I La perla Negra

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Atenea caminaba de un lado a otro en su grande habitación. Se había levantado mucho más temprano de lo que normalmente hacia. No tenía sentido seguir dando vueltas en la cama si igual sabia que no podría volver a conciliar el sueño.

Había algo que la molestaba pero no sabia como darle nombre a ese sentimiento. Su padre aun no habia vuelto de una  de sus muchas expediciones, sin embargo eso no era lo que la mantenía despierta  ya que el siempre se tardaba más de lo especulado, lo cual no era raro.

Su casa estaba tan cerca del mar que se podría decir que el jardín daba con la playa. Con rapidez se dirigió a su ventana y la abrió completamente. Desde el tercer piso de la mansión la vista era hermosa, la luna estaba llena y el mar se extendía con toda su belleza hasta el horizonte.

Espera... Eso era! El mar! No había escuchado su sonido característico que siempre la mecía en sus sueños. El mar se encontraba callado, extremadamente callado, incluso las olas espumosas que siempre rompían en la orilla estaban  ausentes.  Con un suspiro se apoyo en su ventana y deseo con todo su corazón poder bailar en la orilla de la playa. Una Brisa salada la hizo estremecerse en su fino camisón blanco y se pregunto que pensaría la gente si la vieran allí parada en la ventana mirando al océano con tanta añorancia.

Hubo un tiempo en donde de pequeña zarpaba con su padre en sus primeros años como misionero, los recuerdos son vagos pero persistentes

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Hubo un tiempo en donde de pequeña zarpaba con su padre en sus primeros años como misionero, los recuerdos son vagos pero persistentes. Recordaba ver a su padre tan feliz que incluso empezaba a cantar una canción marinera y relataba historias de piratas legendarios y criaturas horribles que vivián en la profundidad del océano. Historias no aptas para niñas de seis años, pero Atenea nunca tuvo miedo de esas historias, al contrario, vivía siempre pidiendo nuevos relatos de esas increíbles hazañas realizadas por esos rufianes sin corazón.

Pero entonces todo se vino abajo.

Su madre no había sido mujer para el mar, pero amaba a mi padre como ninguna otra y lo acompañaba siempre en sus aventuras hasta que ella enfermo en unos de los viajes y murió a las semanas,  justo dos días antes de la llegada al puerto. Su padre se hecho la culpa por no poder llegar a tiempo y pedir un doctor y después no permitió que Atenea viajara mas con el. Compro una casa en ese mismo puerto, la lleno de sirvientes y tutores y dejo a su hija bajo su cuidado y no volvió sino después de dos años. Y cuando lo hizo volvió distinto. Habia desaparecido ese brillo en su mirada.

Sacudiendo la cabeza volvió al presente y se despego de la ventana para luego agarrar un vestido que ella misma había diseñado. Paso las manos por el encaje negro de las mangas y sonrió.

Uno de sus hobbys había sido diseñar su propia ropa desde que era pequeña. Sus tutores siempre se escandalizaban porque su ropa siempre resaltaba entre todas esas faldas abultadas y corsets ajustados. Le encantaba ver a los habitantes del puerto mirarla raro pero sabia que detrás de los ojos juzgadores se encontraba cierta admiración por parte de la audiencia masculina, porque Atenea era excéntrica si, pero muy hermosa , con mucha mas elegancia que las duquesas, inocente pero también con una pisca salvaje que la hacia una imán para los hombres. Atenea sabia muy bien que ellos siempre estaban pendiente de su moda porque ella siempre vestía mucho mas atrevida que cualquier dama de la nobleza sin embargo nunca se sobrepasaban por miedo a su padre y ella jamas coqueteaba con los hombres por lo cual jamas podían decir que ella era una fulana. Eso despertaba la curiosidad del puerto siendo Atenea el centro de susurros y especulaciones. Pero eso a ella no le importaba.

Gracias a que su padre rara vez se quedaba en casa y siempre estaba trabajando los hizo inmensamente rico, su fortuna no podía ni compararse a la de los generales de alto rango. Era muy respetado por la gente del puerto pero jamas considerado como nobleza. Su padre tampoco quiso involucrarla con esa gente, pero Atenea ya era una mujer y las pocas veces que ella salia al mercado siempre había mas de un caballero tratando de conquistarla, sin embargo ella no había sentido ni la mas mínima chispa hacia ellos.

