—¿Marino? —preguntó Soe. El trillizo no contestó, se limitó a prender una vela que iluminó tenuemente la habitación; fue fácil para Soe reconocer al chico de cabello corto. La mirada dura y escrutadora de Marino recorrió la carita avergonzada de Soe—. Esto es un error —masculló Soe, tenuemente. Marino se limitó a levantar una ceja—. De verdad, discúlpame, yo solo... —Soe no sabía cómo justificar su estancia allí.
Marino se dio la vuelta para prender un candelabro sobre la mesa con la vela que tenía en las manos. El chico de ojos bicolores se sorprendió al ver numerosas cicatrices en su espalda musculosa.
— Yo...yo no debería estar aquí —atinó a decir.
—Por supuesto que no, si ni siquiera te caigo bien. ¿Por qué tendrías que estar aquí?
Soe se sintió indignado ante tal comentario.
—¿Cómo esperas caerme bien, si se nota a leguas que no me soportas?
— ¿De qué se supone que estás hablando? —Marino se veía enfadado y atemorizante, pero Soe también se sentía enojado.
—¡Por favor! ¿Cuántas veces no has evitado entrar en una habitación porque estoy yo? No me diriges la palabra para nada, y la única vez que conversamos, fue porque tío Lunet te obligó a enseñarme a montar, y hasta esa oportunidad aprovechaste para humillarme.
—¿Qué me obligó papá? ¡Si yo me ofrecí a enseñarte!
—¡Para molestarme! La verdad es que desde que llegué aquí, tú y Gema no me soportan.
—En primer lugar, no te atrevas a compararme de nuevo con Gema, y en segundo lugar...
—¡En segundo lugar, ya me voy! —tajó Soe, dándose media vuelta, pero para su sorpresa, Marino lo detuvo por el brazo con mano firme.
—¿De verdad eres tan idiota? —Con gran dificultad, Soe se zafó de su mano y saliendo de ahí, corrió hasta su habitación.
«¿Cómo pueden ser tan diferentes dos personas que tienen la misma edad y prácticamente la misma vida, mismo dinero y mismos privilegios?», pensó el joven, cerrando la puerta tras de sí.
Lo cierto era que entre Marino y Darío De la Rosa había un abismo. Mientras que uno era educado, elegante y muy simpático, el otro era burdo, grosero y burlesco. Soe comenzó a caminar alrededor de su cama sintiéndose indignado. Si a simple vista, solo se distinguían por el pelo largo de Darío y sus anteojos, si se les prestaba atención detenida, tenían muchas diferencias; la mirada dura de Marino contrastaba con la sonrisa relajada de Darío, y sus manos... sus manos eran tan diferentes.
Soe acarició con suavidad la almohada forrada en satín de su habitación. Las manos de Darío eran elegantes, suaves como seda, las de Marino eran toscas y duras, como toda su personalidad. Seguramente esas cicatrices en la espalda se las había hecho en una pelea de taberna.
La lluvia afuera empezó a aminorar, y Soe pudo oír cierto cuchicheo en el patio. Se acercó sigilosamente a la ventana y movió ligeramente la cortina para asomarse.
El árbol de aguacates se había caído sobre la barda. Aparentemente fue alcanzado por un rayo; ese fue el estruendo que se había escuchado.
Estaban varios de los criados mirando el árbol aun humeante, el aguacatero había hecho un gran hueco en la barda que daba al risco donde se oía la sonata del diablo y más de la mitad del árbol había quedado suspendida en el aire.
—No tiene caso hacer algo en este momento —declaró Lunet, quien dirigía a los sirvientes—. Ya veremos mañana. Ahora váyanse todos a dormir.
Soe cerró la cortina, relajado. En el cielo ya se podían ver algunas estrellas y las nubes ya se retiraban, pareciera que el único cometido de la naturaleza era tirar ese árbol. El joven se disponía a acostarse, cuando golpes casi imperceptibles en su puerta lo inquietaron.
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Flor Imperial
RomanceSoe es un muchacho de veinte años, huérfano y con problemas económicos, mismos que lo obligan a aceptar la ayuda de sus prejuiciosos y adinerados parientes. De esta forma, se muda a la mansión De la Rosa, donde descubrirá que no importa tu estatus s...