Hani miraba los neones pasar a toda velocidad a su alrededor; el viento picando sobre su cara hacía que sus ojos se llenasen de lágrimas, estropeando su maquillaje. Apretó su agarre alrededor de la cintura de Hyun, escondiendo su cara en la chaqueta de cuero de la chica. La motocicleta pasó con un fuerte zumbido entre los coches parados en el semáforo, ignorando la roja luz que teñía la noche de sangre.
El pelo escarlata de la conductora le pegaba latigazos en la cara constantemente. Otra motocicleta las avanzó por la derecha: dos chicas con la misma chaqueta de cuero, sin casco y saltándose todas las normas de seguridad vial. La chica paquete de la otra moto abrió la boca, soltando un agudo grito que quedó silenciado por el ruido nocturno de la ciudad. Soltó los brazos de la cintura de su conductora, arriesgándose a caer. Así eran ellas, las sukeban; vivían por y para el peligro, la adrenalina era su droga.
Las motos se introdujeron en una calle secundaria, y luego a un callejón aún encharcado por la lluvia de esa misma tarde. Los neumáticos dejaron de rodar y el humo que salía del tubo de escape de las enormes motocicletas parecía algodón bajo los focos que las iluminaban, los motores rugían en el silencio absoluto.
Hani soltó a la pelirroja que la había traído hasta su casa. Sus botas militares chapotearon en el charco en cuanto saltó de la moto.
- ¿Nos vemos mañana?- preguntó Haeri, la conductora de la motocicleta aún ocupada. Su decolorado pelo caía liso hasta la altura de su mentón, bajo un gorro de lana negro.
- Claro.- respondió Hani, levantando una mano para despedirse de sus amigas.
- Habrá que darles su merecido, me han dejado un buen moratón.- se quejó Hye, la chica que estaba pegada a Haeri, de ojos azules como el mar.
- Cuidate, beba.- Hyun, la pelirroja, le guiñó un ojo, arrugando la nariz.
Hani se quedó delante de la puerta de su bloque, observando como las chicas desaparecían de su vista con un fuerte rugido, engullidas por la oscuridad de la noche.
Empujó la puerta de su bloque, pues siempre se encontraba abierta. Cuando subió al viejo ascensor se vio reflejada en el corroído espejo. Sus ojos, negros como el carbón, escrutaron la chica que se encontraba enfrente de ella. Delgada, de largo cabello negro y ojos almendrados; un oscuro cubre bocas ocultaba la mayoría de su rostro, pero aun así era obvio que era bonita.
Revisó su teléfono móvil antes de salir; el reloj marcaba las tres de la madrugada. Chasqueó la lengua, haciendo el menor ruido posible al introducir las llaves en la cerradura de la puerta. Un tenebroso y pequeño estudio, iluminado solo por los rayos de luna que se colaban a través de las empolvadas ventanas, se extendía frente la chica. El rechinar de sus botas sonó a medida que avanzaba por el pasillo. Dos puertas a la izquierda y una cocina que se juntaba con un sofá y una pequeña mesa de café. Nada más.
- ¿Hani?- una voz masculina apenas entendible invadió la estancia.
Recostado sobre la mesa, rodeado de vasos y botellas, yacía un hombre de unos cuarenta años. Una bolsa de snacks y un cenicero a rebosar de colillas reposaban al lado de su cabeza. Estiró una mano, perezosamente.
- No me toques.- espetó la chica con asco en la voz- Me voy a dormir.
Cogió un vaso de la cocina sin siquiera encender las luces; era ágil en la oscuridad. Lo llenó de agua y se encerró en el baño. Allí se quitó la mayoría de la ropa, quedando solamente en una corta camiseta de tirantes y bragas. Retiró su cubre bocas con cuidado, frunciendo el ceño ante la imagen que apareció en el espejo. Le habían roto el labio.
- Mierda.- susurró, apretando la herida con su dedo índice.
Sacó un botiquín del armario escondido detrás del espejo, curando sus heridas con profesionalidad; era prácticamente su rutina. Se lavó la cara y bebió del vaso con ansias. Estaba agotada. Después se dirigió a su habitación.
Escuchó los leves ronquidos procediendo de la cama de la derecha. Se había dejado la luz de la mesita encendida, haciendo que tiñese su rostro de un cálido dorado. El pelo le caía sobre los ojos cerrados, puesto que el chico se encontraba hacía rato en el mundo de Morfeo. Las puntas de su flequillo estaban teñidas de verde oscuro. Un pequeño lunar decoraba su nariz, justo encima de su fosa nasal izquierda. Sus labios eran delicados pero anchos, y estaban contraídos en una fina línea.
Hani se acercó a la cama con una dulce sonrisa en su rostro, acomodando las mantas que el chico había apartado de su cuerpo mientras soñaba. Posó sus labios en la coronilla del muchacho ducemente.
- Descansa, Tae.- susurró, apagando la luz.
Se metió en la cama con la sensación de que viviría atrapada en ese maldito bucle por el resto de su vida, que llegaría todas las noches para encontrar a su padre borracho y a su hermano agotado después de pasarse el día estudiando sin cesar. Y sí, también tenía asumido que ella seguiría en la pandilla de las H escarlata hasta que la acabasen matando.
N/A: ¡Ahh! ~ No puedo dejar de escribir fanfics *ríe* Bueno, bienvenidas a esta nueva novela: The Last. La temática va a ser completamente distinta a Paper Hearts, y los capítulos van a ser más cortos (lo que no significa que vayan a ser peores). Aún así espero que la apoyéis tanto como Paper Hearts, y si no sabéis a que me refiero os invito a que la busquéis en mi perfil y le deis una oportunidad.
¡Hasta el próximo capítulo!

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The Last [JJK] - EDITANDO
FanfictionHani es una macarra: fuma, bebe y se mete en líos. Todo en su cabeza empezó a torcerse después de un grave acontecimiento en su vida, una pérdida, un sinfín de malas decisiones. Pero cuando una serie de acontecimientos entretejen su vida con la de u...