Dieciséis

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Nuevamente me estaba besando con el Edu, con mucha más intensidad que ayer mismo pero ahora sin tiempo que nos indique cuánto podríamos estar juntos. Podría decir y admitir que me gustaba mucho estar a su lado, que me encantaba lo cariñoso que podía llegar a ser, pero no negaba que me daba mucho miedo, no quería cagarla toda y que le pase lo mismo que al Charles.

—Estoy demasiado confundida—le confesé. Él me miró con el ceño fruncido—fue como muy rápido...

—Lo sé—asintió con la cabeza y me dio un pequeño beso en la nariz.

—¿Y si la Dani nos descubre?

—Ya sabe todo lo qué pasó anoche y no le importó...

—Pero es que me da mucho miedo que le pase lo mismo que al Charles, es decir, que terminen y ella se lleve a la Anto.

—¿Y tú crees que se haría cargo de la Anto?—asentí con la cabeza—Juli, yo tengo que hacerle todo a mi hija y ella no se preocupa en nada.

—De igual forma me da miedo.

Se paró del sillón y caminó hasta la cocina.

—¡Juli!—gritó y caminé hasta donde estaba él—¿Ayúdame a cocinar?

Asentí con la cabeza y me puse atrás de él, en un segundo se dio vuelta a mirarme.

—¿Qué quieres comer?—pasó sus manos por mi cintura y escondió su cabeza en mi cuello—lo que sea, cualquier cosita rica...

No tenía hambre, no quería comer pero igual me daba mucho miedo que me llegase a pasar otra cosa, ósea el desmayo fue horrible porque aún ando mareada y débil, pero podría permitirme comer algo poco, alguna ensalada y un vasito de agua o algo por el estilo.

—¿Y si comimos una carnesita con papitas mayo?

Si poníamos a contar todo, la carne tenía casi ciento cincuenta y las papas mayo como cuatrocientas veinte, eran más de quinientas calorías y no me podía permitir tanto en realidad, si no después tendría que estar como tonta varios días más sin tomar siquiera agua, pero la idea me estaba llamando mucho la atención, ¿Por qué soy así?

—¿Qué dices?—asentí con la cabeza y él me besó en la frente.

Lo ayudé un poco cociendo las papas y luego mezclándolas con mayo, pero más que eso no hice porque me sentía un poco mal, estaba un tanto mareada y el piso se me estaba moviendo brijido.

—¿Estay bien?—preguntó el Eduardo. Asentí con la cabeza y me sostuvo del brazo cuando otro mareo me atacó—Julieta.

—Si, si es por la anemia nomás—le di una sonrisa y él me acercó una silla para que pudiera sentarme.

—Por eso mismo hay que comer mucha carne—me puso el plato al frente mío y luego colocó el de él al lado.

Se paró y abrió el refri, en esa misma acción sacó una botella con un jugo de color extraño, era como rojo y naranjo.

—Mi mamá siempre tomaba este jugo—sirvió en un vasito—es de beterraga y zanahoria, ayuda demasiado con eso de la anemia.

—Gracias por preocuparte tanto por mi—susurré. Puso una mano en mi pierna y la tomé.

La carne le había quedado exquisita, me la había comido toda pero después me sentía horrible de mal, tenía muchas ganas de vomitar y lo hice sin que Eduardo se diera cuenta, igual que asco que me tenga que ver vomitando. Decidí marcarle a mi mamá.

Hola, hija.

Hola mami, ¿Qué tal estás?—pregunté.

Bien, por el momento.

—¿Pero estos días estuviste bien?

—Si hija, solo mareos pero nada mal.

—Que bueno mami, te extraño mucho.

—Julietita, vi unas fotos feicebuck—me reí, porque aunque le hubiera enseñado mil veces que no se pronunciaba así, ella seguía diciéndole de la misma manera—que salías en un autito con el jugador ese, Eduardo Vargas.

—Si mami, ¿Qué tiene?

—Es buen mozo el chiquillo, ya mi niña hablamos otro día.

—Chao, mamita.

Me reí cuando el teléfono me indicó que había terminado la llamada. ¿De verdad habían fotos en Facebook? ¿De verdad ese día nos habían sacado fotos? Era confuso si, hasta me daba miedo.

El día se nos pasó demasiado lento, ahora estábamos con el Eduardo y la Antonella en la pieza de él, mi jefe estaba dándole leche y yo solo miraba la escena, me parecía tierno en verdad. Suspiré y me recosté en la cama dándole la manito a la Anto.

—¿Qué pasará cuando llegue Daniela?

—No sé.

Me senté a un lado de Eduardo y comencé a hacerle cariño en la cabeza a la Anto, ya estaba casi quedándose dormida de nuevo y me encantaba verla así, era demasiado linda pues era idéntica a la brasileña.

—Juli, yo quiero estar contigo—suspiró—te juro que quiero...

—Sé que será difícil separarse de ella—le contesté aún acariciando el pelo de su hija—no quiero que todo termine mal, yo puedo esperar.

Lo volví a abrazar y me quedé dormida en sus brazos.

<<Cuando me tenia en el piso, al lado de mi mamá, estuvo a punto de bajarme los pantalones. Afortunadamente el Bastian justo había llegado, había golpeado a mi papá justo en la espalda, había caído sobre mi. La mezcla de sudor y lágrimas se resbalaba por mis mejillas y entonces lo quitó de arriba.>>

—Juli—desperté con el corazón demasiado acelerado y me estaba constando un tanto respirar—¿De nuevo?

Asentí con la cabeza y abrí los ojos, aún seguía en la posición que me había quedado dormida. Eduardo se sentó en la cama y luego me tomó en brazos, estaba sentada en sus piernas y mi cabeza la mantenía escondida en su cuello. Las lágrimas caían sin parar.

—Tranquilita, Juli—murmuró haciéndome cariño en el pelo—yo estoy aquí contigo, siempre lo estaré.

—¡No!—grité y él se sobresaltó—No puedo, no puedo con esto...

Solo se limitó a abrazarme y a decirme que todo estaría bien, que todo iba a pasar pero no le creí. ¿Cómo se terminaría esto? Ya no podía más conmigo misma, ya ni siquiera lograba  mírame al espejo sin sentir asco. Me odiaba, me detestaba y me hacía sentir como la mierda pensando en todas las cosas, controlándome las comidas y castigándome cada día más mirándome al espejo.

No pude más y solo exploté en llanto, pensando si en realidad esto era más grave o solo un capricho que tenía con ser perfecta. Solo sabía que estaba volviéndome loca, que esto cada día estaba consumiéndome más aunque hubieron muchas veces que me negué a admitirlo.

—Necesito ayuda, Eduardo—le susurré.

Más que mi jefe || Eduardo Vargas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora