Uno

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—¡Mamá!—la llamé con desesperación al no encontrar mi computador, ella llegó rápidamente a mi habitación, se notaba un poco agitada—¿sabes donde dejé el computador?

—No sé hija, lo guardé por ahí...—señaló con el dedo el viejo armario, estaba un poco desteñido y estaba segura que pronto se iba a caer. Me fijé en su rostro, tenía una nueva mancha morada, no dije nada, no había nada más que hablar sobre ese tema, no me quedaba nada más que evitarlo.

Al darme cuenta que el computador no estaba ahí, las ganas de llorar me invadieron. Había trabajado día y noche para poder conseguirlo, junté mi propio dinero para hacerlo y me da mucha rabia saber que lo vendió para costear sus vicios.

—Tranquila, mi amor—se sentó en la cama y comenzó a acariciar mi cabello.

—Mamá, ahí tenía la información sobre el tema de la entrevista de trabajo... no recuerdo a qué hora era.

—Era a las diez de la mañana, la dirección te la guarde en el baúl—asentí y la busqué donde ella dijo, efectivamente estaba ahí—debes arreglarte ya que es tarde, te daré algo de dinero para que vayas en taxi.

—No es necesario, mamá—ella negó rápidamente.

—Claro que lo es, estoy segura que te irá bien—salió de la habitación. Sé que si me irá bien, he oído a muchas personas que dicen que es fácil trabajar de niñera o algo así, aunque en el anuncio decía que necesitaban a una mujer multiuso. Pero mi mamá no sabía que solo era por un mes, tenía miedo decepcionarla después.

Solté un suspiro y lágrimas se resbalaron por mi mejilla. Odiaba esto, detestaba tener que vivir lo mismo todos los días. Son cosas materiales, pero las compré con mucho esfuerzo y en realidad era una herramienta que me servía mucho, tenía demasiados informes y podía estudiar en el.

Me vestí de manera semi formal, de acorde a una entrevista de trabajo no tan seria.

Salí de mi habitación rogando que mi papá no esté ahí, lo que menos quería era verlo.

—Ya me voy, mamá...—avisé.

—Toda la suerte del mundo mi niñita linda—apretó mis mejillas luego tomó mis manos y me dejó dinero ahí.

—Te lo devolveré a mi primer sueldo—sonreí—te lo prometo.

Me alejé completamente de mi casa y comencé a caminar a la avenida, ahí podría tomar el taxi más fácil. No tardó mucho cuando uno apareció frente a mi, le di la dirección y él me llevó.

Se estacionó frente a una enorme casa y no, no era una casa si no que una enorme mansión. Le di la plata, me entregó el vuelto y me preparé para tocar el timbre.

Suspiré al sentir unos pasos hacia la puerta. Una mujer ya de edad se posicionó frente a mi.

—Hola, ¿viene a vender algo?—negué con la cabeza.

—Soy Julieta, vengo por el trabajo—estiré mi mano, ella la tomó a penas.

—Bien, pasa—se corrió y pasé no sin antes pronunciar permiso.

El living era gigante, unos sillones preciosos y la casa era demasiado espaciosa, cuánto me gustaría que mi casa fuese así. El sonido de unos tacones resonar en el piso me hicieron dejar de pensar. Elevé mi vista, una mujer alta, rubia, flaca y muy fina me miraba de pies a cabeza, y no se una forma muy agradable.

—¿Tú eres?—elevó una ceja. Me miró con desprecio y eso de alguna manera me hizo sentir mal. Su acento era brasileño.

—Soy Julieta, vengo por el trabajo...—repetí. Ella asintió y caminó por donde había llegado anteriormente. Miré hacia los sillones y me debatí si debía sentarme o quedarme parada, preferí permanecer como estaba. Miré hacia abajo y me encontré con unas zapatillas que creo que deben valer más de doscientos mil pesos, éstas estaban decoradas con brillos y cosas así.

Más que mi jefe || Eduardo Vargas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora