Capítulo 1

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No supo cómo regreso a casa.

Entre lo que le había dicho a Nagisa, y cómo vio su espalda alejándose cada vez más, había una gran bruma, quizás y cuando ya no pudo divisarlo más se adentró a la estación y tomó el tren bala nuevamente, ¿Nagisa qué había hecho?, ¿estaba en su casa?, ¿había llegado a salvo?, ¿tuvo el dinero para irse siquiera?

No sentía el derecho de hablarle para indagar al respecto, no creía que le contestara tampoco (pero era Nagisa, y siempre estaba lleno de sorpresas). Estaba realmente preocupado, su cama se sentía fría, titiritaba, sentía tanto frío. Y no sabía desde hace cuánto había comenzado a llorar.

Las lágrimas se quedaban en la almohada, que había comenzado a helarse también, ya no eran cálidas, no eran de un amor no correspondido, pero tampoco eran de una gran felicidad.

Le dolía, dolía mucho.

¿Así le dolía a Nagisa?, se odiaba, no podía evitar odiarse a sí mismo por haberle hecho pasar por una tortura así, Nagisa no se lo merecía, y su último deseo... Como le gustaría cambiarlo, a uno en que él olvidase todo lo que pasó esa noche, uno en el que ambos podrían salir juntos.

Y la imagen de sus padres, observándole por encima del hombro con desprecio y decepción terminaba por romper todas aquellas fantasías.

Y lloraba más.

La sensación le escocía en las entrañas y en su garganta, un nudo que se rehusaba a bajar por mucho que llorase, o que tragase sus lágrimas. Simplemente no desparecía.

No podía parar de odiarse por decir cosas tan crueles a la única persona que realmente le había aceptado antes que todos, no podía dejar de odiarse por haberse enamorado de esa persona y no habérselo dicho cuando era el momento apropiado, y se odiaba aún más cuando realmente quería que su último deseo se hiciera realidad.

Era un ser humano despreciable y horrible.

Justo ahora, ni siquiera quería verse a sí mismo al espejo.

La imagen deplorable que le mostraría no le haría sentir mínimamente mejor ante el daño causado a su mejor amigo, e interés romántico. Solamente le harían odiarse a sí mismo por ser tan patético.

Quiso hundirse más en la cama, más en el colchón, desaparecer entre las sábanas y que esto se llevase todo el dolor. No quería abrir los ojos.

Y no lo hizo.

Se quedó dormido, mientras las lágrimas caían una tras otras, mojando la almohada y secándose en sus mejillas. Ni siquiera el leve chirrido de la puerta le hizo despertar, así como tampoco lo hizo la suave mano que se posó sobre su frente con gran pesar.

Domingo... Y no volvió a cerrar las cortinas.

Su rostro, cuello y brazos volvían a ser del color de su cabello. Estaba tan cansado, emocionalmente, que ni siquiera quería levantarse, elevó las sábanas y se escondió entre las cobijas para no tener que abrir los ojos.

No quería hacerlo, quería seguir en la inconsciencia del sueño donde no hay nada más que oscuridad, no hay dolor, ni sufrimiento, sólo oscuridad y nada. No eres nada. No sientes nada. No hay nada.

Se sintió patético.

Pero, y por alguna razón, hubo un subidón de energía cuando sintió ganas de ver a Nagisa otra vez, era un asco, él había sido un completo idiota el día anterior y aún no podía verlo a la cara, mucho menos disculparse por lo que le había dicho, pero su estómago se revolvía de expectación con tan sólo nombrar a Nagisa.

Quería verle.

Se levantó lleno de pereza, el teléfono a su lado que ni siquiera se molestó en tomar, apenas estaba cogiendo fuerzas en sus brazos para levantarse cuando un mechón rojizo cayó a su lado.

¿A Quién Le Importa El Corazón? [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora