Capítulo Tres: La noticia
Los dos inspectores de policía y una conmocionada Maggey Reynold se hallaban sentados en el sofá cerca del fuego de la chimenea, única fuente de luz de la sala de estar junto a los rayos del sol que se colaban por la ventana. Se habían asegurado de que la mujer entrara en calor envolviéndola en mantas que encontraron por el salón, y sirviéndole un café bien caliente. En esa casa hacía, sorprendentemente, frío, frío de verdad.
Había transcurrido cerca de media hora en la que Julia había tratado de extraer algo de información a la señora Reynold sobre lo ocurrido la noche anterior, sin éxito. Maggey permanecía muy quieta contemplando el fuego, ausente. Susurraba de vez en cuando entre sorbo y sorbo a la taza una única palabra: Emilly.
Julia, a pesar de que aquel nombre le resultaba ciertamente familiar, decidió preguntar sobre lo que estaba diciendo.
―Díganos, ¿quién es Emilly?
Maggey no respondió, mantenía el rostro contraído en una ligera mueca de angustia. De pronto, su cara se volvió blanca, y sus ojos se abrieron de par en par. Se acurrucó aún más entre el suave tacto de la manta. Acto seguido, se tapó los oídos con las manos y comenzó a sollozar.
―Señora Reynold ―le dijo Henry alarmado―, ¿qué le ocurre?
Maggey no podía responder, estaba ocupada tratando de echar de su cabeza a aquella voz tenebrosa, la cual susurraba palabras inteligibles que se perdían en un eco atrerador.
―Por favor, ¡háblenos! ―insistió. La mujer tan solo logró musitar un débil "Ella"―. ¿A quién se refiere?
La señora Reynold señaló la ventana al fondo de la sala de estar, y, después, perdió el conocimiento.
Julia dirigió la mirada al lugar donde había indicado ella. Una muñeca de porcelana estaba apoyada en un árbol del jardín, y, como comprobarían más tarde, estaba empapada.
***************
El reloj de pulsera de Henry marcó las nueve de la mañana. Maggey dormía en el sofá sobre el que la había dejado el inspector. Julia, sosteniendo la muñeca, le peinaba sus rizados cabellos con los dedos y colocaba el vestidito verde de raso.
―¿Así que esta preciosa muñeca es Emilly? ―pensó en voz alta ella.
Henry se encogió de hombros. Se había sentado en una vieja mecedora de madera y miraba a su compañera juguetear con las caprichosas ondas del pelo de la muñeca.
―¿Qué problema puede tener con ella? Es tan solo una muñeca. ―Dirigió la mirada a Henry.
―Ni idea... Quiza no le gusten, ya sabes, hay gente a la que les de miedo. -Hizo una pausa.- No a mí, claro.
Julia rió sin ganas, y se mordisqueó el labio inferior, inquieta ante un pensamiento que le rondaba la mente.
―¿Has visto cómo se comporta la señora Reynold? No parece estar mentalmente estable.
―Probablemente se trate de algún tipo de shock post―traumático ―razonó Henry―. Es comprensible, su hija acaba de ser asesinada.
―No creo que se deba a eso, Henry. De hecho… ―razonó la inspectora colocándose un mechón de pelo pelirrojo tras la oreja―. Piénsalo, ella, en su desequilibrio, podría… haber matado a su hija.
Henry lo meditó durante unos segundos. Maggey Reynold, esa mujer que dormía no en paz en el sofá y de semblante tan compungido, tan inocente, ¿asesina? Parecía tan inconcebible.
―No tenemos pruebas, Julia ―alegó Henry en defensa de la mujer―. No han encontrado nada, ni siquiera el arma del crimen. No podemos culparla.
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Emilly
ParanormaleTras los incidentes que marcaron trágicamente la vida de Maggey Reynold, ella esperaba poder disfrutar de unos años de calma junto a su hija Madge. Pero la misteriosa muerte de su hija, una muñeca de porcelana que ha dejado de ser adorable y el fant...