Capítulo 2: Desesperanza

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Capítulo Dos: Desesperanza

Henry dormía plácidamente en su despacho, en una silla apoyada únicamente sobre las patas traseras y la pared. De vez en cuando emitía algún que otro leve ronquido. Julia irrumpió en el que también era su despacho llevando varios folios en un archivador. Al ver a su compañero, dejó escapar una risotada incrédula y soltó el pesado archivador sobre su torso, despertándolo así de golpe.

-¿Has terminado ya de dormir? -le preguntó Julia ladeando la cabeza-. Porque te recuerdo que estamos de servicio. -Henry, aún adormilado, comenzó a hojear las páginas del archivador de su caso nuevo con el ceño fruncido.- Tenemos trabajo. Una niña ha muerto por un trauma interno en el área pulmonar, la pequeña de Maggey Reynold. Por seis agujeritos en el pecho. Raro, ¿verdad?

Henry se rascó la cabeza.
-Y supongo que tenemos que ir a la escena del crimen que es... su casa -dijo comprobando la respuesta en el informe-. ¿Ahora?

-O después de tu siesta, cuando mejor te venga -respondió Julia sarcástica con los brazos cruzados.

Henry se puso en pié perezosamente y se estiró de forma exagerada.

-Pues -comenzó a hablar Henry desperezándose- si me quedo dormido al volante, será exclusivamente tu culpa.

-Ya, ¿y qué estuviste haciendo anoche para tener este sueño hoy?

-Me temo que eso es confidencial, señorita Brown -dijo Henry con una sonrisa enigmática mientras se subía la cremallera de su chaqueta.

Julia miró sobre su hombro al escritorio de su compañero, que se encontraba lleno de papeles de informes, carpetas, bolígrafos y lapiceros e incluso desperdicios variados, y frunció el ceño.

-Confidencial es lo que te haré yo si no ordenas un poco esto. Y con un poco, me refiero a bastante -puntualizó ella asintiendo con la cabeza.

-No sé si debería desearlo o temerlo.

Julia enfundó su pistola en el cinturón de su pantalón negro.

-Temerlo -contestó ella.

Y poco después ambos inspectores se montaron en el elegante BMW de Henry, y se dirigieron al hogar de Maggey Reynold.

El camino se volvía progresivamente sinuoso y estrecho a medida que se acercaban a la residencia de los Reynold. Los vecinos solían murmurar fugazmente sobre ellos en corrillos en la plaza del pueblo, la carnicería, o la puerta del colegio, sobre lo huraña que era esa familia y sobre la sombra que nunca se alejaba de ella. Henry sintió cierto respeto al observar la gran casa de aspecto decrépito que se erguía ante ellos. No muy lejos se encontraba el bosque, y los altos árboles evitaban que el sol iluminase la construcción. Además, su aspecto antiguo y tosco le daba un aire sombrío. Julia golpeó con los nudillos la madera carcomida de la puerta, sin embargo nadie acudió a abrirles. La inspectora aporreó esta vez con más intensidad la puerta.

-¡Señora Reynold, policía! -gritó para hacerse oír por encima de los golpes.

-¿Dónde han quedado los modales, Julia? -preguntó Henry sonriendo.

-Seriedad y sobriedad, señor Brandom; estamos tratando un homicidio -contestó Julia inspeccionando la zona con los ojos entrecerrados.

De pronto, desde el lado oeste del jardín se escuchó agua salpicando. No hizo falta que los inspectores compartieran ni una mirada, ambos corrieron hacia el lugar de procedencia del ruido con la mano sobre el arma. El ruido les llevó a un extenso estanque en el que Maggey Reynold se dejaba flotar boca abajo sin moverse. Henry sin pensárselo dos veces saltó al agua a rescatar a la mujer. Puso un brazo bajo las rodillas de Maggey y otro en su espalda y una vez la hubo sacado con esfuerzo del estanque, la dejó sobre la hierba mullida. Henry tosió un par de veces.

-¡Señora Reynold! -la llamó Julia, quien se había arrodillado su lado.

Pero Maggey Reynold había dejado de respirar.

Henry apoyó la cabeza sobre el pecho de la señora. Con el ceño fruncido por la concentración, colocó a la señora de lado unos segundos esperando que expulsase el agua que había podido ingerir, sin ningún resultado.

-Henry, reanimación -le dijo Julia seria.

El chico volvió a colocar a la mujer boca arriba y le inclinó la cabeza. Entrelazó los dedos de ambas manos y aplicó pulsaciones constantes sobre el vientre de la mujer.

Diez pulsaciones. Veinte. Treinta.

-Henry, voy a llamar a la ambulancia -afirmó Julia al comprobar que los intentos de su compañero no surtían efecto.

-No -respondió gravemente éste sin apartar la vista de la víctima.

Cuarenta. Cincuenta.

Los brazos comenzaban a cansársele a Henry, que cada vez se sentía con menos fuerzas y con más y más calor. Podía notar su propio corazón golpeando con vehemencia su cuerpo; sentía miedo por esta mujer a la que tan solo habría dirigido un "Pase" para permitir que entrara primero en algún establecimiento, o un simple "Buenis días". ¿Por qué dejarse morir de esa forma? No lo permitiría.

Ninguno de los dos inspectores podría decir cuánto tiempo había transcurrido. Tal vez segundos, tal vez minutos. Lo que sí sabían es que pasaban tan lentos que se hacía una tortura, y Maggey Reynold seguía sin reaccionar a los primeros auxilios del inspector.

-Henry -musitó Julia desesperanzada.

Entonces ocurrió el milagro, y los ojos de Maggey se abrieron de par en par y comenzó a toser violentamente, expulsando agua y agua sobre su blusa.

Julia respiró hondo y Henry se dejó caer en la hierba agotado, limpiándose el sudor de la frente con la manga de la camisa. Y la señora Reynold, volvía a respirar con una mirada triste y abatida.

EmillyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora