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—¡Deja de perder el tiempo y aspira por aquí, Marie!

—Ya voy, ya voy... ¿Siempre tienes que ser tan mandona?

Las hermanas Kanker se encontraban haciendo limpieza en su casa, por orden de su madre. May limpiaba los muebles de la sala de estar, Lee levantaba el sillón y Marie utilizaba la aspiradora.

—¡Nunca tenemos un día libre, y cuando lo tenemos, Mamá nos da trabajo! —reclamó May

—Menos lloriqueo y más acción, o si no me iré y se encargaran de todo ustedes dos solas.

Su madre (desconocida para todos en el barrio por su complicado cronograma diario) no había hecho un buen trabajo con respecto a su propio futuro, y ahí estaba el resultado: un remolque pequeño y alquilado, y tres diablillas que no eran capaces de hacer nada si no se las persuadía primero. Bueno, al menos de lo segundo ya se estaba ocupando muy bien; ella creía que asignarles responsabilidades a sus hijas ayudaría en su formación como personas. Las haría más responsables, les enseñaría a ganarse el pan de cada día, y tal vez aprenderían cosas nuevas, como alimentarse a sí mismas.

—¡No puedes hacer eso! ¡Sabes que le diremos a Mamá! —protestó Marie.

—Y yo le diré que están mintiendo y que yo hice todo, y como soy la mayor, me creerá a mí —retrucó Lee. Ya tenía preparada la respuesta—. Así que ¿por qué no mejor dejan de llorar y se dan prisa?

Marie sabía que eso era verdad. Los hermanos mayores tenían ventajas como esa, mientras que los menores tenían otro tipo de ventajas. Mala suerte haber nacido en el medio. Lo que en realidad le molestaba era que alguien como Lee tuviera la autoridad sobre ellas. El problema no era tener una hermana mayor y tener que obedecerla en ciertas circunstancias, el problema era cuando abusaba de su poder. Sabía que su hermana podía enfrentarse a todos y pasarlos por encima con tan solo desearlo, y la admiraba por eso, pero ¿era necesario hacerlo también con su familia?

—No peleen, chicas. Se supone que la unión hace la...

—¡Cállate, May! —exigieron las dos.

Como todo primogénito, Lee se sentía con derecho a darles órdenes a sus hermanas como quisiera, cuando quisiera y cuanto quisiera. Sin embargo, no era su elevada astucia o su superior ambición lo que sentía que le daba derecho. Ella lo hacía porque sabía que la responsabilidad recaía solo sobre ella. Si algo les llegaba a pasar a esas dos, era obvio suponer a quien regañaría mama, y eso era lo que sus hermanas no terminaban de entender. Es por eso que a cambio de ponerse ese peso encima, tomó también el derecho de ejercer su autoridad (ante la ausencia de Mamá) como le diera la gana. Esa era la parte divertida de ser la mayor. Ella amaba a sus hermanas, pero también adoraba aprovecharse de ellas. Solo en algunas ocasiones, cuando se levantaba de buen humor, decidía compartir el dulce trono de superioridad con Marie, para jugarle alguna broma pesada a May. Y era en muy pocos casos cuando simplemente no tenía ganas de molestar a nadie.

—¡No te hagas la tonta y date prisa, que casi no hiciste nada! —reclamó Marie a su hermana menor, mientras masticaba su chicle.

—¡Hice más que tú!

—Estas niñas... ¿Dónde hay un hombre cuando se lo necesita?

El sonido de la puerta al ser tocado retumbó en el salón, interrumpiendo bruscamente toda actividad operativa de estas hermanas.

Dejaron todo lo que estaban haciendo para intercambiar miradas entre las tres. Segundos más tarde, inició una corta pero intensa carrera hacia la puerta. De un instante a otro, todas las tareas habían sido suspendidas. La aspiradora y la escoba se permitieron un descanso en el piso. Golpes, agarrones, patadas, tiradas de pelo, y mucho más. Se había librado una pequeña guerra civil dentro del remolque.

El ladrón de Peach Creek [Ed, Edd & Eddy][+13]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora