PARTE VIII

10.2K 30 0
  • Dedicado a Fany Benitez Morales
                                    

Como se había imaginado, el tiempo parecía no pasar. Intentó volver a encontrar el destello verde pero no lo logró. Sin embargo no se desanimó y comenzó a conjeturar sobre que podía ser. Cuando ya estaba a punto de desesperar comenzó a notar como el ardiente aire caliente se moderaba un poco. Con cuidado fue asomando la nariz desde su envoltorio de lona y confirmó que el astro estaba desapareciendo en el firmamento.

Con paciencia, fue acercándose hasta el trozo de metal que había colocado sobre el escaparate y con el que pretendía que le indicara la posición del motivo de su curiosidad. Espero un rato más y fue despojándose del trozo de toldo que lo había protegido en aquella interminable mañana. Mientras salía de la destrozada tienda, siempre con cautela, sonrió con tristeza al comprobar que su piel seguía convertida en una excelente coraza contra la radicación. Con método y, utilizando el hierro como referencia, empezó a explorar en la zona en la que creía haber visto aquel colorido verde. La búsqueda le desanimó. Removió los cascotes y los trozos de chapas quemados pero seguía sin encontrar nada.

Tampoco era tan extraño. El ardiente sol había aumentado la intensidad de su brillo y los ojos habían perdido agudeza. Desde hacía tiempo él notaba como una neblina que, al atardecer, se convertía en una espesa cortina que le impedía ver con claridad. Cuando ya estaba a punto de abandonar su búsqueda, por el rabillo del ojo, percibió algo. Enfrente de él había un antiguo parquecillo en el que, tiempo atrás, jugaban los niños. Ahora estaba quemado y gris y, algunos de los juegos se habían desplomado, sobre todo uno de los toboganes, que se había derrumbado sobre los antaño verdes y frondosos parterres.

Al acercarse observó como la ajada atracción infantil había formado una especie de cueva sobre los estériles arriates del parque. Cuando se fijó con más atención tuvo un sobresalto. Allí, justo debajo de aquella especie de urna, formada por el tobogán, había, si, había una planta. Era apenas un tallo pero lo era. Vaya si lo era. Se arrojó en el triste suelo y se aproximó con mucho cuidado a aquel resto de vida que era lo único que había encontrado en aquel mundo muerto.

—¡Qué alegría! —Reprimió un grito porque le asustaba hasta su propia voz en aquella tierra silenciosa—. Amiguita espero que esto sea el inicio de una gran amistad.

Extraña enfermedadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora