Prólogo

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Voy a presentarme:

Me llamo Alice.

Soy una chica normal, ni muy alta ni muy baja, delgadita pero sin llegar a estar en los huesos. En definitiva, la típica chica en la que nadie se fija y siempre pasa desapercibida. Soy pelirroja, ojos color miel, un poco tímida con la gente que no conozco, pero muy atrevida cuando cojo confianza. Me encanta la música, sobretodo Malú y Pablo Alborán. También me gusta leer novelas románticas... en fin, lo típico.

Tengo 18 años y, solo he sentido esa cosa a la que llaman ''amor'' tres veces en mi vida, no soy una chica que se enamora al momento. La verdad, es que, hasta hace poco, no me gustaba sentir este sentimiento, pero eso dejémoslo para más tarde.

Ahora os presento a mi chico ideal:

Se llama Javier. Es alto, de complexión normal, ojos marrones, con una mirada que se te mete dentro y llega a intimidar, pelo oscuro con alguna cana y es que... sí, es mayor que yo. Tiene 38 años.

Lo sé, diréis que estoy loca, enamorada de un hombre 20 años mayor que yo, pero... la edad no me importa, lo que me importa es su forma de ser, y la verdad, me encanta. Es tan cariñoso y amable... en fin, te hace sentir querida. Aunque, cuando hablo con él, simplemente es una relación que no sé si se le podría llamar amistad. En realidad, es profesional, pero, el roce hace el cariño, y hemos hablado tantas veces, que se podría decir, que un poco de cariño hay, pero, no de la forma que me gustaría, por desgracia...

Y os preguntareis cómo puede ser que me haya enamorado de esa persona, pues bien, os lo voy a explicar:

Todo empezó cuando yo iba a clase y él, era mi profesor. Sí, ¡mi profesor! En ese entonces, yo no sentía nada por él. Tendría unos 13 años, y por entonces no me fijaba en los profesores, en realidad, no me fijaba en nadie, pero, desde entonces tuve muy buena relación con él. La verdad, es que era muy buena alumna: siempre que mandaba tareas para casa, las hacía, cuando preguntaba cosas, era la única que respondía. En definitiva, era la típica niña buena que presta atención a clases para sacar buenas notas en la típica clase que no sirve para nada, y es que, era una clase de esas que están ahí para perder el tiempo.

Fueron pasando los años y yo seguía igual, hasta que llegué al último curso, cuarto. Ese curso, fue el peor, no era yo. Habían ocurrido cosas en mi vida que me habían hecho cambiar y bastante. Ya no era esa niña que solo se preocupaba por sacar buenas notas y tenerlo todo perfecto. En verano, ocurrió una cosa que no lleve bien, y estaba algo depresiva. Gracias a ese profesor, conseguí animarme un poco.

Él era quien cada semana venía una hora y me ayudaba a salir del pozo en el que había caído, fue la única persona que me vio llorar, que escuchó toda la historia, que conoció como me había sentido con todo lo que me pasó. Era el único que sabía toda la verdad, no había contado mis sentimientos sobre el tema a nadie, ni siquiera a mis padres. Por eso estaba así, pero no podía contárselo a nadie, porque, sabía que se preocuparían, y no quería que eso pasase, ya tenían suficiente con sus cosas como para preocuparse también por las mías.

Con él, no me importaba, porque su trabajo consistía en eso, y la verdad, es que, con él tenía bastante confianza y no me costaba mucho hablar. En esos, tiempos al estar así, no me fijaba tampoco en él de la forma que ahora lo hago. Pero bueno, aún tengo que contaros muchas cosas.

 La cuestión, es que fue pasando el tiempo y a principios del nuevo curso aún continuaba viéndole. Ahí ya me iba fijando e iba viendo que no estaba mal. Era guapo y, bueno, cada vez, ese sentimiento fue creciendo. Hasta el punto, que en segundo de bachillerato, cuando se iban acercando las navidades, empezaba a extrañarlo y cuando hablábamos, me ponía nerviosa. No sabía por qué, él era el mismo y yo, también, no sabía qué había cambiado. Mejor dicho, no quería admitirlo... estaba empezando a sentir cosas, pero no llegué a admitirlo hasta casi finales del primer trimestre, y, sí, ¡me había enamorado de mi profesor! Cualquier persona normal se sentiría extraña por esto, pero yo, no. Al contrario, me sentía feliz, me encantaba estar con él y hablar. Siempre que me lo encontraba por los pasillos me saludaba y me lanzaba una sonrisa. En esos momentos era la chica más feliz de todo el edificio. Cuando pasaba por mi lado y me acariciaba a modo de saludo, me derretía, y cuando lo veía o me hablaba, empezaba a temblar como un flan. La verdad, es que me encantaba esa sensación, era la primera vez en mi vida que admitía y aceptaba estar enamorada. Y es que, las dos veces anteriores, no me había hecho ni pizca de gracia.

Vida de ensueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora