Capítulo 11: Está en el garaje

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Capítulo Once: Está en el garaje

En el momento en el que los labios de Henry estaban a punto de rozar los de Julia, la puerta de la habitación se abrió súbitamente y golpeó el brazo de Henry. Este gritó, y se alejó de la puerta unos metros frotándose el brazo, quejándose:

-¿Pero qué he hecho yo? -exclamó.

-Lo siento -se disculpó Maggey Reynold sorprendida en el umbral de la puerta.

-No se disculpe, no importa -tranquilizó Julia a la señora Reynold-. ¿Quiere usted algo?

-Quería asegurarme de que tenían un sitio donde dormir. Pueden ocupar el sofá de la sala de estar y… -Hizo una pausa.-, la habitación de mi hija mayor. Pero no he cambiado nada desde que se fue -dijo con solemnidad-. Así que debería cambiar las sábanas para que puedan dormir.

-Yo dormiré en el sofá -propuso Henry.

-Ni hablar, estás herido y tienes que dormir cómodamente -rebatió Julia-. Yo dormiré en el sofá.

-No. Quédate con la cama -insistió Henry-. De verdad.

Julia le sostuvo la mirada en una especie de pulso invisible, secreto, hasta que finalmente ella cedió.

-De acuerdo. Pero, señora Reynold… -Esta la miró. Julia era consciente de que para ella era muy difícil dejar que una extraña durmiera en la que fue la cama de su hija.- si lo desea puedo ir a dormir a mi casa. No es ninguna molestia.

-No, tarde o temprano tendría que ocurrir. -Se alisó unas arrugas de la ropa, inquieta, y actuó como si no hubiera sucedido nada.- Iré a cambiarle las sábanas.

-No se preocupe, lo haré yo misma -se ofreció Julia.

-Como quiera. Las sábanas están… -La señora Reynold guardó silencio un instante, dubitativa, mordiéndose el interior del labio.-, en el garaje, en unas cajas. Supongo que sabrá encontrarlas. Yo volveré a la ducha.

-Está bien -respondió Julia.

Y cuando la señora Reynold abandonó la habitación, la inspectora cerró la puerta, y se apoyó contra ella visiblemente incómoda. Henry, quien se había sentado en el borde la cama, se sonrió igual de incómodo.

-Yo… -habló Julia indecisa-, iré a por el alcohol.

-Vale, me parece bien -respondió él. Cuando Julia se disponía a abrir la puerta de nuevo, Henry le habló-. No. -Julia se dio la vuelta y le miró.- Espera.

Entonces se levantó de la cama, caminó con determinación hacia ella, y tomando su rostro entre sus manos la besó.

Se trató de un mero contacto al principio, la presión de dos labios vacilantes. Pero alimentados por la llama que se había encendido en sus interiores y ese agradable cosquilleo en el estómago, aquel roce se convirtió en todo un beso. En un hambre devorador, un hambre que ya habían sentido anteriormente, pero que al ser satisfecho como entonces solo quería más y más.

Henry descendió sus manos hasta la cintura de Julia, y ella enredó sus dedos en su pelo. Él deslizó sus manos bajo el tejido de algodón de la camisa de su compañera, rozando la piel desnuda de su cintura. Julia, ayudada por la cómoda a su espalda, enroscó sus piernas alrededor de las caderas de Henry. Este la sostuvo unos segundos hasta se tambaleó, perdió el equilibrio y aterrizaron sobre la cama de la señora Reynold, sin separarse lo más mínimo. Julia rió como quien es consciente de que comete una travesura y no le importa, y en medio de su sonrisa Henry volvió a besarla brevemente. Siguió el contorno de su mandíbula con pequeños besos, hasta que llegó a su cuello, y el cosquilleo en el estómago de Julia se hizo aún mayor. Henry comenzó a desabotonar la camisa de la inspectora lentamente, agónicamente lento. Cuando Henry arrojó la prenda al suelo, Julia le empujó suavemente a un lado, posicionándose sobre él. Entonces Henry profirió un gemido que, si en un principio Julia pensó que era de placer, pronto averiguó que era de dolor.

EmillyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora