Capítulo 12: Una mirada inolvidable

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Capítulo Doce: Una mirada inolvidable

La inspectora dejó atrás el garaje a la carrera sin molestarse en cerrar la puerta. Llamaba a su compañero según se acercaba al salón, agitada.

―¡Henry!

Pero cuando llegó al umbral de la puerta, encontró al inspector durmiendo a pierna suelta en el sofá. Incluso pudo escuchar algún que otro leve ronquido.

No podía perder más el tiempo. Se colgó el bolso del hombro y salió de la casa tan rápido como pudo. Montó en el coche, y se dirigió al lugar donde Henry había tenido el accidente. Le resultó difícil hallarlo; como era natural, ninguno de los coches seguía allí, y la carretera estaba solitaria y oscura. Julia paró el coche por donde calculó debía haberse producido el accidente y comenzó a caminar con la vista fija en el suelo y su alrededor. Pero su rastreo no duró mucho, ya que pronto la ansiedad comenzó a brotar en ella, a quien le parecía estar andando sobre una gran esfera, regresando al lugar de partida una y otra vez. La negrura de la noche le impedía distinguir algún indicio de que, en efecto, avanzaba y no vagaba en la nada más profunda.

Sacó el móvil de su bolsillo y alumbró a su alrededor.

―¿Dónde estás…? ―susurró.

La luz iluminó algo en el suelo que llamó la atención de Julia. Se trataba de unos cristales diminutos, transparentes, esparcidos por el asfalto. No había duda, aquel era el lugar del accidente. Debía estar por allí, tenía que estar por allí.

La desesperación de la inspectora crecía por momentos y no daba la impresión de que fuera a encontrar lo que buscaba. Suspiró hondamente, y se sentó en el suelo duro y frío. Se hundió las manos en el pelo llena de frustración. ¿Cómo había podido perder el arma del crimen así? ¿Sin haber reparado en él hasta que lo hubo perdido?

Sin nada más que pudiera hacer, se puso en pie, sacudió la gravilla de los pantalones y condujo de vuelta al hogar de los Reynold.

Cuando entró en la casa, Henry se había despertado y la esperaba en el pasillo vistiendo únicamente sus pantalones vaqueros y aquella venda que le rodeaba el abdomen.

―¿A dónde has ido? ―preguntó arrastrando las palabras.

Julia se apoyó agotada contra el marco de la puerta.

―Creo que ya sé cuál es el arma del crimen. Y lo peor es que lo he perdido. He sido tan tonta como para pasarlo por alto cuando prácticamente me estaba confesando a gritos su importancia.

―¿Eh? ―preguntó Henry desorientado.

Julia sacudió la cabeza.

―Da igual, te lo explicaré mañana. ―«Cuando no estés borracho como una cuba ―quiso añadir».― Vamos a dormir, que por lo que veo a ti te hace mucha falta.

Henry se rió de forma exagerada y absurda, sin ningún motivo en realidad.

La inspectora empujó con suavidad a su compañero hasta el salón, y lo ayudó a tumbarse en el sofá.

―Duérmete.

Henry tiró de su brazo y ella aterrizó sobre él.

―Duerme conmigo ―le pidió en tono de suplica infantil.

―Henry, duérmete ―insistió Julia separándose de él, y aunque trató de mostrarse autoritaria le traicionó una pequeña sonrisa.

Dejó a su compañero en el salón y se encaminó a la habitación donde se acostaría aquella noche. Cuando llegó al pasillo, Henry se había quedado dormido.

EmillyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora