Las semanas siguientes transcurrieron apenas en un fugaz instante. Mario descubrió un mundo nuevo de la mano de Susana. Así, después de su primer encuentro, ambos se escondieron de Raúl y su grupo. Parecía un juego del ratón y el gato. Todas las anochecidas, Susana y él, salían de su escondite y corrían a esconderse. Por su parte, los caníbales comenzaban su búsqueda. Durante esas horas Mario escuchaba como Pedro continuaba obligando a sus compañeros en continuar con la persecución. Pero, igualmente, reconocía que Raúl y María evolucionaban y, cada noche, sus comentarios anunciaban que estaban hartos de aquella historia de venganza. Incluso Mario pensaba que cada uno de estos dos tenía motivos diferentes para su hastío pero aquello era sólo una suposición.
Susana seguía con él, cada noche. Sus conversaciones les habían hecho intimar. Ella parecía un alma gemela. Su fealdad la había señalado desde pequeña. Igual que a él le había pasado con su enfermedad. Durante las mañanas, hablaban sin parar. Cualquier tema era bueno. Y Mario comenzó a sentirse tan a gusto con ella como en los mejores años con su querida mamá. No creía que aquello fuera malo. -Mamá lo entendería- se decía cuando algún nubarrón de malos pensamientos le atravesaba la cocorota. Cada hora que pasaba con ella le hacía ver aquel mundo de mierda un poquito mejor y, eso, era muy sorprendente. Había perdido la esperanza de que pudiera mejorar.
Aparte de dar el esquinazo al grupo de los caníbales, Susana y él, se ocupaban de encontrar comida. La chica le había explicado que había probado algunas fibras vegetales de ropa y que se podían comer. Creía que era imposible papear una camiseta de puro algodón pero después de que el estómago le protesta acabó por decidirse. Aquello sería mejor que comerse a un congénere. O, por lo menos, así lo creía él.
Aquella noche se demoraron un poco en ponerse a vigilar a sus perseguidores y haciéndose bromas tardaron un rato en salir de su escondite. Cuándo salieron vieron un haz de luz de una linterna.
—Debe ser Pedro —susurró Mario.
—Seguro —afirmó ella—. No parará hasta que te rompa el culo —su risa sonó bajito pero a Mario le pareció que era ensordecedora.
—Vamos. No quiero tener más problemas de los que ya tenemos.
—Vale —ella seguía riéndose.
—¡Te pillé! —el grito restalló como el acero frío en la noche recalentada.
El golpe pilló a Mario completamente despistado. Sintió un dolor terrible, lacerante y que palpitaba en su frente. Aunque quiso resistirse, sus piernas se aflojaron como las madejas de la lana desordenada que su madre le obligaba a enredar. Los gritos de Susana se oían en la distancia, como si el espacio se hubiera congelado y el sonido no fuera capaz de atravesar sus espesas capas.
Raúl volvió a golpearle. Esta vez su pecho amenazó con romperse pero logró mantener la consciencia unos segundos más. Por encima de él, la voz de aquel chulo cabrón sonaba triunfante.
—Te lo dije Pedro íbamos a pillar a estos cabrones.
—Si lo dijiste —respondió el aludido que tenía agarrada a Susana fuertemente por los brazos— Déjame que lo joda ya.
—No para —María acaba de llegar y todavía tenía la respiración agitada de la carrera. Ella era la que había hecho el paripé de la linterna para confundirles y que pensaran que estaban lejos—. Tenemos que comer. Hemos acabado lo que teníamos almacenado.
Pedro agachó la cabeza. Lo que habían almacenado era el despojo de Marta. Se había resistido durante días a comer su cuerpo. Al final, María lo había convencido. Le había dicho que era necesario seguir viviendo aunque sólo fuera por la memoria de su chica. Aunque tardó algunos días su cuerpo se lo demandaba por lo que habló con su amiga. Le trajo un pedazo irreconocible que él agradeció a María compartiéndolo con ella. Para agradecérselo la chica se le ofreció y él no se resistió. La embistió con bestialidad y no paró hasta que reventó de placer y los calambres le atenazaron la espina dorsal. La voz de Raúl le llevó de nuevo al presente.
—Tiene razón la piba Pedro —Raúl sacudió la cabeza— Vamos a llevarlos para casita.
El gigante golpeó de nuevo en los riñones a Mario y se acercó a Susana. La chica estaba como muerta. Su cabeza estaba entre los hombros, desmadejada, y se dejaba apretar los brazos detrás de su espalda por Pedro.
—A ver que tenemos por aquí —con un golpe le arrancó la capucha— ¿Quién coño eres? CONTINÚA EN PRÓXIMA PÁGINA
—Déjame —se lamentó Susana y él no pareció reconocer su voz— déjame…
—Dame la puta linterna —inquirió a María—. No sé quién es —con la luz en la mano enfocó a la chica, mientras con la mano izquierda agarraba brutalmente su barbilla—. No la reconozco. Acércate Mary tú tienes más memoria.
—No es cuestión de memoria —respondió ella—. La muy guarra tiene más mierda en la cara que yo en el coño —se escupió en la mano y le restregó el rostro.
—Ostias es la boca ratón —Raúl se sorprendió reconociéndola—. ¿No la había cascado?
—Está claro que no —respondió María—. Pero está claro que la cascará pronto —añadió.
—Vamos con los dos —ordenó Raúl— ¿Y la pipa?
—No la lleva encima —respondió Pedro mientras palpaba a Susana.
—Lástima, nos iría de muelte —respondió con acento cubano que solía imitar, como una de sus mejores gracias—. Vamos a tirar para casa.
Entre María y Raúl levantaron a Mario que estaba casi inconsciente. Lo empujaron brutalmente y los cinco se dirigieron hacia el metro. En la cabeza de cada uno se formó una niebla de pasión. Raúl estaba imaginándose lo ricos que estarían aquellos dos capullos y sobre todo la boca ratón, aunque entre los dos no tenían chicha casi para uno. Y, este pensamiento, volvió a repiquetear en su mente. Dentro de poco tendría que tomar una decisión con respecto a sus amigos. No debía olvidarlo.
Llegaron en pocos minutos al subterráneo. La verdad es que lo tenían bastante bien montado. Tenían suerte que todavía llegara electricidad. Cosas de la energía nuclear pensaban ellos. A saber de dónde venía la corriente. Pero la cosa era interesante porque tenían varios congeladores dónde habían almacenado bastante comida. Y ésta de todos los tipos inimaginables. Era sorprendente lo que se puede comer cuándo hay hambre.
Ataron a Mario en una pared aprovechando un desvencijado pasamano. Para boca ratón había otro plan. La tiraron sobre un camastro. Ella volvió a llorar y Raúl se rió con fuerza y el ruido resonó en las paredes del túnel polvoriento.
—¿Qué te pasa chati? —Vomitó sarcasmo— Yo creo que cuándo andabas con nosotros aquí, mi amiga, —se apretó la entrepierna— no te probó.
—Fóllatela —comentó sin interés Pedro. Su mente estaba demasiado ocupada pensando en el coñito de María y en lo guarra que era—. Métesela toda.
—Ves como me quieren mis amigos —gritó Raúl.
Se acercó lentamente a Susana. Llevaba un aire triunfal. Se sacó los pantalones y, a pesar del momento cómico en que estuvo a punto de caerse, la atmósfera del lugar parecía haberse solidificado. La chica intentó levantarse pero María la abofeteó y luego la empujó al catre. Delante de ella Raúl la observaba lascivo con una enorme polla apuntando hacia ella.
—Espera y verás como conoces a un tío de pelotas —se carcajeó.
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Extraña enfermedad
Science FictionEl fin del mundo. Un único superviviente. ¿Te enfrentarías a una gran decisión? Si te gusta mi estilo disfruta de una aventura más grande en El Maestro de Jarcia disponible en Amazon en formato ebook para muchos dispositivos (http://bit.ly/ITUJ1O)