PARTE I

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¿Cuánto puede sufrir una persona por los males que le afectan? Y, sin embargo, lo bien que sabe, cuándo, esos mismos males, son los que te ayudan a salvar la vida. ¡Qué raro es todo! –Habló en voz alta mientras se estiraba con desgana, al tiempo que intentaba olvidar el sabor metálico de aquellos vetustos raviolis de lata-. Desde luego, si su madre hubiera estado viva, estaría la mar de defraudada con aquella dieta, a base de pasta y carne en conserva, que se había impuesto. Sí, siempre que se pudiera decir que había algo de lo primero, pasta, o de lo segundo, carne, en aquel envase abollado de envoltorio descolorido. Sí, la verdad era que, el recuerdo de su madre, le había servido al principio para mitigar la terrible soledad. Así, jugaba a hablar con ella, mientras simulaba divertido que, mamá, continuaba regañándole, con aquella mezcla tan hermosa de dulzura y seriedad.

Eso fue al principio. No recordaba si la imagen de su madre desaparecida le había mantenido cuerdo en los primeros cien días desde que, el sol, se había hartado de la humanidad. Cien días, doscientos días o quizá más. No estaba seguro del tiempo que había pasado desde que todo se había ido al carajo. Durante días, intentó mantener un control del paso del tiempo pero, al final, se dio por vencido. Probablemente habría dejado de contar los días, las semanas e incluso las horas del día, poco después de cruzarse con el último superviviente. Tuvo que hacer un poderoso esfuerzo por recordar a aquella pobre muchacha, o por lo menos eso le pareció a él. Porque, tras aquella capa de ropas sucias, plásticos y papeles que ella llevaba, parecían mirarle un par de ojos de mujer joven. Lo que sí sintió, con cierto orgullo -porque había de esconderlo, total estaba sólo-, era la envidia que se adivinaba en aquella mirada angustiada.

En efecto, parecía extraño que su enfermedad, un motivo por el cual había estado separado del mundo poco más que como un apestado, seguía igual de viva y poderosa para apartarle de otra persona. Quizá, la última persona viva del mundo, aparte de él. ¡Qué tragedia! –Suspiró- En aquel momento, mientras se cruzaban, probablemente, los dos últimos supervivientes de aquella humanidad, que tanto había progresado, volvía a aparecer la envidia, un terrible sentimiento.

Extraña enfermedadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora