PARTE XIV

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Tardó dos largos días en dar con María. Le costó mucho. No se atrevía a aventurarse más allá de dos horas antes del amanecer, para evitar encontrarse sin un refugio que lo defendiera del terrible sol. A media madrugada del segundo día escuchó el motor del coche y se escondió dentro de un destrozado y medio derretido quiosco de prensa. Por delante de su escondite pasó el vehículo. Sólo vislumbró dos cabezas dentro, por lo que se imaginó que la pareja que faltaba estaría en su campamento o... 

—O en la barriga de esos dos —dijo con una sonrisa.

Salió del quiosco y buscó un refugio mejor. Si sus perseguidos habían salido con el coche tan tarde en la madrugada era, más que probable, que volvieran pronto para evitar el sol. Su opción más adecuada parecía un edificio de oficinas con las vidrieras oscurecidas. Se coló por una reja reventada y saltó por encima de un torno de acceso.

—Joder, aún me mantengo en forma —exclamó al tiempo que recordaba como se colaba en el metro cuando era más pequeño. 

Registró en la sala de descanso del edificio pero no encontró nada que llevarse a la boca. Las máquinas expendedoras de bebidas y comida hacía meses que habían sido reventadas y el botín obtenido servía de alfombra de la sala en forma de envoltorios arrugados. Cabreado y, con un hambre que le retorcía las tripas, se puso a registrar en el macuto. La última lata le miró con aire melancólico como si fuera a decirle -Más vale que te pongas las pilas-.

—Mierda... ¡mejillones! —movió la cabeza con desgana. Los puñeteros mejillones eran asquerosos, sobre todo si estaban en la salsa aquella anaranjada—. Joder...

Dejó la lata y volvió a rebuscar en las máquinas pero allí no quedaba nada. No tenía otra posibilidad así que, con aire cansino, abrió la lata y con un pequeño cuchillo los fue pinchando de uno en uno. Cada vez que se los metía en la boca tenía que taparse la nariz del asco que le daban. Cuando acabo la lata, no sólo se contentó con haber acallado su estómago, si no que había terminado con aquella comida que le daba tanta angustia. Para olvidar el asco se concentró de nuevo en el edificio en el que se encontraba y que volvió a representar un buen objetivo.

Comenzó a andar por todos los rincones. Se paraba, de vez en cuando, para registrar los armarios y las cajoneras pero estaba claro que habían sido objeto de interés de algún superviviente tiempo atrás. En un cuartucho de limpieza se hizo con una pesada rasqueta que estaba sucia pero muy afilada. Parecía ser una buena opción si se volvía a encontrar con María y sus amigos. Poco a poco, acabó por recorrer todo el edificio sin encontrar nada más interesante, a excepción de un chusco de pan mohoso y duro como una piedra que, en tiempos, había sido parte de un bocata de  chopped. Un bocado y los hongos le rascaron la garganta al tragarlo.

—¡Qué rico! —se engañó y siguió su paseo por las oficinas.

Poco después, encontraba la azotea. Se abrió paso por una puerta desvencijada por el abrasador sol y salió al aire libre. De inmediato, notó el principio del calor matutino y pensó en regresar al interior para buscar un refugio seguro pero algo le detuvo. Cerca volvía a sonar el motor del coche de sus perseguidos. Se asomó con cuidado y vió como el vehículo marchaba hacia la entrada del metro. Mientras veía el vehículo y sus evoluciones descubrió a dos figuras pequeñitas junto al acceso del subterráneo.

—Así que todavía no os habéis comido —alzó la voz porque estaba seguro de que, desde la distancia, no podrían oírle— A lo mejor, en esto os puedo ayudar.

Los observó con cuidado de no mostrarse. Se veía que tenían prisa por esconder el coche porque el sol estaba a punto de salir. Bajaron el vehículo con presteza por la rampa y, él, comprendió que habían roto los escalones para permitir su acceso. Detrás de ellos María llevaba en sus manos algo de colgaba flácido. Rebuscó en su macuto y encontró los prismáticos que utilizaba en casa para ver por las ventanas y apuntó con ellos a la mujer. Afinando con la ruedecilla pudo distinguir que lo que había cazado la pareja era un gato abrasado. 

—Esta noche toca carne puta —masculló y, rápido, se metió de nuevo en el interior del bloque de oficinas. El sol estaba a punto de salir y no había que excederse en la garantía de su piel ennegrecida—. Nos queda un largo día para pensar y prepararnos.

Extraña enfermedadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora