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Eddy dio un sobresalto muy exagerado, como si se hubiera llevado el susto de su vida. Aterrizó unos metros atrás, de espalda. Frotó sus ojos para ver si no se trataba de una ilusión, pero la imagen no cambiaba. Simplemente no podía creer lo que veía. Intentaba encontrarle un sentido y no lo lograba, sin embargo, ahí estaba. Sus ojos no podían engañarle.

Se preguntaba cómo era que, aunque fuera algo descabellado y extraño, lo que había delante de sus ojos debía tener al menos un poco de sentido —porque si no, no sería cierto—. Quizá porque fue uno de los pocos que no había sufrido un robo. Y de hecho, era el único del barrio que adoraba usar corbata.

Era Doble D.

Eddy solo miraba atónito a su amigo reír. Se notaba que aquello lo divertía mucho.

—No pongas esa cara. Al menos te di una mano, sé un poco más agradecido.

Su voz ya no era la amigable y frágil voz que resaltaba su habitual fragilidad. Esta era una voz más profunda, más siniestra, su tono era mucho más bajo y, si uno cerraba los ojos, la confundiría fácilmente con la voz de algún villano de las películas que tenía Ed.

—¿Ca... ca... ca... cabeza.... d... de Calcetín?

—¿C-c-cabeza de calcetín? ¿No querías ver a un amigo? Y así lo tratas.

Pero lo que más resaltaba de su nueva apariencia eran sus ojos. Ya no tenían el color que solían tener. Sus iris eran de color plateado, casi blanco. Sus globos oculares estaban rodeados por un dilatado borde de piel de un tono más oscuro y rojizo. Aparentaban ser ojeras. Era como si llevara varios días sin dormir.

Entonces se le vino a la cabeza una idea, y comenzó a reírse.

—¿De qué te ríes? ¿Qué te pasa?

—¡Ay Doble D! Doble D... Eres tan gracioso cuando te disfrazas y pones esa voz gruesa. —Y continúo riéndose.

Eddy se hallaba sobre la grava, aún sin ponerse de pie. Doble D se le acercó un poco, aún sin cambiar la cara y entonces le dejó ver la profundidad de sus ojos. Ya no transmitían esa relajante sensación de calidez o simpatía. No había ni una pizca de humanidad en su mirada. De hecho, no transmitían nada, solo un aparente gran vacío, en contraste con el resto de las expresiones de su cara, que eran las de un niño pequeño planeando alguna maldad. Lo que Eddy sintió en el momento en que su vista y la de él se cruzaron, en el instante en el que pudo ver su alma a través de sus ojos, se compararía a lo que sentiría uno si estuviese siendo absorbido por un agujero negro, o sumergiéndose en un océano de líquido negro a gran velocidad. No había forma de saber que había en ese lugar, pero de algo estaba seguro: era infinitamente inmenso y absolutamente oscuro.

—¿Ya terminaste?

—Doble D... —dejó escapar, asombrado— ¿Qué te paso? ¡No entiendo nada!

Doble D se acercó a él en silencio, todavía con una sonrisa no benévola en su rostro.

—¿Ves? No me saqué la máscara para que entendieras, solo para que dejaras de patalear como un bebé, porque tenemos mucho de qué hablar.

Eddy solo miraba incrédulo a su amigo, o a quien quiera que estuviese en el cuerpo de su amigo. ¿Doble D se había vuelto loco? Con solo mirar esos ojos, Eddy había comprendido en ese instante que no se trataba de ninguna broma. Él no hacia estas cosas.

—Oh, solo mírate —le dijo su amigo mientras meneaba la cabeza—. Qué bien te han tratado, Eddy.

Eddy se agarró la cabeza con las manos. Doble D no era el tipo de personas a quien le gustara hacer estas bromas, mucho menos en una situación como esta. Simplemente no lograba encontrarle explicación, ni quería hacerlo. Solo quería creer que aquello que veía solo era producto de su imaginación a causa de todo el cansancio arrastrado. Pero otra vez, volvía a abrir los ojos y ahí estaba él. Ahí estaba Doble D.

El ladrón de Peach Creek [Ed, Edd & Eddy][+13]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora