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Su mirada recorre las vidrieras de cristal con total ansiedad, maldiciendo por lo bajo cuando ve el reloj. Si Frank lo llama una vez más, estallará. Da por asegurado que estallará. La chica que dijo que llegaría en cinco minutos probablemente ha tardado unos diez o tal vez quince, y los nervios están comenzando a pasarle factura. Frota sus manos intentando calmarse a sí mismo. No va a decepcionar a nadie, lograría llegar a tiempo.

Da un respingón cuando el teléfono vuelve a sonar en su bolsillo, reza para que no sea quien espera. Pero sus plegarias se ven eximidas por la remitente marcando el nombre de Frank. Su corazón late con fuerza. Tiene dos opciones, y parece que una es peor que la otra.

La primera es: salir de ahí lo antes posible, sin esperar absolutamente nada y desistir ante la idea que lleva consigo desde año nuevo. Después de todo, tiempo es lo que le sobra. Y la segunda: no responder a la llamada, esperar a que la chica salga con lo que tiene todos esos meses esperando y ser asesinado por su novio al llegar a la preparatoria.

Esperar suena bien.

Se persigna antes de contestar. A ese punto: que sea lo que Dios quiera.

— ¿Hola? —responde en voz diminuta. Con su mano esconde su rostro y restriega con fuerte parsimonia. Espera por los gritos.

¡¿"Hola"?! ¡¿Cómo que "hola"?! ¡Gerard, estás llegando tarde! ¡¿Se puede saber en dónde coño estás?!

Sabía que no debía dejar eso para último momento, y cuando se lo comentó a sus amigos ellos le dijeron lo mismo. Claramente no prestó atención. Creyó que lo tenía todo bien planeado, y así como se dejó engañar por ese pensamiento, todo se salió de sus manos y ahora está varado en medio de una joyería, esperando por ese simple anillo de compromiso que lo ha estado llevando al borde de la locura por mucho tiempo y a sólo minutos de llegar tarde a la graduación de sus hijas.

Dejaría que Frank gritase todo lo que quisiera.

—Estoy en camino, amor.

Tienes media hora estando en camino, Gerard. No sé qué demonios estás haciendo y tampoco me interesa, pero nuestras hijas te necesitan y yo también, ¡te quiero aquí en quince minutos! ¡Ni uno más, ni uno menos! ¡Y ésta vez es en serio!

Suspira pesadamente una vez la línea se corta. No diría nada al respecto, ni porque pudiese. Aunque si le dijera la razón por la cual está llegando tarde quizás lo entendería. Pero de eso se trata, del no hacérselo saber para que fuese la más grata de las sorpresas. Es lo asombroso de proponer matrimonio, ¿no?

Tomando un respiro guarda nuevamente el teléfono en su bolsillo, e intenta convencerse mil veces de que Frank lo entenderá, de que Cherry y Lily lo comprenderán, y que por sobre todas las cosas; Bandit también lo hará. A su pesar, también se lo ha tenido que ocultar a ella porque quiere que sea una sorpresa para toda la familia. Y cuando se refiere a la familia, habla de su hija, Frank, y los hijos de Frank.

Probablemente también quiere adaptarse a esa idea. Al fin serían una familia. Si tan sólo Frank accediera a casarse con él, o si tan sólo la chica apareciese con el anillo de compromiso antes de que su cabeza hiciera explosión...

— ¡Señor! —el rubio sube su vista enseguida—. Disculpe por haberlo hecho esperar tanto, pero lo conseguimos.

Con una sonrisa la chica abre el pequeño estuche de terciopelo negro para mostrarle la argolla postrada en el centro. Siente los vellos de su nuca y espalda erizarse, es realmente precioso como para ser un simple anillo de plata. Un simple anillo de plata que, si tiene mucha suerte, adornará el dedo tintado de Frank por el resto de su vida.

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