PARTE X

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—¿Lo habéis oído? —la femenina voz preguntaba con aire temeroso.

—Será el viento —añadió Raúl, poco convencido y continuó— Todo esto se cae de viejo. Es normal que cruja.

—Tú dirás lo que quieras pero yo he escuchado como una voz —María estaba segura y comenzó a entrar en la tienda.

—Me va a ver, joder, me va a ver —Le dolía la cabeza y estaba atenazado por el miedo. La muchacha se internó más en la tienda, mientras que miraba hacia todos los rincones. La suerte para él era que estaba todo en ruinas. Tantos bultos y escombros y la mala visión de las personas podían ayudarle. —Joder María en el colegio ni me mirabas hija puta —Su cabeza volvía a trabajar a marchas forzadas. Se imaginó como uno de aquellos dibujos animados que veía de pequeño al que le salía humo de la nariz y las orejas al pensar concentrado. Un ruido lo asustó y vió que la mujer también saltaba hacia un lado aterrada. Al final de la tienda había caído una madera con un estrépito enorme que a él casi le parte el alma. Los tres acompañantes de María entraron en la tienda y Raúl estuvo a punto de pisarle la cabeza a él. Estaba tan cerca que podía oler el asqueroso olor de sus pies sin lavar desde hacía meses o años.

—Que pollas —Raúl estaba asustado.

—Allí, al fondo —el tono de María parecía revelar que se había repuesto— ¿Lo véis?.

—¿Un fiambre... —empezó a hablar la otra mujer del grupo.

—No, joder, detrás de la momia —estaba enfadada— ¿Lo ves?

—Ostia eso... ¿Qué coño es eso? —hablaba el que había matado a aquel desgraciado.

Él no se imagina que podía ser pero, ahora, estaba aterrado de haber dormido todo un día al lado de lo que fuera que estuvieran viendo aquellos asesinos. Volvió a concentrarse en ellos y observó como levantaban los cuchillos y machetes. Fuera lo que fuera debía de ser una amenaza, por lo que aún se arrepintió más de no haber revisado bien la tienda la noche anterior. Comenzó a preocuparse de verdad.

—Pero que coño será —Raúl se adelantó y él agradeció dejar de oler los puñeteros pies de aquel capullo integral y salvaje.

—Cuida... —La otra mujer gritó pero su voz se quebró en un grito.

El ruido se acrecentó. Para él sonaba como un gruñido de un animal pero sonaba roto, hueco, extraño. Por fin lo vió. Era un perro. Pero el animal estaba quemado. Su cuerpo lastimado por el sol se había abierto en ampollas y úlceras terribles. Pensó que el pobre bicho gruñía así por el dolor terrible de sus herida pero, en seguida, observó que tenía un profundo corte en el pecho. Por el agujero se le escapaba un pulmón y la vida. Acorralado, el animal se convirtió en una bestia que se lanzó con los dientes por delante para buscar una salida. Raul, María y la otra pareja se interpusieron sabiendo que aquella batalla podía estar ganada. Los ladridos extraños, guturales y roncos del perro le abrumaron el alma. No podía ni imaginar que podía estar pasando por la mente de aquel bicho.

—Métele por detrás mientras lo distraigo —Raúl hacía señas a su compañero.

—Está bien pero ten cuidado —advirtió María.

Siguiendo el plan, el primero se adelantó y comenzó a hostigar al animal, que se concentró en hombre que tenía delante. Mientras tanto, el otro se puso lentamente a su espalda y, cuando adquirió la suficiente valentía, porque no se trataba de asesinar a un desdichado agotado y desarmado, le descargó un golpe enorme con el machete. El perro lanzó un grito horrible, espeso,  que dibujaba la amarga melodía del dolor más terrible. Dos, tres pasos y el chucho se desplomó con un último suspiro.

—Ya tenemos comida —Gritó contenta María.

—Sí y por partida doble —añadió Raúl con más alegría, mientras miraba hacia el exterior de la tienda.

Extraña enfermedadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora