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—¡Ed! —gritó Sarah a todo pulmón. —¡Me vas a decir ahora dónde está mi mantel rojo o sino...! —Eddy tomó una credencial que había escrito y la introdujo en su boca. La credencial decía «tonta».

Mientras Doble D se resentía de sus tímpanos, Sarah escupió la tarjeta y mordió la mano de Eddy. Este pegó un grito de dolor.

—¡Maldición Ed! ¡¿Cuándo piensan vacunar a tú hermana?!

Así era Sarah, la mayor parte del tiempo. Uno debía tener cuidado con ella, o de lo contrario ir escribiendo su testamento. Aunque aparentaba ser una dama hecha de metal, y del metal más denso, ella era en realidad una niña muy amorosa y alegre. Solo que sobre esa niña había varias toneladas de dureza y tenacidad, y si no se usaban las palabras correctas para abrir esa armadura, los resultados podrían ser devastadores para uno. Como le ocurría a Eddy ahora.

—Sarah, ¿tú también perdiste algo? —interrumpió Doble D. Pero ella solo escuchó a Eddy.

—¡¿Qué dijiste?! —Con sus dos pequeñas manos, tomó la pierna de Eddy y la trituró con toda su fuerza, mientras este se revolcaba de dolor.

—¡Cuidado con tu dentadura, Sarah! —exclamó Ed alarmado, disponiéndose a separarlos.

Pese al duro y dominante trato que ejercía su hermana sobre él, este la adoraba de forma incondicional, como un hermano mayor adoraba a una hermana menor. Solo había pocas cosas imprescindibles para la supervivencia de la vida de Ed: sus padres, sus amigos, sus mundos de fantasía de los que se nutre a través de sus revistas de cómics y sus películas, sus platos favoritos, los pollos, y Sarah. Si alguien llegara a hacerle algo a la pequeña Sarah, ¡la tierra entera temblaría ante la ira del Gran Ed!

—Eddy, ¿no crees que es un poco extraño? —preguntó Doble D mientras se sobaba los ojos.

—Por supuesto. Se supone que a las mascotas se las vacuna en los primeros meses... —Sarah mordió a Eddy con más fuerza—. ¡Aaaaaarrrggghhhhh ya basta!

—No me refiero a eso, pelos necios —continuó Doble D—. Primero, la pistola de Ed, y hasta yo le restaba importancia, desaparece. Luego, el mantel de Sarah.

—¡Es cierto, hermana! No sabemos que le pasó a tu mantelito —aseguró Ed, temeroso.

—Sarah, ¿por qué no nos explicas bien lo que pasa? Así podríamos ayudarte.

«He aquí de nuevo, el señor diplomacia al rescate», pensó Eddy. Pero debía admitir que la capacidad de paciencia y de dialogo de su amigo con mocosas como esta era admirable, al menos con Sarah. Su relación mejoró después del incidente con su hermano mayor hace tres semanas, cuando todos se volvieron formalmente amigos.

La pequeña comenzó a calmarse. Soltó la pierna de Eddy, que había quedado un poco deformada, como un lápiz mordisqueado. Y con un tono más dulce, aclaró su problema.

—Bueno, anoche había preparado todo para ir de picnic con Jimmy en su casa.

—¿Picnic? ¿En su casa? —interrogó Doble D, con su característico tono suave.

—Lo que pasa es que él está enfermo, y como habíamos planeado este picnic toda la semana, no quisimos posponerlo —respondió Sarah, con cierto fastidio. En realidad este picnic había estado previsto para el fin de semana pasado, pero el mal clima terminó por complicar todo; y para completar, en el grado de los pequeños, las profesoras también se habían levantado con muchas ganas de acribillar a los pobres diablillos con exámenes durante toda la semana, como si su triste vida dependiera de ello—. Y hoy a la mañana, al levantarme vi que mi canasto había sido movido de su lugar, estaba abierto y el mantel no estaba.

El ladrón de Peach Creek [Ed, Edd & Eddy][+13]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora