19. Te hallaron

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Nunca te dejare ir, tú eres mía, te lo dije desde el inicio, no soy tan bueno como tu pensabas...


Sebastien Aubriot



—¡La van a hallar, busquen bajo de cada maldita piedra! ¡Les volare la cabeza si mi mujer no aparece esta semana!

—Estamos en eso, Sebastien pero creemos que se fue en un vuelo privado— doy un golpe  la mesa y cuelgo.

Tres rayas de cocaína. Enrollo un billete y aspiro una tras otra, limpio mi nariz y me armo un porro.

Lo fumo. Mujer mía ¿donde y con quién estarás metida? No me voy a cansar de buscarla. Ella es mía.

La puerta y Lorian niega repetidamente para luego darme una media sonrisa.

—Te dije que te arrepentirias— niego. Estoy solo pero con todo y eso no me arrepiento de lo que le hice.

—Su padre sufrió y eso era lo que yo queria— le digo con sinpleza—. Nos dañó demasiado.

Él hace una mueca y me quita el porro y le da una calada. ¿De quién creen que aprendí?

—Es tu mujer, la amas, deberías tener algo de culpa ¿o no pequeño? —niego con una sonrisa.

—Le hice un bien sacándola de allí, realmente iba a sacar a su madre y venderla al mercado negro para prostituirla, pero cuando la vi a ella me pareció mejor y más factible— confieso.

—Se supone que ese vídeo lo habías quemado— me dice— ¿por que te lo quedaste?

—Realmente si lo queme— le digo mirando al techo mientras tomo una calada—, quedó un respaldo en memoria de la cámara de seguridad, ella debe saber quién es realmente, por eso se lo mostré.

—Pero no sabes si querra volver— me carcajee.

—Volvera, ya veras que lo hará.

Lorian frunce el ceño con preocupación.

—¿Como estas tan seguro?— menee mi cabeza.

—Ya lo sabrás, hermano, ya lo sabrás—  digo con cinismo.




Mujeres danzan por aquí y por allá en el casino. El juego de cartas esta muy entretenido.

Cada uno fuma un porro, relajados. El poker siempre me ha gustado a decir verdad y me parece simple.

Todos comienzan a sacar sus cartas y yo sonrio. He ganado. Saco mis cartas en las cuales alberga una flor imperial.

Me levanto de allí y mi teléfono suena.

—Jefe, la hemos hallado— me dicen.

—¿Donde?—pregunto sin rodeos.

—Verona, Italia— ¿Verona?

—¿Italia? ¿Saben con quién esta?— pregunto.

—Con un tal Alonso Vinciguerra, señor. Según averigüe es un traficante.

No puede ser posible que lo conozca. Mierda, no me hagan esto ahora.

—Pero hay un detalle...—interrumpen mis pensamientos— Nos dijeron que ha comprado un vuelo a Estados Unidos para mañana temprano. Miami justamente.

Asiento y cuelgo.

Te has dejado en evidencia muñeca.



Aterrizo en Miami, el vuelo de Alice llega en una hora.

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