Dante entró en la oficina de Cayden en cuanto terminó la sesión que tenía. Su hermano mayor elevó sus ojos oscuros con sorpresa, señalándole el asiento frente a sí.
–Me dijeron que querías verme. ¿Sucedió algo?
–¿Si sucedió algo? ¿Por qué rayos me enviaste a esa mujer?
–¿A esa mujer? –Cayden arqueó una ceja– ¿qué mujer?
–La que pediste que atendiera.
–Ah, Fernanda. ¿No estás tú atendiendo esa rama de la Corporación?
–Sí, la imagen y publicidad. Pero... ¿por qué?
–Porque pensé que eras tú quién atendía los donativos. ¿Estoy en un error, Dante?
–No –Dante frunció el ceño, contrariado–. ¿Quién es?
–¿A qué te refieres?
Dante cruzó sus brazos con incomodidad. Evidentemente este no era un tema que él querría tratar con nadie, mucho menos con su hermano mayor. Ser un Sforza significaba mantenerse al margen de la vida personal de cualquier otro miembro de la familia.
–¿Dante?
–¿Qué relación tienes con ella?
–¿Perdón? –Cayden entrecerró sus ojos y estudió en silencio a Dante–. ¿Qué quieres decir?
–Tú eres tú y eso significa que no pedirías que atendiera algo de inmediato si no fuera de suma importancia.
–Efectivamente.
–Para los negocios. Importante para los negocios. Ahora, esa mujer requería algo diferente y no tiene sentido.
–¿Qué es lo que no tiene sentido?
–¡Que tú pidas que la atienda con urgencia! A menos que...
–¿A menos que...?
–Que tengas un interés personal.
Cayden curvó la comisura de sus labios y pareció meditar bastante lo que quería decir. Quizá lo mandara al demonio por entrometerse en su vida y realmente no lo culparía. Ni siquiera sabía por qué lo había hecho. Probablemente porque necesitaba una explicación o... tan solo desahogarse con alguien.
–Y... –Cayden se levantó de la silla y se sirvió un vaso de agua– ¿cómo has llegado a esa conclusión?
–¿Qué?
–¿Cómo lo hiciste? ¿Por qué sería la única explicación?
–No lo sé... ¡por eso te pregunto!
–¿Sí?
–Sí.
–Dante, no es que pensara alguna vez que iba a decir esto pero, ¿te gusta Fernanda?
–¡¿Disculpa?! –bramó Dante, incorporándose. Cayden giró a mirarlo.
–No tienes por qué enfadarte. Simplemente lo preguntaba.
–¡Qué capacidad tienes para voltear las cosas a tu antojo!
–Uno de mis tantos talentos, sin duda.
–Uno de los más molestos.
–Dante, si lo que te preguntas es si tengo un interés particular en el asunto, la respuesta es sí.
–¿De verdad? –Dante habría jurado que su hermano adoraba a su esposa. ¡Rayos!
–Sí. No obstante, si te refieres a un interés particular en Fernanda, no. Quiero ayudarla porque me lo ha pedido Stella.
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Escucha a tu corazón (Sforza #3)
RomanceLa pérdida del amor había convencido a Dante Sforza que su vida no tenía el menor sentido. Aquello de que era mejor amar y haber perdido, que nunca haber amado, debía ser una clase de retorcida broma. Tenía que serlo. Quien lo había dicho, no había...