CAPÍTULO XXVIII

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Cuando Hani salió al exterior el sol empezaba a asomarse. Caminó tranquilamente hasta la orilla del río, y tomó el puente que lo travesaba. Hacía frío, y la ciudad estaba en silencio, sólo algunos taxis y coches de trabajadores mañaneros rompían contra el frío ambiente. Hani rebuscó en el bolsillo de su pantalón, encontrando un par de billetes arrugados.

- Buenos días. - dijo el conductor del taxi cuando Hani se metió en la parte trasera del coche.

- Buenos días. - respondió ella sin ganas.

Después de indicarle la dirección de su destino se adentraron en el corazón de Seúl. Los camiones abastecían las tiendas de la avenida principal con toda clase de productos, dejándolo todo listo para abrir por la mañana, creando el primer bullicio que despertaba la ciudad poco a poco. Hani miraba las casas pasar a toda velocidad a través de la ventanilla, machadas por árboles pelados que pronto renacerían de nuevo.

Cuando llegó a casa Tae estaba al teléfono. Era muy pronto y le sorprendió ver a su hermano ya vestido, pues a Tae le costaba despertarse y aún más arreglarse por las mañanas.

- Si, está bien. Claro, yo se lo diré. - dijo Tae asintiendo, haciendo que los mechones verdes le hiciesen cosquillas en los ojos- Gracias por llamar, estábamos preocupados. Igualmente, adiós.

Tae dejó el teléfono en la mesita. Parecía cansado. Hani lanzó las botas hacia un rincón y se quitó la chaqueta, para después atar su largo pelo en un moño descuidado.

- Era el tío Gyeong. - dijo Tae acercándose a su hermana- La pasada noche papá llegó borracho y deambulando a su casa. Va a quedarse con ellos una temporada, dice que le obligará a ir rehabilitación.

- Vaya. - Hani no sabía si lo que sentía era alivio o alegría por no tener que lidiar más con él.

- Sé que el odias, pero él también lo está pasando mal. - dijo Tae con tristeza.

- Todos lo pasamos mal, y no por ello hay que abandonar a la poca familia que te queda. - reprochó Hani. Luego suspiró, llevándose dos dedos al puente de su nariz- Mira, déjalo. No vas a conseguir que perdone nunca a papá.

- Me aferro al hecho de que por lo menos sigas considerándolo tu padre.

Y después de plantarle un fugaz beso en la mejilla volvió a su habitación. Hani se quedó un rato de pie, con la mirada y la mente en ningún sitio en concreto, solo... existiendo. Se sentía aliviada y a la vez la muerte de Haeri le pesaba más que nunca. Algo plateado le llamó la atención en el suelo.

Se agachó para recogerlo, allí, medio escondido debajo del sofá; era la navaja de Haeri. La había metido en su bolsillo después de vendarle las muñecas y seguramente se había caído cuando había llegado nerviosa a casa y había tirado la chaqueta contra la pared. Hani la abrió, haciendo que la luz crease un leve brillo en la afilada hoja. Eran incontables las veces en las que Haeri había hecho daño a otras chicas con eso, y también las veces en las que esa hoja había rajado sus muñecas y sus muslos, buscando alguna forma de controlar el dolor.

Y Hani también quería controlarlo. Notó la hoja fría contra su piel cuando la puso sobre su muñeca, titubeante. No era el mejor sitio para autolesionarse, Tae podía pillarla, así que se encerró en el baño. Llevaba una camiseta de tirantes negra que quedaba arrapada a su escuálido cuerpo. Tenía muy mala cara, con los labios resecos por el alcohol y unas enormes y oscuras ojeras manchaban su bonito rostro. Una lágrima le acarició la mejilla, justo donde la cicatriz del bosque de la casa de Jimin había estado días atrás.

The Last [JJK] - EDITANDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora