Capítulo 6: Un inocente chapuzón

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¡Hola a todos! Solo quería dedicar un momento a agradeceros a vosotros que leeis fielmente 'Emilly' y que me hacéis sonreir con vuestro comentarios tan alentadores y vuestros votos. Y a los lectores fantasma también se lo agradezco, aunque os animo a hacer acto de presencia jajaja Tal vez pueda parecer tonto que haga esto pero de verdad que me hacéis muy feliz :') Después de todo esta parrafada tan aburrida, disfrutad del capítulo nuevo, espero que os guste!

Capítulo Seis: Un inocente chapuzón

Durante el camino en coche de vuelta al hospital, los inspectores no pronunciaron una sola palabra. No querían interrumpir sus propios pensamientos sobre las declaraciones que acababan de tomar. Parecía difícil encontrar a algún vecino en ese pueblo que no profesara hostilidad e incluso aversión hacia Maggey Reynold. Pero era también cierto que no daba la impresión de ser una mujer que pudiera llevarse mal con nadie. Aunque, desde luego, tenían claro que uno nunca debe fiarse de las apariencias, de las máscaras que la gente usa diariamente para pretender ser alguien que no es.

Una vez regresaron al hospital, encontraron a la señora Reynold en la sala de espera, sentada en una de las butacas con el rostro contraído en una mueca de angustia y desesperación, casi demencial. Una doctora de unos cincuenta años de pelo cano le regalaba palabras tranquilizadoras.

—¿Ha ocurrido algo? —le preguntó Julia Brown.

—Ha habido un pequeño incidente —contestó la doctora. Se acercó a los inspectores para que lo que fuese que quería decirles no lo escuchase la mujer—. Hará unos diez minutos la señora Reynold perdió los nervios por completo y trató de desconectar a su hija de los aparatos que la mantenían con vida.

—¿Qué? —preguntó atónito Henry—. ¿Por qué?

—En su defensa mantiene que quería llevársela consigo a casa. A su hija.

—Dios mío —susurró Julia tan sorprendida como su compañero. Echó un vistazo por encima de su hombro para observar a Maggey quien tenía la mirada perdida.

—Pero conseguimos intervenir antes de que la pequeña pudiera sufrir daño alguno, quédense tranquilos —calmó a los inspectores.

La doctora se acercó de nuevo a Maggey, y rozándole el hombro con suavidad le habló cariñosamente:

—En cuanto a usted, será mejor que visite al doctor Stevemort cuanto antes, ¿de acuerdo?

Maggey Reynold asintió lentamente con la cabeza.

—¿Es su médico de cabecera? —quiso saber Julia.

—No, su médico de cabecera soy yo —respondió con una sonrisa entrañable—, el doctor Stevemort es su psicólogo, al que lleva visitando más de cinco años.

***************

La consulta del tal doctor Stevemort era de lo más sobrio posible. Se trataba de un pequeño cuarto en el hogar de este, con paneles de madera oscura para las paredes y más madera oscura en el suelo. Los únicos muebles que llenaban aquella habitación eran un escritorio regio con su silla y un diván antiguo rodeado de estanterías repletas de libros de distintas épocas. El doctor Stevemort no parecía ser mucho más joven que los muebles. Era un hombre enjuto de ojos hundidos, entradas prominentes y sonrisa cordial y acogedora, de chaleco hecho a mano vestido pulcramente sobre una camisa blanca de lino.

El hombre dejó la pesada silla de madera que había portado desde el salón de su casa frente al escritorio de su consulta casera sin ningún esfuerzo. Henry dejó la que había cargado él también.

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