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Pedro y María seguían agazapados en la puerta de acceso a su viejo escondite. Mario no pudo evitar sonreír porque les parecían actores de aquellas pelis insufribles de polis y ladrones. Pero ahora era diferente, Ahora se jugaban la vida. Apretó de nuevo la pistola y se sintió un poco más seguro. Aquellos dos parecían haberse decidido y, en un momento, desde la distancia le llegó nítido el ruido de la puerta de madera al reventar bajo el peso de la patada del muchacho. Justo, un instante después, ambos entraron corriendo en el estrecho pasillo que ascendía hasta la planta superior. Apenas pasó un minuto volvió a ver aparecer una figura en el rellano.
—Joderos hijo putas —murmuró por la bajo. Allí abajo, María se sostenía el brazo y Pedro había caído de rodillas.
—No os ha gustado el regalito que os dejé, ¿verdad cabrones? —volvió a musitar.
Se refería a las estacas que había colocado, días atrás, en las paredes de la angosta escalera. En la oscuridad de la noche y con los ojos quemados por la intensidad solar diurna, ambos se habían metido a la carrera y habrían subido como locos por los escalones. Según podía ver la chica se había clavado una estaca en el hombro y Pedro se agarraba las tripas. —No había sido mal comienzo —volvió a pensar en voz alta.
—¿Vamos por ellos? —silabeó Susi detrás de el.
—Espera, tengo que estar seguro que no tienen armas de fuego.
—En el fondo me dan pena —volvió a comentar ella.
—¿Cómo puedes decir eso? ¿Estás loca? —estaba sorprendido— Joder, ¿No has visto de lo que son capaces.
—Si pero al joderse todo yo...
—No me jodas. Son unos putos cabrones y merecen espicharla.
—Sigo creyendo que tendríamos que ser más humanos. Todos ellos y nosotros. ¿Cómo tiraremos para delante en esta mierda de humanidad?
—A mi sólo me importas tú y yo —Mario estaba enfurruñado—. Estos no me importan una mierda. En cuánto pueda me acerco y los liquido. Te lo juro.
—¿Te oyes hablar? Tú no eres así.
—¿De verdad? A lo mejor es que no me conoces lo suficiente.
—Creo que el que no se conoce eres tú Mario —ella le acercó la mano y acarició con un dedo su espalda—. Tú no eres así. Eres un encanto. Alguien que me ha hecho tan feliz no puede ser así de duro.
—La vida...
—La vida no —le interrumpió— Quieres representar algo que no eres. Recuerda que yo me enamoré de ti. Del Mario de antes, no del de ahora. No de este remedo de chulo putas metido a asesino profesional. No te va el papel.
—Pues te tendrás que acostumbrar. El mundo que nos toca vivir es este y cuando antes nos pongamos las pilas mucho mejor. Y, ahora déjame que vigile a ese par —estaba disgustado y quería cortar la conversación.
—Tú verás —ella no iba a consentir ser un apéndice de él y quería hacerle ver que tenía su propia opinión de las cosas.
Mario la ignoró. Se concentró de nuevo en María y Pedro que se abrazaban, entre confusos y doloridos. Sabía que debía esperar la ocasión y pillarlos cuando estuvieran más distraídos. No podía arriesgarse que alguno de ellos tuviera una pistola. Y, además, estaba aquel cabrón de Raúl al que seguía sin verle el pelo. —¿Dónde coño estará?
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Extraña enfermedad
Science FictionEl fin del mundo. Un único superviviente. ¿Te enfrentarías a una gran decisión? Si te gusta mi estilo disfruta de una aventura más grande en El Maestro de Jarcia disponible en Amazon en formato ebook para muchos dispositivos (http://bit.ly/ITUJ1O)