7

445 41 4
                                    

El canto de una pareja de aves y el cacareo de los gallos de la granja de Rolf anunciaron un nuevo día en el remoto pueblo de Peach Creek. La oscuridad y el polvo que rodeaba el reducido ambiente le indicaban a Eddy que no estaba en su casa, y no había una alarma que destruir. Él se hallaba muy bien escondido en ese agujero, que lo protegía de los furiosos vecinos que buscaban su cabeza.

Como pudo, intentó salir de la madriguera improvisada en la que había pasado la noche. Sus brazos y sus piernas le dolían a horrores. Había tenido que contraer su cuerpo para caber en ese mugroso agujero, y había dormido en esa posición toda la noche. Realmente no le importaba saber si los chicos habían pasado por ese túnel o no. Abrió la pequeña porción de pared y salió arrastrándose.

La tenue luz del sol se filtraba por los extremos del túnel y marcaba las sombras de la tierra del suelo. Eddy exhaló. Tenía hambre y frío. Se encontraba arrodillado, con las palmas en el piso, como un perro. Los minúsculos granos de tierra, fríos y punzantes, se clavaron en cada una de sus palmas. El dolor era molesto, pero en lugar de ponerse de pie, se dejó caer al piso y se dio la vuelta, mirando hacia el techo.

Ahora si estaba cómodo. Después del tormento de la noche anterior, y su intento de descanso, justo ahora era cuando podría relajarse.

«¿Puedo quedarme aquí?»

¿Por qué no? Le parecía que nadie jamás lo encontraría ahí. Hacia frío, pero era cómodo y agradable. Para alguien que acababa de ser perseguido por un crimen que no cometió, lo mínimo que merecería...

«Vamos. Quedémonos aquí y que nos encuentren dormidos. ¿Qué tal?»

Porque él sabía que eso también era posible. El cansancio era grande, quizá tanto como la frustración, pero si se quedaba ahí solo sería peor.

«Encuentra a tus amigos y limpia tu nombre persiguiendo y atrapando al verdadero responsable.» Ese era el plan. Primero se encargaría de todo eso, y luego reconsideraría su relación con los otros.

Se puso de pie y abandonó el túnel.


Eran las seis de la mañana.

La primavera había hecho lo suyo con cada rincón de la región. El paisaje que brindaba el bosque era realmente digno de un cuento de hadas con ilustraciones: colores por todas partes. El sol, mientras tanto, desde su posición naciente, se ocupaba de aportar un ángulo perfecto de iluminación para darle al paisaje como un todo, un retoque soberbiamente coqueto, elegante, realista y a la vez alegre. Efecto que ni el mejor editor de imágenes podría igualar.

Una especie de ave común y corriente, cuyo nombre solo un comelibros importante como Doble D podría reconocer, volvía de un buen viaje del otro lado de la región. Agotado, decidió bajar a descansar por ahí. Escogió como hospedaje aquella gorra roja que camuflaba muy bien con el territorio. A escasos milímetros de la gorra se alzaba una especie de nido techado, perfectamente moldeado y demasiado coqueto para ser un nido. Pero ese no era un nido, era la cabellera de una humana.

Kevin despertó de su dulce sueño, con la espalda adolorida por la posición incómoda que tuvo que adoptar. Con un brazo rodeaba a Nazz. Se habían quedado dormidos. Eso lo hizo sobresaltarse.

—¡Oh, Dios! —exclamó, sin notar que Nazz se hallaba dormida, apoyada sobre su hombro, hasta ahora.

La chica frotó sus ojos y los abrió muy lentamente.

—Umm... Kevin... ¿Qué hora es?

—¡Ya amaneció, Nazz! ¡Ya amaneció! —Se incorporó rápidamente dejando a su amiga sin apoyo e ignorando al ave que despegaba de su cabeza—. ¡Te lo dije!

El ladrón de Peach Creek [Ed, Edd & Eddy][+13]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora