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El cuerpo se le tensó como un alambre a punto de romperse. Hizo un último esfuerzo y, finalmente, se rindió. Allí arriba, a sólo unos centímetros, estaba el marco de aluminio, cuando llegara a él sería como una cuchilla que le abriría como a una fruta madura. Sintió una pena enorme por Susana que quedaría abandonada y moriría de dolor o de hambre. Para él, todo acabaría en un momento. Se relajó y...
― Estás tonto.
―¿Susana? ―preguntó con aire estúpido.
―¿Quién voy a ser capullo? ―La chica hablaba con dificultad, mientras agarraba con fuerza el trozo de cuerda que colgaba de su muñeca.
―Gracias ―admitió avergonzado―. Soy la leche. Se suponía que tenía que salvarte.
―Pues estoy aviada compi ―sonrió con una mueca de dolor.
Con mucho esfuerzo la chica tiró del cabo y él notó como los pies volvían a tocar el suelo. Aquello le animó y pensó en apoyarlos en la pared, bajo la ventana. Así, entre los dos, consiguieron que la pesada hoja de la puerta volviera a elevarse en el hueco, entre los dos edificios. Les costó un poco asentarla en el quicio de la ventana de la otra casa pero Mario creía que, después de su historia con la ventanita, estaba dispuesto a sobrevivir a cualquier cosa.
―Vamos, un poco más ―gruñó la chica.
Si. Ya estaba. La puerta se encajó con un crujido extraño. Él no pudo contenerse y la abrazó con fuerza. Susana se quejó en un murmullo y cayó al suelo como una muñeca rota.
―Mierda Susi
― No puedo con el pellejo amor.
La palabra le sonó rara en su cabeza. Así le llamaba su madre y le había resultado tan lejano escucharla en la boca de aquella chica.Pero el tiempo apremiaba. Aquellos cabrones estarían a punto de salir de caza y tenían que poner tierra de por medio.
―Vamos guapa tenemos que salir de aquí.
―Heyy, tranqui. No pensé que cuando me dijiste que contigo todo sería una aventura me iba a ver despellejada y haciendo de trapecista en una mierda de ventana.
―Susi, lo sé pero hay que espabilar ―la mirada de ella se endureció durante un instante, para luego aflojarse.
―Venga ayúdame. Todo lo que puede pasar es que me caiga y pegue un orejazo de cagarse. Total qué más me da.
―No digas eso ni de broma ―sonrió con su mejor convicción―. Vamos espabila guapetona.
Con sumo esfuerzo ella logró incorporarse. Mario se alegro pero, al mismo tiempo, estaba aterrado con el tiempo que estaban perdiendo. Sus tres perseguidores tenían que estar a punto de moverse y él, ni siquiera, estaría en el pasillo defendiendo la entrada. Con suavidad intentó que la chica saliera por la ventana. Ella reprimió un gemido cuando miró al vacío.
―Mira al frente.
―Tarde joder, tarde ―se lamentó con angustia―. Esto está alto de cojones.
―Vamos chata sólo son un par de metros. Si salimos de aquí viviremos.
―Si y si me aostio me convertiré en un mojón ―le respondió agriamente.
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Extraña enfermedad
Science FictionEl fin del mundo. Un único superviviente. ¿Te enfrentarías a una gran decisión? Si te gusta mi estilo disfruta de una aventura más grande en El Maestro de Jarcia disponible en Amazon en formato ebook para muchos dispositivos (http://bit.ly/ITUJ1O)