Con rapidez peino su cabello y lo dejo que callera suelto por su espalda. Con mucho sigilo y rapidez antes de que la señora Dalia se parara y se diera cuenta de sus intenciones salio por la puerta de la casa quitándose sus zapatillas negras y hundiendo sus pies en la arena, dejando escapar un suspiro de felicidad. Luego de unos segundos empezó a caminar por la playa descalza con rumbo al mercado.

La luz del sol ya se empezaba a asomar, y los primeros sonidos del mercado ya se escuchaban a lo lejos.  Este no era la primera vez que tomaba esta ruta pero tenia tiempo que no lo hacia y ahora recordó porque antes la tomaba siempre que podía. Cuando los carros de los comerciantes empezaron a aparecer en su visión sonrío porque sabia que en el momento en que fuera visible empezarían los rumores. Ella jamas aparecía en el mercado sola, siempre con Dalia. Pero hoy se sentía con ganas de desobedecer. 

Quería con tantas ganas sentir la libertad, porque aunque su padre estuviera ausente, siempre tenia algo que hacer. Sus tutores, no la dejaban que se perdiera sus clases. Desde pequeña había sido educada por los mejores y sin duda bien pagados por su padre. Pero Atenea había sido siempre muy inteligente y dominaba todo con mucha rapidez, haciendo que su padre tuviera que buscar diferentes profesores en diferentes sitios y cuando ya lo dominaba el tutor se iba para dar paso a otros. Y así fue como domino fluidamente el francés, el ingles, italiano y portugués y cuando ya no habían mas tutores para los idiomas, empezó a estudiar botánica con la ayuda de un curandero, luego comenzó con el comercio y el piano y ahora estaba ocupada con estrategia naval. Su padre no le importaba que tipo de profesores  yo contratara siempre y cuando yo estuviera aprendiendo el me dejaba tranquila, creo que talvez estaba relacionado con un sentimiento de culpabilidad por su ausencia y su sobre protección.

Ya el sol había hecho su presencia para cuando llego al mercado. Habían carros con especies, frutas especiales traídas de la india, pescado, joyas e incluso exóticos animales metidos en una jaula. Todos los vendedores trataban de que me acercara diciendo que había rebaja e incluso ofreciéndome un articulo extra gratis. Si bien los comerciantes y sus esposas me miraban raro mientras pasaba, ellos también querían que me acercara. Después de todo ellos no olvidaban quien era mi padre.

No los culpaba, sabia que debía verme muy extraña con mi ligero vestido de encaje, mi cabello suelto moviéndose con la voluntad del viento y mis zapatos en la mano. Pero entonces las miradas de todos se dirigieron al muelle y supe que  alguien peculiar había llegado, porque miraban con una mezcla de miedo y asombro.

Habia un barco acercándose, con velas negras como el carbón, se deslizaba por el mar con apenas un susurro y se movía rápido cinco veces mas rápido que el barco de mi padre. Ese no podía ser un barco normal se dio cuenta Atenea mientras inconscientemente se acercaba hacia el muelle la curiosidad despertando en sus fracciones. En su clase de estrategia naval le habían enseñado la estructuras de las diferentes navíos de la armada Española, Inglesa y Francesa. Y nada se parecía a ese espectacular navío. Entonces Atenea se dio cuenta de lo que era.

Y con un susurro que solo ella pudo escuchar anuncio-Pirata.

Reconoció el barco de las historias que solía contarle su padre. Recordo que el siempre decía: "El perla negra, negro como el carbón veloz como el viento"

La piratería no era tan perseguida en España como lo era en aguas inglesas, por tal motivo sabia que no había suficientes soldados en esta parte del puerto para hacerle frente a la tripulación que había dentro del barco

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La piratería no era tan perseguida en España como lo era en aguas inglesas, por tal motivo sabia que no había suficientes soldados en esta parte del puerto para hacerle frente a la tripulación que había dentro del barco. Incluso si alguien avisaba al cuartel principal tardarían días en llegar.  Los mercaderes y comerciantes parecían consientes de eso porque todos tenían una expresión de miedo en la cara.

Atenea podía ver la cara de varios piratas en la cubierta, no estaba lo suficientemente cerca para ver como eran pero sabia que observaban con ojos brillantes y astutos. El barco anclo en el muelle. Y para su sorpresa solo bajo un hombre. 

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