Capítulo XXV

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Varias semanas transcurrieron y la felicidad entre ellos era más que evidente, los empleados, la familia, conocidos y todos sus más allegados, eran testigos de la felicidad que irradiaban, reían, jugaban, gritaban, en ocasiones se les veía correr por los pasillos de la lujosa mansión como si fuesen dos niños, definitivamente, eran el complemento perfecto, el uno para el otro.

—Sabes algo, mi amor—habló Edrick, mientras se sumergían dentro de la alberca climatizada y envolvía sus manos alrededor de la diminuta cintura de su esposa para aferrarla a él—eres mi persona favorita en el mundo y si volviera a nacer, te escogería una y mil veces, has sido la mejor decisión que he podido tomar.

La mirada de Sophia se iluminó más y sonrió enamorada.

—¿Y yo te había dicho a ti, que no hay nadie más en este mundo con quién yo quisiera estar? —preguntó ella con un deje de coquetería, rodeando su cuello con ambos brazos y él negó con otra amplia sonrisa—Te Amo— susurró acercando su rostro.

—Y yo a ti—respondió él con voz aterciopelada.

Se besaron muy despacio, acariciándose bajo el agua y cuando menos lo pensaron, la situación fue subiendo de tono.

—Me vuelves loco—dijo enronquecido, notablemente excitado y con la mirada nublada por el deseo.

—Y tú a mí, muchísimo—recalcó Sophia ya deshaciéndose entre sus brazos y sintiéndose repentinamente acalorada, al percibir, cierta dureza cerca de su entrepierna.

La mirada de Edrick se iluminó, como cada vez que la pasión y el deseo lo embargaban y ver a su esposa ruborizada y tan afectada como él, fue más de lo que pudo soportar.

—Quiero hacerte el amor, muy pero muy despacio y saborear cada centímetro de tu cuerpo, todo lo que reste del día.

La castaña se mordió los labios notablemente excitada.

—Llévanos a nuestra habitación— la escuchó decir jadeante y su falo viril, saltó dentro de su short—. Le encantaba verla así, tan resuelta y llena de confianza, esa mujer era una en un millón y no estaba dispuesto a perderla.

Salieron de la alberca, empapados, calientes, besándose por aquí y allá, abrazándose como si no existiera un mañana. Una de las chicas del personal los vio y rio sonrojada al verlos tan alborotados, ellos en cambio, ni siquiera se percataron de su presencia. Llegaron a la habitación en un tronar de dedos y tras cerrar la puerta, una pasión devastadora se desató.

Edrick la levantó, la subió a horcajadas sobre su cintura y la condujo al baño, la sentó sobre el frío tocador, se deshizo de su short y se situó entre sus piernas. Muy detenidamente y sin dejar de besarla, la fue despojando del traje de baño, hasta dejarla totalmente expuesta, desnuda, tal y como deseaba tenerla desde el instante en que habían comenzado a besarse en la alberca.

Por el amor de Dios, sentía que se quemaba por dentro.

Acarició, besó y apretó lentamente sus pechos, que ya reflejaban sus pezones erectos debido a la potente excitación y mientras le susurraba lo mucho que le encantaba y fascinaba, lamió cada uno de sus botones hasta hacerla gemir de placer. Sophia ante esas ardientes palabras y toques, ya perdidamente nublada por el deseo, le suplicó que la hiciera suya en ese preciso momento, sin embargo, no estaba en los planes de él complacer de inmediato a su esposa, al contrario, siguió torturándola, con sutiles y certeras caricias. Su boca fue descendiendo lentamente por su marcado abdomen, hasta llegar a su centro palpitante y húmedo. La chupó ahí, en cada recoveco prohibido, hasta hacerla retorcerse y jadear de deleite, luego introdujo dos de sus dedos y estos se resbalaron con facilidad, al estar ella completamente lubricada.

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