Veintiuno

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—¿Y cómo sabes?—pregunté luego de unos segundos mirándolo fijamente—¿Quién te lo dijo?

—Oye, todos saben que la Dani está con el Nico—rodó los ojos—ella jura que nadie se da cuenta.

—¿Y cómo te sientes con respecto a eso?—pregunté.

—Juli, a mi me gustaría que ella fuera feliz—se encogió de hombros—ojalá le funcione nomás.

—¿Y la Anto?

Se volvió a encoger de hombros y lo abracé.

—Por eso no puedo terminar con ella, me da pánico que se lleve a la Anto po...

Lo estuve abrazando por un largo rato y le hice cariño en el pelo hasta que estuvo un poco más relajado, ya casi se estaba quedando dormido en mi pecho cuando la Anto comenzó a llorar, el Eduardo se paró y la tomó en brazos. El teléfono de la casa comenzó a sonar y se dirigió a contestar.

—¿Hola?—habló—Bueno... ¿No llegas hoy? Esta bien, nos vemos.

Cortó el teléfono y me miró con una sonrisa en el rostro, pero se le quitó cuando tocaron el timbre, esta vez me paré yo a abrir la puerta y me llevé con la sorpresa de encontrarme a un Charles Aránguiz completamente vestido de negro.

—¿Están listos?—preguntó con el ceño fruncido.

—¿Listos para que?—pregunté.

—¿Y no que íbamos a ir a la casa del otro weon?

Me encogí de hombros y lo dejé pasar a la casa, de alguna manera me parecía chistoso verlo vestido entero de negro y más cuando se puso el pasamontañas del mismo color, se me hacía familiar cuando Homero y Marge invadieron la casa de una jueza. Me empecé a reír sola y los presentes me miraron raro.

—Sácate esa wea amigo—le dijo el Edu entre risas, el Charles obedeció y luego dirigió su vista hacia mi—¿Quieres ir?

Me encogí de hombros, una parte de mi me pedía ir y encararlo, pero la otra me decía que no lo hiciera, que terminaría dañada... No sabía, en verdad no sabía.

—¿Cómo has estado Julietita?—el Charles pasó un brazo por mis hombros y después me dio un beso en la mejilla.

—Bien, Charles—susurré.

Los chiquillos se habían hecho una pizza y me había dado un poco de asco la mezcla de olores que había ahí, así que me fui al segundo piso, mudé a la Anto y luego de ver Pucca un rato decidí que lo mejor sería hacerla dormir.

«¿Cómo iba a poder arrancar? Si tenía brazos y piernas amarradas, si estaba en medio de un bosque mientras él disfrutaba ver como me retorcía de los dolores en la entrepierna y de mis breves lapsos de ahogamiento debido a la sangre que salía de mis fosas nasales. Él se estaba riendo, ya había conseguido lo que quería... Eduardo no mostraba ni un signo de arrepentimiento.»

Abrí los ojos de inmediato, mi respiración estaba acelerada y el sudor corría por mi cara. No podía ver nada, pero eso cambió cuando la puerta se abrió abruptamente dejándome ver el cuerpo de Eduardo, no hice nada más que apretar las sábanas e intentar alejarme de él.

—¿Qué pasó?—preguntó, su mano se dirigió a mi cara y en un acto de inercia me encogí.

—¡Vete!—grité. Escondí mi cara entre las manos y sin más comencé a llorar.

Eduardo se quedó en silencio a mi lado, no decía nada, pero de alguna forma tenerlo cerca me hacía sentir un poco más relajada. ¿Y si era una advertencia? No sabía, pero ahora no podía dejar de pensar en lo mismo todo el rato.

Más que mi jefe || Eduardo Vargas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora