada segundo de aquellos meses. Y no solo porque le gustara organizar eventos, sino porque a pesar de que Dante no se involucrara directamente, sabía que estaba ahí. Siempre estaba pendiente y no dejaba de sorprenderla con visitas inesperadas y pequeños detalles. Era un hombre extraordinario y, en verdad, no podía creer la suerte que había tenido de encontrarlo. De amarlo. Oh sí. Claro que lo amaba. Y, aunque no se lo dijeran con frecuencia, ella sabía que cada vez que lo hacían, tenía un profundo significado. No eran solo dos palabras. Nunca existirían suficientes para expresar lo que Dante Sforza era para ella.

–Gracias –musitó besando la mejilla de Dante. Él la miró, sorprendido–. Por esto –señaló a la casa que estaban dejando– por permitir que tu familia participe.

–No tenía mucha opción, ¿cierto? –gruñó pero un brillo travieso se reflejó en sus ojos. Oh, sí. Dante estaba abriéndose a ella poco a poco, pero de manera decisiva. ¿Él lo notaría?–. ¿Fernanda? ¿En qué piensas?

–En ti. Siempre en ti.

–¿Siempre? –Dante acarició su rostro con suavidad–. Me alegro. Estaba a un paso de volverme loco pensando que solo me sucedía a mí.

–Entonces, ¿también piensas en mí?

–Con frecuencia.

–¿Cuánta?

–Demasiada.

–¿Demasiada? –Fernanda frunció el ceño–. Eso no suena bien.

–Es que no me siento bien al respecto.

–¿No?

–No.

–Dante...

–Me aterra, Fernanda. Estoy absolutamente aterrado.

Fernanda suspiró y rodeó a Dante con sus brazos. Lo sabía. Lo entendía. Él había aprendido a amar con su ex esposa y la había perdido. Eso había hecho que su corazón se cerrara, con aún más fuerza que antes. Sí, él no había tenido una familia amorosa así que no había sabido del amor filial hasta hacía un par de años. Y, sin aquel antecedente, el amor solo había tenido la forma de Paola. Su gran amor.

¿Era posible estar celosa de una mujer muerta? ¿Debía estarlo? ¿O tan solo era un absurdo de su mente?

–¿Fernanda?

–¿Sí, Dante?

–Yo no... no quise decir que fuera algo malo.

–¿Estar aterrado no es algo malo?

–En mi caso, no. Creo que es algo diferente. Sentir. Volver a sentir. No pensé que fuera posible.

–¿Qué quieres decir? –Fernanda esbozó una pequeña sonrisa–. ¿Dante Sforza está enamorado?

–Estoy absolutamente loco por ti.

–Esa admisión me gusta más.

–¿Sí?

–Absolutamente.

–Excelente –Dante la estrechó contra sí–. ¿Fernanda?

–¿Sí, Dante?

–Te amo –soltó antes de besarla con ímpetu. Fernanda le respondió con todo su corazón, pues ya empezaba a acostumbrarse a su impredecible cambio de actitud.

Escucha a tu corazón (Sforza #3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora