Capítulo 7: Resaca moral

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Soe se despertó aturdido y con un fuerte dolor de cabeza, hacía frió y la habitación estaba oscura. Tras acostumbrar su vista, se bajó de la cama; el suelo estaba helado e hizo que se estremeciera. No recordaba cómo había llegado a su habitación, o hace cuanto estaba ahí. Consultó el reloj apoyado en el tocador, eran las cuatro de la mañana. ¿Seguiría la fiesta?

Había asistido a muy pocas en Costa Blanca, y se terminaban a más tardar a las doce. Pensó en regresar al salón, pero el dolor de cabeza era muy agudo y no se sentía presentable, se acercó a la ventana para cerrarla, cuando un murmullo le heló la sangre.

Era como un llanto de mujer en la lejanía, Soe estuvo escuchando por largo rato, cuando de la nada, una fuerte ráfaga de viento, fría y agresiva, le azotó la cara. En ese momento, el llanto se convirtió en una lejana risa, apenas perceptible que se confundía con los sonidos del viento en las hojas de los arboles.

Soe cerró la ventana y regresó a la cama, tapándose con las cobijas de pies a cabeza. Aun así el extraño murmullo, entre llantos y risas diabólicas, sonó toda la noche.

 Aun así el extraño murmullo, entre llantos y risas diabólicas, sonó toda la noche

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Golpes en la puerta despertaron a Soe. Su dolor de cabeza ya casi había desaparecido y por un instante batalló para recordar si el llanto y la risa de la noche anterior habían sido reales, o productos de un sueño fértil, inducido por el vino de jazmín. Los golpes en la puerta se repitieron.

—Adelante —dijo Soe, dejándose caer con peso sobre la almohada.

—Buenos días, joven —saludó Moriana, su largo cabello negro iba recogido en una gruesa trenza—. ¿Cómo amaneció?

—Bien, gracias. ¿Qué hora es, Moriana? —Podía voltear a ver de nuevo el reloj del tocador, pero prefirió mantener la cabeza en la almohada y los ojos cerrados.

—Las nueve —contestó la mujer, sacando algo que traía escondido entre los pliegues de su vestido, y poniéndolo sobre el buró, al lado de la cama. Soe se sentía muy aturdido para indagar al respecto.

—Las nueve —repitió el joven—. Ya estarán desayunando todos.

Moriana le sonrió a Soe con gesto maternal.

—La señorita Sarabell y la señora Fortunata ya desayunaron, cada una en su habitación. El resto de la familia no ha despertado.

El chico sonrió mientras se hacía a un lado, invitando a Moriana a sentarse en el filo de la cama, la sirvienta se turbó un poco, pero aceptó el gesto tomando asiento. Soe le sonrió con cierta complicidad, acentuando sus gestos francamente infantiles. Moriana pensó que no tendría más de quince años.

—¿Acostumbran levantarse muy tarde aquí?

—No es algo habitual; esta vez, fue por la fiesta. Terminó a las seis de la mañana —le dijo la mujer.

—En Costa Blanca no se hacen fiestas tan largas.

—Aquí tampoco es regular, gracias a Dios. —Ambos rieron ante la franqueza de la mujer—. Joven —musitó, poniéndose de pie—, vine, aprovechando que todos siguen en sus habitaciones, para entregarle esto —dijo, señalando los botines que momentos antes había puesto en el buró.

Flor ImperialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora