El parque.

75 8 2
                                    

Logan.

Llegué a mi casa cansado. Mi madre aún no había despertado así que no me quedo opción que comenzar a cocinar por mi cuenta. Me decidí por unos fideos con tuco.

Todavía recuerdo cuando era chico y me encantaba ver a mi madre mientras cocinaba, me gustaba verla feliz por hacernos feliz a nosotros con su deliciosa comida.

No se imaginan lo que anhelaba que mi vida vuelva a ser lo que era antes. Lo que extrañaba mantener una conversación con ella estando sobria, siempre me daba los más sabios consejos y las palabras justas para calmar mis angustias que solían atormentarme de noche mientras dormía.

Pero ahora mi realidad era muy diferente, ya no tenía esos abrazos que juntaban mis partes rotas, ya no tenía esos sabios consejos de una madre a la que amaba por ser tan fuerte y luchadora, ni siquiera las peleas por lavar los platos. No tenía nada.

Me encontraba tan perdido como un náufrago en el medio de una isla. Y no había nadie ahí para salvarme, ni siquiera a kilómetros a la redonda. Insistí enviando mensajes en botellas por un par de meses pero termine por rendirme, no encontraba ninguna respuesta. Y solo me quedaba esperar, esperar a decidirme a cumplir mi promesa que le hice aquella vez.

Volví a la realidad.

Preparé la mesa y me dispuse a comer.

Se me hacía tarde para ir al trabajo, porque obviamente este ser sin ningún rumbo, debía mantener a su querida madre para que ella se gastara su sueldo en alcohol.

Creo que mi madre no se molestaría si algo me pasara, siempre y cuando le dejara mis ahorros para sus amadas botellas.

Comí de modo rápido y me preparé para irme.

La cafetería en donde trabajaba se encontraba a diez cuadras de mi casa, y como a la noche ya comenzaba a refrescar, me decidí por ir caminando. Me gustaba caminar de noche, porque el frío en mi cuerpo me hacia olvidar mis oscuros pensamientos para concentrarme en otra cosa.

Entré por la puerta trasera de la cafetería, me puse mi delantal de mozo y comencé a tomar las órdenes. Mi compañera no había llegado aún y había miles de pedidos por recibir. La mejor parte es que cuando ella llegaba tarde, tenía que hacer todo el trabajo duro y ella terminaba cobrando lo mismo que yo.

Posiblemente se pregunten porque no hacía nada al respecto, pues bien, es que ella es la hija del dueño. Exacto, su "princesa" que se acuesta con cualquiera que le de su número.

Pero yo no iba a ser el que le saque la venda de los ojos, eso sería un pase seguro al desempleo y sincerándome era lo que menos necesitaba.

En mi tiempo libre, cuando todos los clientes estaban atendidos decidí darme una vuelta por el parque, para comenzar a dar una despedida a la ciudad que me crió, además necesitaba inspiración para escribir la carta.

Estaba decidido a cumplir mi promesa. Y no había nada ni nadie que pudiera impedirlo, porque me decidí por ser lo más discreto y organizado posible.

Posiblemente nadie se diera cuenta de lo que voy a hacerme, considerando que mi mamá es una alcohólica y perdió contacto con la familia desde hace mucho tiempo.

Y considerando que nada podía hacerle mas daño que el alcohol, sería lo mismo mi presencia o la falta de ella.

Recorrí todo el parque para buscar un asiento libre, hasta que por fin dí con uno, estaba roto y no tenía respaldo, me puse lo mas cómodo posible y comencé a escribir la carta.

No se como pasó pero las palabras salían de mí con una fluidez excepcional. Cada palabra que escribía era como dejar una parte de mí en el papel, todas las palabras eran dichas con un sentimiento digno de película, cosa que era genial, esas eran mis intenciones: librar mi alma de los demonios que tenía, para así, irme libre, irme en paz.

Terminé de redactarla, la guardé en el bolso y volví al trabajo.

Las horas que quedaban se pasaron rápido, y si bien no quería volver a mi casa, para ver a mi madre demacrada, tenía que hacerlo, irónicamente era volver al infierno para tocar el cielo en un par de días.

Regresé a mí casa, con algo de frío. Al entrar mi madre se encontraba sentada mirando hacia el patio.

—Hola.—saludo

—Hola mamá, ¿cómo te sientes?

—Cansada, gracias por llevarme a la cama y dejarme las pastillas hoy a la mañana.

—De nada, de tantas veces ya se me hizo costumbre— respondí cortante.

—Ya lo sé, y lamento que tengas que vivir esto, pero prometo que dejaré de hacerlo.

—Eso mismo dices siempre, ya no tiene caso. Iré a dejar las cosas y comenzaré a cocinar.—respondí cambiando de tema y dirigiéndome a la habitación.

Dejé mis cosas arriba de la cama, busqué la carta en el bolso para hacerle los arreglos luego, pero esta no estaba.

Quizás la guardé en la campera, pensé.

Pero no, no estaba por ningún lado. Definitivamente la había perdido en algún momento y tendría que reescribirla.












Sálvame De Mis Demonios.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora