Capítulo Siete: Secretos Confidenciales
Julia voló más que corrió hasta el lago y saltó al agua donde su compañero chapoteaba con desesperación. Cuando estuvo a su lado le agarró por los brazos para tirar de él hacia la orilla, pero cuando trató de moverle, le resultó imposible; este dejó de chapotear y se hundió de forma insólita. Julia se introdujo también bajo el agua para buscar a su compañero, y al abrir los ojos pudo distinguir la figura borrosa de Henry moviéndose agitado, hundiéndose a más profundidad. ¿Qué demonios estaba haciendo?
Buceó tan deprisa como pudo y le agarró por la cintura dispuesta a ascender a la superficie, pero tan solo consiguió hundirse aún más con él.
Comenzaba a sentir cómo sus pulmones reclamaban aire desesperadamente, notaba esa sensación asfixiante en el pecho; pero no podía abandonarle. En unos instantes ambos aterrizaron contra la arena fangosa del fondo del lago, a tal profundidad que Julia notó un dolor de oídos por la presión. Esquivando las sacudidas de brazos de su compañero, le agarró más fuerte por el abdomen. Se dispuso a ayudarse del suelo para tomar impulso, pero sintió como algo de cristal se rompía y se le clavaba en el pie, y gritó bajo el agua, expulsando el poco aire que le quedaba. Haciendo caso omiso del dolor, se dispuso a tomar impulso de nuevo, y al hacerlo consiguió hacer ascender a Henry con ella, y descubrió que ya no encontraba resistencia. Su compañero se volvió más liviano, y sin dejar de aferrarse a él con fuerza, buceó ayudada por las piernas y los movimientos angustiados de Henry hacia la superficie. Entonces, milagrosamente, ambos alzaron la cabeza por encima del agua y tomaron hondas y profundas bocanadas de aire que sus pulmones disfrutaron.
Estaban vivos, respiraban, y nunca se habían alegrado tanto de hacerlo.
Julia agarró a su aún agitado compañero por el abdomen y lo arrastró a la orilla, hasta que su cuerpo rozó la tierra seca. Henry, ya sin ayuda de Julia, gateó rendido unos metros más y tosió duramente, escupiendo todo el agua que guardaba. Julia reprimió las ganas de gritar por el dolor de su pie, y apoyando una mano sobre la espalda de Henry, le preguntó a través de su violenta respiración:
—¿Estás… —Tosió un par de veces.— estás bien?
Henry asintió enérgicamente con la cabeza mientras trataba de que su respiración regresara a la normalidad.
—Me estaba hundiendo… Me hundía…
—Shh —le hizo callar Julia amablemente—, no hables. Perdiste los nervios por las algas, Henry, —Respiró hondo— eso es todo.
Henry quiso objetar, pero guardó silencio para recuperarse. Estaba seguro de que no era eso lo que había ocurrido, pero la herida en el pie de su compañera atrapó su atención por completo.
—¿Qué te ha pasado?
La inspectora, que se había dejado caer en la tierra, agarró su pie derecho para inspeccionarlo. Había un trozo de porcelana atravesando su pie sangrante. No era cristal, al fin y al cabo. Apretando con fuerza los dientes, extrajo el trozo y lo examinó.
—¿Por qué tira la gente basura al lago? —dijo enfurecida.
—¿Qué es eso?
—Parece porcelana. —Julia la arrojó al suelo y rozó con un dedo su hemorragia. Dejó escapar un gemido de dolor.
—Dios, Julia, tenemos que ir al hospital.
Sin esperar respuesta ni preocuparse por su propia salud, Henry se puso en pie, cogió a Julia en brazos y caminó al coche, serpenteando a través de los árboles y los arbustos que se interponían en su camino. La dejó en el asiento del copiloto y tras sentarse él frente al volante condujo hacia el hospital rápidamente. Ya recogerían sus cosas más tarde.
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Emilly
FantastiqueTras los incidentes que marcaron trágicamente la vida de Maggey Reynold, ella esperaba poder disfrutar de unos años de calma junto a su hija Madge. Pero la misteriosa muerte de su hija, una muñeca de porcelana que ha dejado de ser adorable y el fant...