Capítulo 20: Cartas sobre la mesa

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Capítulo Veinte: Cartas sobre la mesa

Julia Brown arrojó al fuego el último papel y contempló las llamas danzar. Si el caso se archivaba por falta de pruebas no debía quedar ninguna. Una pequeña parte en su interior se sentía culpable por cometer un delito, pero la otra gran parte sabía que cualquier otra opción haría sufrir a Maggey Reynold, inocente, y aquello era lo último que necesitaba.

Poco después de que Madge despertara, el doctor encargado de desconectarla abrió la puerta lentamente, desorientado, como si no supiera qué hacía allí. Emilly debió haberle hecho algo cuando trató de entrar en la habitación que lo dejó aturdido. Por si su desconcierto no era suficiente pronto quedó pasmado al comprobar que la paciente había despertado como si tal cosa. Normalmente las personas en un coma como el suyo no despertaban nunca, o si lo hacían era gradualmente, unos segundos un día, unos minutos otro. Sin embargo Madge estaba lúcida y consciente de su alrededor, aunque sí compartía cierto aturdimiento con el doctor.

Tras unas pruebas para verificar que su estado de salud era óptimo, le dieron el alta.

—Supongo que ya ha terminado todo —comentó Henry junto a su compañera.

Esta sonrió enigmáticamente.

—No, aún no. Falta un asunto por resolver.

***************

Cuando los inspectores entraron en la sala de declaraciones, ella ya había tomado asiento. Lucía una camisa de manga corta abotonada de manera favorecedora y una falda de lápiz color ceniza. Las joyas que adornaban su fino cuello y sus muñecas evidenciaban que ella era una señorita con clase, elegante y pudiente, y ese brillante pelo dorado rodeaba un rostro sobrio, mas no ocultaba su belleza.

—Catherine Reynold —habló Julia—. Es un placer tener a una de los candidatos a la alcaldía con nosotros —dijo con un tono ligeramente sarcástico.

—Quisiera recordarle que soy una mujer ocupada, inspectora.

—No se preocupe, no la retendremos mucho tiempo —contestó la inspectora—. No es usted la primera en sentarse en esa silla esta mañana, ¿sabe? Hace escasamente una hora interrogamos a un hombre cuyo nombre le resultará familiar: Benjamin Tucker.

La señorita Reynold mantuvo su semblante sereno, aunque la noticia sí parecía haberla sorprendido.

—Benjamin Tucker es el psiquiatra que se nos comunicó en comisaría trataría a la sospechosa, Maggey Reynold, su cuñada.

—¿Se puede saber por qué me cuentan esto a mí?

—No sea impaciente, señorita Reynold —pidió Henry—. Se lo explicaremos. Tras unos días, un número ridículamente bajo de días, el señor Tucker dio su diagnóstico como profesional apoyado en una conversación previa con el antiguo psicólogo de la señora Reynold, y afirmó que la sospechosa sufría una depresión profunda, casi un trastorno distímico.

—Pero el señor Tucker fue más allá, y nos dejó caer una teoría interesante que compartiremos con usted —prosiguió Julia—: Su cuñada quería creer y hacernos creer que una muñeca cometió el crimen para alejar las miradas de la verdadera culpable, ella misma.

Catherine Reynold lo pensó durante unos instantes y alzó una ceja.

—¿Eso dijo? Bueno, yo no soy la encargada de demostrar la veracidad de esas palabras, si es eso lo que quieren. Ya les he dicho que no tengo trato con…

EmillyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora