Capítulo 36

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–No podías esperar a que hablara, ¿eh? –bromeó Fernanda, deslizando la mano por el pecho de Dante lentamente–. Me extrañabas.

–Por supuesto que sí.

–Ya veo –sonrió. Dante suspiró–. ¿Qué sucede?

–No es que no estuviera interesado en escucharte, pero debes entender, tan solo soy un hombre. ¿Qué esperabas si tú vienes y te acurrucas contra mí, en mi cama, en medio de la noche?

–¿Y si no hubiera sido yo?

–Fernanda, nadie en esta casa se atrevería a hacer lo que tú hiciste.

Ella soltó una carcajada y lo besó levemente.

–Me refería a si fuera otra mujer. ¿Dices que no tendrías la misma reacción?

–No.

–No te creo.

–Solo he amado a dos mujeres en mi vida, Fernanda. No hay más que decir –se encogió de hombros. Ella arqueó una ceja, en la penumbra.

–¿Qué quieres decir?

–Lo que entendiste. Solo tú y Paola. Nadie más, nunca.

–Estás bromeando.

–No.

–Cielos.

–¿Y tú?

–¿Yo? –Fernanda soltó un bufido–. ¿Podemos cambiar de tema? ¿Quizá decirte cuál es la solución a la que he llegado?

–¿Por qué? –Dante frunció el ceño–. Vamos a tener que volver sobre este tema alguna vez.

–Quizá. Pero no hoy –ella sonrió divertida–. Bien, he tenido una idea.

–¿Otra? –su voz tenía un toque de fastidio. Fernanda volvió a besarlo–. Me estás distrayendo.

–No puedo evitarlo. Te extrañé, Dante.

–Menos mal. Empezaba a creer que solo era yo.

–No –Fernanda apoyó la cabeza en su pecho, sobre el corazón de Dante. Soltó un suspiro–. Mío –tomó aire–. Está bien, aquí va, la solución.

–Por favor –musitó, con los labios contra su cabello.

–Yo te amo, Dante –dijo Fernanda, incorporándose, buscando su rostro–. Sí, te amo. Y eso significa que quiero vivir mi vida contigo, realizar mis sueños y anhelos a tu lado. Mis sueños quiero que sean tuyos también, solo que no por obligación. No así. Dante, tú eres un hombre increíble, un novio maravilloso y un padre extraordinario. Quiero que sigas siéndolo... mereces ser tan feliz. Creo que podría ser yo quien...

–Sí, eres mi felicidad. Mi amor.

Fernanda le brindó una brillante sonrisa. Acarició su rostro y lo miró detenidamente. Suspiró una vez más.

–El punto es que no quiero renunciar a mis sueños para que seas feliz. Tampoco sería justo conmigo. Si vamos a construir una vida juntos, vamos a hacerlo bien. Para los dos. Eso significa que tú y yo tendremos que ceder, un poco, quizá más de una vez, pero lo haremos. ¿Cierto?

–Siempre.

–Bien. Yo quiero tener hijos. Tú no. Sí –colocó un dedo sobre sus labios, para silenciarlo–, sé por qué no quieres. Tienes miedo. Lo entiendo. Yo también lo tengo. De tantas cosas... de perdernos, por ejemplo. De no volver a verte. De arruinarlo todo. Sin embargo, sé que hay algo que podemos hacer. Encontrar un punto medio entre mis deseos y tus temores –Fernanda esperó que Dante la mirara para continuar–. Quiero tener hijos, eventualmente. De momento, no y por eso no sería un problema inmediato nuestra diferencia de opiniones. Pero como no podemos esperar para solucionarlo, pues se trata de nuestro futuro, es sencillo. Cuando decidamos tener hijos, lo haremos.

Dante se quedó en silencio, esperando por algo más. Es decir, habían llegado al mismo punto de antes. Fernanda quería hijos, un día. Él no.

–Quise decir, lo intentaremos –enmendó Fernanda–. No sé si resulte. Quizá no. Pero eso ya no dependerá de nosotros, ¿de acuerdo? Lo dejaremos al destino, la vida, el azar... como quieras llamarlo. Solo seremos una pareja más –inspiró hondo, intentando ordenar sus ideas–. Cuando sea la hora, intentaremos tener un hijo. Si lo tenemos, estará bien. Y si no, pues también lo estará. ¿Entiendes? No dependerá ni de ti ni de mí.

–De... acuerdo.

–Dante, hay parejas que nunca tienen hijos. Intentan todo y no los tienen. Yo podría ser una de aquellas mujeres que no... –Fernanda desvió la mirada– no pueden tener hijos. ¿No lo has pensado?

–Fernanda, no hay nada malo en ti. Claro que podremos tener hijos.

–¿Sí? ¿Tú crees?

–Sí –Dante pensó que se había vuelto loco. ¿Ahora él estaba asegurando algo que no podía siquiera contemplar?–. Yo creo que sí podríamos.

–O quizá no –replicó Fernanda con una pequeña sonrisa–. De hecho, mi abuela paterna jamás pudo tener hijos, ¿sabes? Mi padre, en realidad, era sobrino de mi abuelo. Hijo de un primo. Ellos nunca tuvieron hijos pero eso no hizo que fueran infelices ni que se separaran. Y creo firmemente que ese es nuestro caso también. Ya tenemos un hijo. Tenemos a Connor, aunque a mí me gustaría que no fuera hijo único. Pero, si es así como debe ser, por una voluntad superior, que así sea. ¿Tiene sentido?

–No lo sé –Dante la miró confundido–. Déjame pensarlo.

–¿Lo pensarás?

–Lo que has dicho, sí. Estar a tu lado, no. Te quedas aquí. No te irás más, ¿entendido, Fernanda?

–¿Me estás pidiendo que viva contigo?

–Sí. Después de todo, no falta mucho para nuestra boda.

–Eh... te recuerdo que cancelamos todo, Dante. Llevará un largo tiempo reorganizarlo nuevamente.

–No creo.

–¿A qué te refieres? –lo miró, sin entender–. ¿Dante? ¿Hay algo que no me estás diciendo?

–Bueno, yo...

–¿Sí?

–En cuanto a la boda, no se canceló.

–¡¿Qué?! ¿De qué hablas? Yo no seguí... cuando tú y yo...

–Sí, bueno, tú no seguiste... yo sí.

–¿Tú sí?

–Sí. Yo sí –admitió, un poco azorado.

–¿Tú, Dante Sforza, organizaste nuestra boda?

–No. Tú la organizaste. Yo solo la mantuve en marcha mientras regresabas a mi lado.

–¿Y si no regresaba? ¡Cielos, estás loco! –rió Fernanda, feliz.

–Esa no era una opción. No para mí.

–A veces, Dante, siento un escalofrío al pensar en lo que me he metido.

–Demasiado tarde, amor –murmuró Dante, haciéndola descender en la cama poco a poco–. Muy tarde.

Fernanda soltó una carcajada, encantada por la diversión que reflejaban aquellos amados ojos celestes. Ahora podía decir, con toda seguridad, que el amor lo superaba todo.

Sí, había sombras rezagadas en el alma de Dante. Igual que en la suya propia, pero qué más daba. Cada persona llevaba un equipaje emocional y Dante no era la excepción.

Siempre que él la dejara entrar, todo estaría bien.

Escucha a tu corazón (Sforza #3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora