Capítulo XII

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El resto de ese domingo, para Edrick fue frustrante, no pudo siquiera concentrarse en trabajar. Nadó en la alberca un rato para tratar de despejar la mente, pero, Sophia estuvo en sus pensamientos todo el tiempo, el hecho de saberla con otro hombre y en lo que posiblemente estarían haciendo, no era nada placentero, incluso, tuvo el impulso de llamar a Shantal y pedirle que se vieran, no obstante, descartó la idea de inmediato, sinceramente, no se le apetecía ver a esa mujer en mucho tiempo.

¿Qué demonios le vería su esposa a ese tal Sebastián? ¿Cómo era posible que prefiriera a ese tipo y no estuviera loca por él?

¡Caray! todas las mujeres peleaban por su atención y ella sencillamente, lo ignoraba. Aunque no tenía nada que reprocharle y mucho menos nada de que quejarse, pues había sido él mismo quien pidió que entre ellos no pasara nada y en que ninguno le debía fidelidad al otro.

Al final de la tarde, volvió a la recámara y ella todavía no regresaba, no daba señales de vida. ¿Dónde carajos se había metido todo el día? Se dio una ducha de agua caliente en donde demoró más tiempo de lo habitual, tenía que dejar de pensarla o terminaría en un manicomio.

Pasadas las 18 horas, Sophia llegó a la mansión y al entrar a la habitación,
lo primero que vio fue a su sexi esposo saliendo del baño, con una toalla secándose el cabello y únicamente usando un bóxer negro, ajustado, que le quedaba de maravilla. Se quedó inmóvil y con la vista clavada en aquel escultural cuerpo, fornido y marcado, aquel abdomen definido, unos pectorales que provocaban ganas de acariciar, unas piernas largas, torneadas y musculosas, unos glúteos redondos que daban ganas de apretar para comprobar que fueran reales y aquellos brazos fuertes, que hacía unas noches, la habían hecho suspirar.

Santo Dios. ¡Qué hombre!

Él no se había percatado de su presencia ni de su mirada, hasta segundos después, cuando dejó de secarse el cabello, dejándolo desordenado y haciéndolo lucir más sensual y apetecible de lo que ya era. Sus ojos azules se encontraron con los de ella y por unos instantes, se quedaron así, sin decir nada.

—Lo...lo siento, debí tocar antes de entrar—se disculpó Sophia bajando la mirada.

La vio receloso.

—¿Por qué te disculpas? —No creo que sea la primera vez que ves un hombre semidesnudo— bufó ceñudo y malhumorado, caminando hacia su vestidor.

Ella carraspeó nerviosa.

—Claro, tienes razón— respondió tuteándolo de vuelta.

—A menos que... te haya sorprendido verme así, con tan poca ropa— la provocó irritado, al notar sus mejillas sonrosadas—. No soportaba la idea de que hubiera estado con otro hombre.

—¿Qué? —increpó, más colorada que antes—. Por supuesto que no, ni siquiera eres mi tipo.

El alzó ambas cejas asombrado. Fue un golpe duro a su ego.

—¿Y ahora ya me tuteas? —inquirió viéndola fijamente.

—Tú lo hiciste primero, además, no estamos en la oficina, las formas deben mantenerse allá, no aquí—refutó ella, pensando en que, en realidad, no eran necesarios tantos modismos estando en esa casa.

—Me parece bien—aceptó Edrick entrando a su vestidor—. Por cierto, que mal gusto tienes, pero, para que quede claro, tú tampoco eres mi tipo—agregó, antes de perderse dentro.

Sophia se quedó con la boca abierta y por unos instantes, sonrió. Era un vanidoso.

Ella también entró a su vestidor, se cambió a un conjunto de pijama verde con lunares blancos, que consistía en unos pantalones de seda largos y una blusa a juego, se desmaquilló, se hizo una coleta y aprovechó para entrar al tocador y cepillarse los dientes.

UNIDOS POR CONTRATODonde viven las historias. Descúbrelo ahora