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Finalmente habían llegado al basurero.

—De acuerdo, muchachos. Tenemos que hacer un plan. Cabeza de Calcetín debe estar entretenido allá con Kevin. —Los cinco habían hecho un círculo sobre el límite del bosque, agachados, como si estuvieran por jugar el tiempo suplementario de un partido decisivo de fútbol.

—Pero Eddy, no los veo por ningún lado —informó Ed levantando la vista.

—Yo tampoco —confirmó Lee.

—Oigan, miren eso —señaló Rolf. En el sector más vasto del bosque (el centro), a dos laterales se encontraban filas de antorchas que brindaban su luz al centro de ese escenario, y a las acumulaciones más cercanas. Pero todo lo demás estaba a oscuras. Ni siquiera se veían las otras barras de luces, que aunque eran débiles, servían para circular por el basurero de noche sin tropezar con algún motor abollado y/o quemado.

—¿Pusieron antorchas? ¿Es en serio?

—Así parece, Eddy muchacho, pero las luces del basurero ya no están.

—Es verdad, no las veo. Ese Doble D debió haberlas apagado, ¿pero por qué? —se preguntó.

—Probablemente debe sospechar que alguien llegue aquí y está preparando una gran trampa —supuso Lee.

—Como suponía —dijo Rolf—. Bien, Rolf tiene un plan. Miren, cada uno irá a una esquina del basurero, hasta el límite. A partir de ahí, nos iremos adentrando, husmeando toda nuestra zona por si vemos al chico Doble D. El primero que lo vea debe intentar sorprenderlo y reducirlo, y una vez hecho eso nos llama a todos. Tiene que ser de esta manera para que no se nos escabulla de nuevo.

—Genial, será como un juego —aseguró Lee con una sonrisa.

—Es verdad. Espera. No olviden que aún tiene esa pistola de pegamento con él —advirtió Eddy, y se giró a la muchacha—. Y no sé cuánto le quede.

Ella recordaba que solo tenían un recipiente de cemento de goma de 1000 mililitros, y en el momento en que fue robado, iba por los 600, más o menos. Tenía para neutralizar a sesenta personas, pero para eso tendría que recargar su arma al menos unas diez veces.

—Si pueden arrebatarle el frasco, le quedará para doce disparos en la pistola como mucho.

—Oigan, ¿y cómo lo haremos vomitar? —preguntó Ed. Nadie supo la respuesta.

—Esa es una buena pregunta —admitió Rolf, sobándose la barbilla con los dedos—. Bueno, ustedes que conocen mejor al chico Doble D, ¿saben de algo a lo que le tenga asco?

Todos sabían que si había alguien en el barrio que padeciera extrema sensibilidad hacía la inmundicia en todas sus facetas, ese era el buen Doble D. Ese era otro motivo de su obsesión por la higiene y la pulcritud.

—Casi todo —respondió Eddy—. Por ejemplo, a Doble D le da arcadas cada vez que se acerca a la ropa de Ed.

—¡Es cierto! —afirmó Ed.

—Podemos reducirlo entre todos, golpearlo si es necesario. Y luego yo iré y le envolveré su chaqueta en la cara.

—Sí, con eso de seguro será suficiente, Eddy —le dijo Lee, quien no veía con malos ojos volver a recurrir a puñetazos y patadas a su cara si llegaba a ser necesario.

—Bueno, primero atrapemos al rufián Doble D y luego le ponemos esa chaqueta —propuso Rolf. Estaba convencido de que decirlo era sin duda mucho más fácil que hacerlo, pero peor era no intentarlo—. Si queremos identificarnos entre nosotros, solo tenemos que levantar la mano. Y por nada del mundo hagan alboroto ni llamen la atención. ¿Entendido?

El ladrón de Peach Creek [Ed, Edd & Eddy][+13]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora