Al despertar sólo tenía dos cosas en la cabeza: que era sábado y que se había quemado la cara.
Como buen fin de semana sin clases extracurriculares, despertó sin el incesante y agobiante sonido del teléfono, a cambio se quemó la cara y los brazos. Maldito sol, y maldito él que se olvidó de cerrar las cortinas el día anterior, pero es que al llegar estaba oscuro, casi anocheciendo y despertaba cuando los rayos aún no pasaban a asomarse: le era indiferente a la cortina excepto cuando era fin de semana.
Era bueno poder dormir doce horas seguidas habiéndote desvelado el día anterior (madrugada, la madrugada del mismo día), pero era una mierda despertar con el rostro del mismo color que su cabello.
Pero el disgusto casi no le duró más allá, pues saber que ese día era sábado lo llenaba de júbilo.
Tenía una –cita– salida con Nagisa.
Su mejor amigo, y él, habían planeado eso desde hace un montón de antelación.
Desde que Koro les había llevado a ver la película en América, decidieron verla con los subtítulos en japonés pues no se sentían muy confiados de la traducción de su profesor que podía pasarse un poco con el drama de la película, aumentando diálogos que no venían al caso.
Le robo una sonrisa recordar que por el pánico que la situación trajo al elevarlos a una velocidad considerablemente peligrosa, debajo de la toga del profesor, Nagisa le había tomado de la mano. Y él le había dado un fuerte apretón en busca de transmitirle una seguridad que él tampoco sentía.
Estaba perdido, sí sus padres llegasen a enterarse lo desheredarían, lo matarían, le habían dado todo cuanto él había pedido (excepto, por supuesto, sus presencias) y lo que él había hecho había sido enamorarse perdidamente de un chico, y sus padres eran tan jodidamente religiosos (adaptados a la cultura japonesa, aunque están locamente enamorados de la india y sus costumbres, misma ideología) que desde su nombre hasta su orientación debían basarse un poco en ello.
Una mujer cualquiera le daría hijos, Nagisa no.
Pero Nagisa le hacía feliz, una mujer cualquiera no.
Tomó el teléfono al lado de su almohada, desconectándolo del cargador y haciendo que la luz cegadora de la pantalla bloqueada le pegase de lleno en los ojos, no ardió tanto, el sol ya le había hecho arder la retina.
La imagen de Nagisa con la manta de corazones rosados que les había dado Koro le enterneció, haciéndole sonreír estúpidamente como cuando uno está enamorado.
Pero la hora le paro el corazón, eran la una y media de la tarde, cuando había quedado de verse con Nagisa a las dos.
¡Mierda!
Apenas y se dio una ducha rápida y al salir del baño tomó la ropa que había elegido con anterioridad, la ansiedad y la emoción le hacían eso, desvelarse eligiendo o idealizando un millón de cosas, aunque sólo le pasaba con Nagisa.
Salió corriendo de su casa con las llaves en el bolsillo, el teléfono en su pantalón y la cartera en la mano, los audífonos no los necesitaría, estar con Nagisa era como estar en un espacio en el que no es más que necesario escuchar su voz para perder la noción del tiempo, no necesitaba a la música para acallar la incesante voz en su cabeza que le decía que estaba arruinando todo.
Nagisa era un inhibidor más que perfecto y eficiente.
Llegó a la estación a la que se encontraría con Nagisa a las dos con nueve. Nagisa aún no llegaba.
Aspirando una gran bocanada de aire dejo que sus pulmones se regocijaran con el oxígeno y su cerebro pudiese dejar de palpitar, el resoplido que soltó poco después fue intenso y le hizo querer sentarse en la columna de la estación.
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¿A Quién Le Importa El Corazón? [TERMINADA]
Fanfiction[Karmagisa] Nagisa Shiota, estudiante de la secundaria Kunugigaoka, asiste a la clase 3-E o "La clase para Marginados". Un chico amable, tierno, algo alegre aunque posee un complejo por su cuerpo, en pocas palabras, se odia así mismo, con baja autoe...