Capítulo 10: Amigas

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Cuando Fortunata y Soe llegaron a Costa Blanca, ya estaba el sol en lo más alto del cielo. Estaban acalorados y algo entumidos, por lo que decidieron pasear un rato por la plaza, antes de ir a sus respectivos destinos. Pero lejos de entretenerse o mejorar sus ánimos, cada lugar era un doloroso recuerdo, difícil de dejar atrás.

Soe pudo recordar cuando él y sus padres habían ido juntos a la inauguración de una nevería, la cual ahora ya estaba en quiebra; Fortunata pudo ver el rincón de la plaza donde Píramo vendía su bisutería antes de enfermarse, y estar tanto tiempo en su cama. ¡Tantos recuerdos que dejar atrás!

Después de tomar un agua de frutas y poner un poco más de pretextos, Soe y su tía se dispusieron para cumplir su cometido en Costa Blanca. Decidieron hacerlo cada uno por su lado, para que fuera más rápido y en privacidad. Así que separaron sus caminos, prometiendo reunirse al atardecer en la plaza.

Soe se fue caminando hasta su casa, aunque estaba algo lejos, quería despedirse de algunas personas y visitar algunos lugares, tal vez por última vez.

A pesar de ser las tres de la tarde, estaba nublado, el clima amenazaba con tormenta en cualquier momento; el aire era frió y despiadado y el mar rugía con fuerza.

Soe llegó a la playa donde se encontraba su casa, la cual le pareció más sola y triste de lo acostumbrado. Entró, recogió algunas cosas en una maleta, y se sentó en el comedor, donde hace algunos días, su tía le hiciera mala cara a un café que él le ofreciera, y hace una eternidad atrás, su madre, su padre y él cenaban en armonía.

Matilde y Edgar apenas tenían dos años de fallecidos, y Soe aun esperaba despertar un día, y correr a su habitación, donde los vería dormidos, y se daría cuenta de que todo había sido un sueño, pero sabía que eso jamás pasaría.

Matilde De la Rosa había sido la mujer más cariñosa y noble que Soe conoció, su ternura era solo comparable con la que Edgar demostraba. El joven de ojos bicolores no tenía nada que reprocharles a sus padres, excepto el que hubieran partido tan pronto. Soe se pasó la mano por el cabello, intentando no ser traicionado por las lágrimas. ¡Ni siquiera tenía muy claro como habían muerto sus padres!

La noche de tormenta en la que su coche había perdido una rueda, provocando que se salieran del camino, el estaba enfermo, con mucha fiebre y al cuidado de un médico. Dos días después, cuando su fiebre cedió, le llevaron la trágica noticia hasta su cama, donde lloró inconsolable en el regazo de su tía Fortunata.

Con un nudo en la garganta, Soe tomó una foto de sus padres, la llevó hasta el comedor y ahí, comenzó una oración para ellos, pidiéndoles amparo y su comprensión, si de alguna forma les ofendía el que se fuera a la misma casa de donde su madre huyera una vez. Al terminar, Soe se sintió más tranquilo, aun así, seguía triste por su tía Fortunata.

En la mansión De la Rosa, Lunet les indicó a sus tres hijos que se alistaran para que lo acompañaran a la fábrica de telas, después de sus largas vacaciones ya era hora de que maduraran y sentaran cabeza

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En la mansión De la Rosa, Lunet les indicó a sus tres hijos que se alistaran para que lo acompañaran a la fábrica de telas, después de sus largas vacaciones ya era hora de que maduraran y sentaran cabeza.

Flor ImperialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora