Capítulo 14

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Así que estaban en esa situación.

Apretujadas la contra la otra, con ropas interiores, una menos que la otra, y con el corazón desembocado en el pecho, a punto de salírseles por la garganta.

Tenía tantas ganas de abrazarla de vuelta, casi no tenían ese contacto físico tan íntimo, y quería aprovecharlo, pero Karma estaba casi desnuda. No podía hacerlo pese a que se moría de ganas.

Y Karma estaba tan cálida que le asaltaron las lágrimas.

Lo máximo que habían hecho era tomarse de las manos, en el colegio o en las calles cuando estaban atiborradas de gente saliendo del trabajo en la hora pico, y Karma solía poner la mano en su cintura, pero el contacto era mínimo, lo hacía casi sin tocarla, simulando.

Porque Karma estaba con ella y marcaba así su espacio, proyectándose por encima de los demás. Protegiéndola.

Y ella no se había atrevido a iniciar ningún contacto.

De repente se le presentó la oportunidad en bandeja de oro, Karma con poquísima ropa, abrazándola, sujetándose a ella, aferrándose.

No podría desaprovecharla.

- Lo siento – se disculpó Karma, antes de que pudiese envolverla entre sus brazos, se quedaron allí, a medio camino, sin atreverse a tomarla – debí de haberte tomado por sorpresa –

Se giró antes de que ella pudiese procesar lo que había pasado.

- Voy un momento al baño, ¿vale? – Karma ya había comenzado a caminar.

- Eh, si, por... supuesto – Nagisa ni siquiera pudo acabar de hablar cuando Karma ya estaba dentro del baño.

¿Había sido su imaginación?

Debió de haberlo sido, Karma no haría algo así, no lo haría, aunque ya lo había visto, lo había vivido.

¿Karma estaba llorando?

Bueno, la última vez no la vio (Karma ni siquiera sabía que estaba despierta), sólo sintió a Karma sollozar, y ni siquiera pudo ver su rostro hinchado. No tenía pruebas más que su memoria de que Karma hubiese llorado.

Pero en ese momento lo había visto, a Karma huyendo con lágrimas amontonándose en sus mejillas.

Se sintió asqueroso, repugnante, un horrible ser humano.

Ella lo había hecho porque no había tenido jamás una amiga, él lo había hecho porque quería ocultar sus verdaderas intenciones de poseerla, y ninguno de los dos tenía verdaderos sentimientos por aquella chica (románticos).

Nagisa era una chica pequeña y menuda, tierna, dulce, siempre sonreía y era capaz de entenderlo.

Pero no era su Nagisa.

No era tan dulce como él, ni tan comprensivo, ni tan tierno, tampoco podía ver todo lo que en él había (toda la insatisfacción que tenía con su vida, pese a que la chica era una desgraciada conformista) y simplemente no era un chico; tampoco se quejaba de las bromas, y ni siquiera podía bromear de ella como un ser andrógino, ella parecía y era una chica en toda la extensión de la palabra.

Había sentido sus pechos, pequeños y (¿gelatinosos?) suaves, contra su tórax, debajo de sus senos.

Creía que aquello también había contribuido al asco que sentía en ese momento, que era una chica.

Tanto que Nagisa era una chica, como él lo era ahora.

En un principio, al abrazarla, no pensó en lo que sentiría, tuvo la ligera impresión de que estaría apretujado en un pecho plano, que podría sentir el palpitar de su corazón tras esa fina capa de piel, que tendría a Nagisa entre sus brazos.

Pero no fue así.

Tuvo a una chica entre sus brazos, y ya.

Y aún peor, no podía apartar a Nagisa de su mente, ni siquiera podía fijarse en la hermosa chica que estaba en la habitación (pese a que era Nagisa, ¿una versión femenina de Nagisa?), sólo podía pensar en aquel chico que físicamente era parecido a su precioso Nagisa, pero que, particularmente, no era él...

No lo era.

Dentro de sí, un horrible retortijón le obligó a sentarse sobre el frío piso, sin hacer un ruido, deslizándose sobre la baldosa beige del baño.

No era su Nagisa.

Pero compartían muchas más similitudes que diferencias.

Sin duda alguna, no era ese chico del que se había enamorado dos años atrás, (no sabía cómo contarlos ahora, estaba de regreso a su primer año de secundaria) pero tampoco eran tan distintos.

Ambos sostenían los palillos con cierta renuencia a parecer indefensos, ambos se elevaban un par de centímetros más para parecer intimidantes (o al menos, parecer menos Caperucita y un poco más independiente, más lobo feroz). Ambos se quedaban mirando algo que realmente querían por más de cuarenta y cinco segundos.

Ambos comían helado de menta con chispas de chocolate (pese a que solía quemar y sabía más a pistache).

A ambos les gustaba más el color azul (aunque la chica usaba más el rosado).

Ambos tenían esa peculiar forma de reírse que le recordaba a la lluvia.

Ambos sonreían brillantes y silenciosos.

Por supuesto, la mirada de la chica era más dulce y radiante de lo que jamás pudo haber sido la de Nagisa, pero ambos tenían los mismos fantasmas tras los ojos, las mismas marcas de llanto y el mismo dolor.

Y no podía explicarlo.

Pero ahí estaban, huellas, marcas.

Senderos de que eran la misma persona.

Y cuando se atrevió a regresar a la habitación (sin sostén y con el camisón rojo puesto), estaba más pálida y las huellas de lágrimas se habían ido.

Nagisa no pregunto absolutamente nada, estaba sentada sobre el borde de la cama y la observaba atentamente, incluso en esa situación Karma no pudo evitar bajar sus defensas.

Era Nagisa.

Siempre había sido Nagisa.

¿A Quién Le Importa El Corazón? [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora