2. ¿Puedo hablar con Susan?

36 7 0
                                    


Del otro lado de la puerta se encuentra un hombre alto, me escudriña de pie a cabeza con sus ojos verdes. Trae un traje gris bastante elegante. Su cabello oscuro está bien peinado y su rostro ¡Dios mío! Es la perfección hecha hombre. Una persona así no podría ser un secuestrador, ¿o si?
El sigue observándome con el ceño fruncido y después de unos segundos recuerdo que llevo un bate en mi hombro.

— Disculpe, ¿desea algo? — pregunto sosteniendo el bate aun con fuerza. Sólo porque el tipo parezca salido de una revista no quiere decir que debo confiar en él. Alzo una ceja al ver que no responde nada. Ahora sí comienza a asustarme. Unos segundos después aclara su garganta.

— Buenas noches, señorita. Yo...

— ¿Mamá? — interrumpe Ismael acercándose a la puerta. Quiero reír al verle lleno de harina el rostro y la ropa. Trae una rebanada de pizza en una mano y un palo de escoba en la otra ¡Eso, hijo!

— ¡Te dije que te quedarás en la cocina! — suelto una risa al ver sus mejillas llenas de salsa. Asiente y camina nuevamente a la cocina, no sin antes fulminar al tipo que está en la puerta. — no te comas toda la pizza, Ismael.

— No prometo nada, mamá. — bufa.

— ¿Y bien? — me dirijo al hombre que está en mi puerta.

— ¿Ismael?  — pregunta en un tono serio. Esto ya no me está gustando.

— Escuche amigo, tengo cosas que hacer. Pase buenas noches.  — voy a cerrar la puerta pero el hombre guapo interfiere y sostiene la puerta.

— Necesito hablar con Susan  — suelta de golpe. Su voz grave resuena en mis oídos, ¿ha dicho Susan? ¿Mi Susan? Los sueños que he tenido últimamente con ella aparecen en mi mente.
Mi corazón comienza a bombear fuerte. ¿Por qué la menciona? ¿Qué tiene que ver el hombre sumamente atractivo que está obstaculizando mi puerta con mi hermana?

— ¿Quién es usted?  — mi voz sale en un susurro. Mis manos comienzan a sudar, supongo que este sería el momento perfecto para utilizar el bate.

— Soy Alexander.  — acomoda el nudo de su corbata. Al parecer está tan incómodo como yo. Extiende su mano la cual estrecho dudosa —  Alexander Coleman.

Al escuchar su apellido todas mis alertas se activan. ¡Maldita sea! Esto no puede estar pasando. Observo su rostro y un millón de cosas se pasan por mi cabeza. Sus ojos verdes, su cabello oscuro, su perfecta nariz; las mismas facciones que Ismael.

— ¿Puedo hablar con Susan? —  pregunta con cautela. Seguramente se dio cuenta de que se perfectamente quien es él. Aclaro el nudo que se ha formado en mi garganta y trato de sonar lo más segura posible.

— No. No puedes hablar con Susan. —  levanto el tono de mi voz — Y si no quieres que deforme tu lindo rostro con esto  — le muestro el bate — no vuelvas a poner un pie en mi casa.

Cierro de un portazo. Muy en el fondo sabía que esto podría pasar. Pero, ¿por qué ahora? Tallo mi cara con ambas manos y no dejo de temblar. Trato de tranquilizarme pero se me hace imposible, hace años que desapareció y vuelve así como si nada, al parecer ni siquiera se ha enterado de que Susan murió o de que tienen un hijo.

Siento un completo dolor en mi pecho, mis manos tiemblan cada vez más; por primera vez en mucho tiempo no tengo idea de que hacer, siento miedo, miedo por mi hijo.

Intento reincorporar mi postura frente a Ismael, él me observa extraño y estoy segura de que sabe que algo me pasa, pero por suerte no me cuestiona y se limita a guardar silencio.

— ¿Qué pasa, mamá? — adiós silencio.

Pasa que ese hombre que estaba justo en la entrada de la casa es tu padre, quién dejó a tu madre y se fue lejos, cuando solo tenías semanas de estar en su vientre; ahora él ha vuelto y temo que quiera alejarte de mi lado, siendo tú el amor de mi vida, mi hijo.

¿Me enamoré de Alex?  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora