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Mario movió la tierra con cuidado. Temía que hasta el sordo rumor llegara hasta los oídos de aquellos dos cabrones. ¿Cuánto había pasado desde que los esperó en aquel estrecho y empinado pasillo? ¿Días?, ¿Semanas? Ni idea ─Se contestó en un susurro.
Pedro y María estaban acechando la puerta. Parecían más delgados y aquello le sorprendía. Y… ─¿Dónde coño estaría aquel mamón de Raúl. ¿Estaría dando la vuelta por algún lado? No podía ser.
─ ¿Y Raúl? ─Susana parecía adivinar su pensamiento.
─No sé. No lo veo.
─Si nos la vuelve a jugar estaremos muertos ─dudó─. Aunque no tengo claro que eso fuera nada malo espicharla ahora…
─No lo digas ni en broma. Estamos vivos y eso es lo que importa ─ella lo miró con dulzura infinita desde la mueca de sus quemaduras.
─¿Sabes que te quiero?
─Lo sé ─Se había acostumbrado a oír aquella pregunta. Sonaba tan bonita, aunque la voz que la pronunciaba seguía arrastrando las palabras.
─No dejes que nos pillen otra vez. Por favor ─ella rogó y su rostro quemado brilló por la mortecina luz de la luna.
─Lo haré ─Y apretó el mango de la cuchilla con fuerza hasta que sus ennegrecidos nudillos amenazaron en convertirse en blancos.
Se concentró de nuevo en la pareja que los perseguía. Se habían apostado a ambos lados de la puerta. Pedro parecía hablarle a María y ella agitaba la cabeza asintiendo. Aquel momento lo había estado temiendo desde hacía muchos días. Cuándo aquella noche, de hacía varías semanas atrás, ellos no aparecieron no supo que pensar. Algo había pasado estaba claro pero no esperaría a tener una segunda oportunidad. Al cabo de un par de horas se decidió a moverse. Y aquel asunto era muy complicado. Susana no podía moverse y cualquier atisbo de hacerlo la laceraba con terribles dolores de aquellas quemaduras horribles del puto sol. Pero debía hacerlo. Debían escapar. Así que se estrujó la sesera para buscar una solución. Después de un rato había improvisado una camilla sobre la que puso, con todo el cuidado del mundo, a aquella adorable chiquilla. Lo siguiente era buscar la forma de salir de aquella ratonera. Lo más fácil era, desde luego, bajar por la escalera y salir por la puerta pero, aquello, les pondría enseguida en aprietos porque Pedro había demostrado haber aprovechado sus domingos de caza con su padre. Actividad de la que no paraba de vacilar en el instituto. ─¡Joder! el puto padre podría haber sido electricista y de hobby podría haberle gustado la papiroflexia. Había pensado más de una vez. La presión de pensar y esperar que Raúl y los suyos aparecieran le hizo que la cabeza le estallara. Y, desde luego, ya no había posibilidad de servirse de paracetamoles o ibuprofenos. Al final, se decidió por probar con un estrecho ventanuco que encontró en el cuarto.
─Susana, cariño. Tenemos que movernos ─le musitó al oído.
─No puedo. Vete tú, Déjame morir.
─Y una mierda. De aquí salimos los dos o ninguno.
─Jodido idiota pues no saldremos ninguno. No ves que me muero joder…
─No te mueres lo que pasa es que eres muy vaga.
─Idiota ─Ella intentó sonreír pero sus labios no existían y el gesto era horroroso.
Pero él no dejó que le traicionara el asco de ver aquella muñeca deformada derrotada por el dolor. Susana le había salvado y, por primera vez desde que mamá había desaparecido, alguien le había hablado con amor. No la dejaría aunque le costara el pellejo. Volvió a insistir en la estrecha ventana. Rompió el cristal opaco, en algunas partes, por el ennegrecido hollín y translúcido, en otras, por el vidrio derretido. Allí, a unos tres metros había otra ventana. Pero pegar un salto no parecía muy buena opción. Si para él, lo más probable que acabara en una natazo de película, intentarlo con Susana en la camilla improvisada era de chiste. ─¿Qué pollas hacer? Volvió a buscar en el cuarto. Algunas sillas ruinosas y papeles arrugados parecían las únicas posibilidades de éxito. Después de un rato reparó en la puerta de la estancia. El techo era alto. Se notaba que era una construcción antigua. Por lo menos tendría unos cinco metros por lo qué. ─¡La puta puerta tendrá unos tres! Pero la cosa no era fácil. Aunque la puerta era larga, tenía dos hojas y eso hacía que una de ellas fuera especialmente estrecha. Sacarla por la ventana y que llegara a la otra del edificio de enfrente era otra historia. Pero, total, tampoco había nada que perder. Con un pequeño destornillador sacó los esbirros de las bisagras y la puerta cayó al suelo con un terrible ruido. CONTINUA EN PRÓXIMA PAGINA
─Mierdaaaaaaaaaa ─Susana había berreado como un becerro.
─Hostia perdona, culpa mía. Tenía que haberte avisado.
─Joder ¿quieres acelerar el que la casque?
─No mierda lo siento.
Arrastró la pesada puerta hasta la ventana. Todavía no sabía como la levantaría hasta el hueco, ni tampoco si sería capaz de aguantarla en vilo sobre el vacío. Pronto no tuvo más remedio que afrontar aquellos problemas. La puta puerta pesaba un montón y apenas era capaz de levantarlo unos centímetros. Había que buscar una solución. Se acordó del principio de la palanca y se rió de encontrarle por fin algo de utilidad a aquellos días de estudios del pasado. Con una silla consiguió levantarla bastante y la deslizó hasta un antiguo radiador de pared. Respiró e intentó controlarse. El pecho amenazaba con romperse por el brutal esfuerzo. Cuando se recuperó un poco volvió a meter otra silla debajo de la puerta. Después, volvió a meter la silla y, de nuevo, consiguió que la madera volviera a subir otro trecho. Ya casi estaba. Un poquito más y lo conseguiría. Por fin. La puerta quedó encajada en el hueco de la ventana. Cabía justa, justa. Recuperó el aliento y comenzó a empujarla. Despacio al principio, poco a poco, la madera se fue encastrando en la ventana. Al cabo de un rato, cuando estaba a punto de rendirse, la madera llegó a su punto de equilibrio y, ella sola, comenzó a balancearse. Ahora venía lo difícil. Lograr que no se cayera en mitad del hueco. Pero ya tenía una idea.
─¿Qué haces?
─Tranquila Susana estoy intentando que nos escapemos de aquí.
Buscaba un trozo de cable grueso que había visto en un rincón. Cuando lo encontró lo estiró y comprobó que no se rompía. Contento con las pruebas volvió a la madera y ató uno de los extremos al picaporte. El otro lo pasó, con bastante fortuna, por la parte de arriba de la ventana. Allí había un segundo juego de ventana en un marco de carpintería de aluminio. No es que aquel material fuera muy seguro pero era lo único que tenía.
─Ahora nos la jugando todo a una ─masculló.
Empujó con la tripa y, al mismo tiempo, aguataba con todas sus fuerzas la madera. Debía hacerlo poco a poco. Parecía que la madera llegaría bien al otro extremo pero…
─Pero, ¿qué mierda….
La puerta pesaba cada vez más y notó como sus brazos se estiraban al máximo. Además, como no podía tirar fuerte el extremo de la puerta estaba por debajo del alfeizar de la ventana del edificio de enfrente. Así no lo conseguiría nunca. Pero debía intentarlo. Otro empujón con la panza y…
─Mierda –la voz se le ahogó en la garganta.
Se había envuelto un lazo del cable en la muñeca y ahora el peso de la puerta, multiplicado por la longitud del vano hacía de palanca. Lo malo es que, ahora, el peso que se levantaba era el de él. La había cagado. Notó como su brazo amenazaba con descoyuntarse y, al mismo tiempo, los pies dejaron de tocar el suelo. Se iba a quedar como un gilipollas colgado de la ventana. Raúl y sus compadres lo iban a tener de puta madres para rebanarle el pescuezo.
─Seré gilipollas ─Las fuerzas le abandonaron de pronto. Sintió como subía como una flecha. Dentro de nada chocaría contra el aluminio y, luego, caería, debajo de la puerta─. Seré gilipollas.
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Extraña enfermedad
Science FictionEl fin del mundo. Un único superviviente. ¿Te enfrentarías a una gran decisión? Si te gusta mi estilo disfruta de una aventura más grande en El Maestro de Jarcia disponible en Amazon en formato ebook para muchos dispositivos (http://bit.ly/ITUJ1O)