CAPITULO I

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- ¿¡Es en serio?! ¡¿Matrimonio?! - Reclamó la joven

- A mí ni me mires Mérida, la última vez que te lo dije termine convertida en oso.- dijo la Reina Elinor prosiguiendo con su comida.

- Vamos Mer, aún faltan dos meses para que los hijos de los Lords se presenten.- dijo tratando de consolar Fergus a su hija.

- Pero...pero...

- Marida, hace tiempo comprendo que fue precipitado planear tu matrimonio, pero ya han pasado cuatro años, no te estamos forzando a que aceptes a uno en especial, tienes tres pretendientes entre los que puedes elegir y por si fuera poco vienen a tu propio reino a ganar tu mano bajo tus propios términos ¿Qué más podemos hacer por ti?- dijo la madre.

- Ya lo sè, pero...es que todo será diferente si me caso, y luego ¿Qué pasará? Me presionaran para tener a un heredero y estaré confinada en mi castillo porque "Una reina no puede estar por allí vagando fuera de los límites de su castillo sola" – Dijo la pelirroja citando el párrafo de uno de los tanto libros que había tenido que leer en su educación real.

Los padres no dijeron nada, no era como que fueran tan cerrados de mente, pero ciertamente necesitarían con el tiempo dejar a su hija en buenas manos y asegurarse de que habría un heredero. No es que no confiaran que ella podría defenderse de los peligros exteriores, pero era tan impulsiva aùn siendo ya una joven de 19 años, que estaban seguros que de no hacerla sentar cabeza, esta terminaría declarándole la guerra a medio mundo o tomando los deberes del reino como una tarea escolar y no como la responsabilidad que realmente era.

- ¡Diablos!- rezongó al ver que era ignorada de nuevo.

- Merida, cuida tu lenguaje.- le dijo la reina.

- Dsiculpa, pero todo sería tan distinto si estos tres hubieran nacido antes.- dijo ya controlada viendo a los tres pelirrojos que disfrutaban de la escena.- Serían los tres herederos perfectos, callados, astutos y siempre con un plan.

Los chicos no hicieron más que hacer una especie de reverencia para recibir el halago de su hermana.

- Se me quitó el hambre, iré a mi habitación.- concluyó levantándose de la mesa.

- Mer, querida...

- Fergus dale tiempo.- dijo la Reina viéndole con semblante apacible.- al rato hablare con ella.

Cabe mencionar que con el paso de los años Mérida había dejado de ser tan impulsiva e incluso su presencia ya se sentía más como la de una princesa, sus conocimientos habían mejorado mucho ...por lo menos en lo que ha geografía, oratoria y acuerdos políticos confería, porque en historia, agricultura y navegación seguía teniendo grandes lagunas mentales.

Sin embargo, ese día estaba especialmente exasperada por la carta que habían enviado los tres Lords a la reina, ¿Coincidencia? No, en dos meses sería su vigésimo cumpleaños y al parecer ahora los hijos de los Lords estaban más que encantados con la idea de cortejarla y pedir su mano; muy en el fondo ella sabía que tarde o temprano se convertiría en la Reina de Dunbroch y para eso era necesario que contrajera matrimonio con alguno de esos tipos y renunciara a ese sueño loco que tenía de recorrer el mundo con su caballo August viendo todos los reinos que hasta el momento solo conocía por libros y mapas, ¿ pero como explicarle eso a su corazón rebelde?

De pronto alguien toco la puerta.

- ¿Quién es?

- Soy yo cariño, ¿Puedo pasar?- se escuchó tras la puerta.

- Adelante mamá.

La reina se acercó calmadamente a su hija y la abrazo para luego mirarla a los ojos.

- Comprendo cómo te sientes, no es fácil renunciar a tener esta "libertad" que tienes de salir del castillo sola y ser parte de otra familia, pero no se va a acabar el mundo.

- Lo sé mamá, es que aún tengo miedo de todo esto.

- ¿Tan horribles te parecieron tus pretendientes?- burlo un poco la reina. Sacándole una risita a la pelirroja.

- Podrían ser peores. Es solo que después de lo que hice la ocasión de la prueba de arquería creo que...- la chica dudo, no sabía que tan bueno sería decir lo que pensaba pues eso no le ayudaría en nada de cualquier modo.- No importa, aùn faltan dos meses, debería buscar un mejor vestido.

- Mi pequeña.- le abrazo la reina.- las cosas serán muy diferentes a la vez pasada, ya veras, para empezar ya no voy a ocultar ese nido de aves al que llamas cabello.

Después de un rato la reina se retiró de la habitación y Mérida pudo quitar su cara de "me siento optimista" para poner una de "todo está arruinado".

- Unos cuantos meses y yo ya no seré del todo yo, el mundo tendrá que esperar a que mis descendientes sean lo suficientemente grandes para poder salir acompañada del "siguiente rey" de Dunbroch y conocer ocasionalmente otros reinos como lo hizo mi madre, y mi abuela, y mi bisabuela...ooo ¿no?

La mirada se le ilumino peligrosamente, empezó a escribir algo en su viejo escritorio y corrió por el pasillo hacia la habitación de sus hermanos.

- ¿Quién?- dijo uno de ellos, Hubert seguramente.

- Soy yo, Merida.

- Lo sentimos, termino la hora de visitas a los príncipes, puedes tener conferencia mañana a partir de las nueve.- dijo Harmish.

- ¡Abran la maldita puerta o juro que la abriré con un hacha!

La puerta se abrió. Los chicos de casi 12 años hablaban muy poco pes tenían su propio idioma de señas y signos, pero cuando se trataba de comunicarse con alguien del otro lado de la puerta tenían que hablar como cualquier mortal.

- Chicos, vengo a proponerles un trato.

- Qué raro.- dijo hilarante uno de ellos.

- Que simpático, necesito que me consigan esto y que guarden silencio hasta mañana en la mañana.- les entrego una lista.- A cambio, Hubert podrá cabalgar a August durante un mes, Harmish te dejaré usar mi arco para tus caserías con papá y Harris juro practicar esgrima durante todo un mes contigo en el momento en el que me lo pidas.

- ¿Aunque sea a las dos de la madrugada?- dijo en un susurro.

- Ash...sì.

Uno de ellos hizo un movimiento con la mano en señal de pedir que elevara un poco más la ya tan jugosa propuesta porque tras darle un vistazo a la lista había algunas cosas difíciles de conseguir en una sola noche y si los pillaban se meterían en graves problemas.

- Ok, les tocará la cuarta parte de mi pastel de bodas.

Todos hicieron una mirada de duda.

- Se los juro, yo me las arreglare para que así sea.

Los tres asintieron con la cabeza y empezaron a moverse fuera del cuarto mientras Merida regresaba a su habitación a empacar en un pequeño saco de cuero lo que necesitaría para su primera y probablemente última gran aventura.

Destino y LibertadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora