Capítulo 1

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3 meses después.

—Te digo que si no prestás atención a tus gastos te vas a endeudar— gritaba James sacudiendo una gran cantidad de facturas a pagar frente a mis ojos.

—¿En serio creés que lo voy a permitir?

—¿Y si al final termina pasando?

—Ya te dije que yo voy a morir con esos caballos. No me importa si tiene que ser en la calle.

—¡Te los van a sacar por negligencia! ¡No tenés plata! ¿Cómo se supone que vas a alimentarte o a mantener a los caballos?

—Buscaré una forma. Pero no permitiré que algo de eso suceda.

Puse la máquina de café en on. Durante unos cuantos segundos nos quedamos en silencio, si no lo conociera diría que no me quiere hablar por su enojo, pero en realidad trata de respirar profundamente para conseguir la calma. Después de tantos años como mejores amigos, me contagió esa reacción.

—¿Vas a tomar café?— le pregunté.

—Como siempre. ¿Querés que prepare unas tostadas?

—Si, por favor. Muchas, tengo hambre.

—No— dijo—. Vas a comer pocas. Tenés que cuidarte.

Lo miré desorientada y sonreí creyendo que solo estaba diciendo tonterías.

—¿Por qué?— pregunté.

—¿Me prometés que no te enojás?— dijo y asentí con la cabeza— Estás más gordita.

Lo miré con una cara asesina.

—¿Y eso qué? Exijo mis tostadas.

—De acuerdo, está bien, es cierto que es imposible discutir con vos, Wenn.

—Genial, qué bien que entiendas. Haceme cuatro tostadas.

—¡¿Cuatro?!— se espantó—¡No te voy a dejar comer cuatro!

—Entendiste... pero a medias.

Miré hacia afuera por la ventana de mi cocina. Los últimos charcos de agua que dejó la nieve estaban desapareciendo, y seguían derritiéndose por las últimas heladas.

James se acercó y me dejó la tostada (las tostadas) al lado mío, me abrazó.

—¿Este es el James que conozco... mi James?— pregunté aferrándome aún más a su colonia varonil.

—¿De qué estás hablando?— preguntó entre risas.

—Nunca me das un mísero abrazo, ¿qué te agarró? ¿El amor por el mundo?— dije.

—No seas tonta, Wenn.

—¿Cuándo me vas a llamar por mi nombre?— pregunté.

Se encogió de hombros y sonrió. Era obvio que jamás me llamaría por mi nombre, sino por una pequeña abreviación de mi apellido. Aún recuerdo el primer día de clases en jardín de 4 años.

Hola, ¿cómo te llamás?— le había preguntado.

Yo soy James Futierg, ¿cómo te llamás?

Lyndy Wennienfred.

—Yo te voy a decir Wenn.

Desde ese día ambos habíamos dado por sentado que éramos amigos. De hecho, durante el resto de nuestros días en la escuela nos sentamos juntos, y Dios los bendiga si alguien intentaba separarnos. Es más, si hubiésemos estudiado la misma carrera, ya les digo que hubiésemos sido compañeros de banco y de cuarto. James era como un hermano, y yo era como su pequeña hermana, porque claro, no dejaba de recordarme que nací tres meses después que él.

—Mirá— me dijo y recién en ese momento me di cuenta que había cerrado los ojos mientras lo abrazaba.

A lo lejos, cerca de la entrada al campo, ingresaba una camioneta negra como la noche.

—Will— dije con desgana y lo solté.

Me dirigí hacia mi habitación y me cambié de ropa. Will odiaba verme con botas de montar y camisa a cuadros, tenía la firme postura machista de que eso era para hombres.

Cepillé mis dientes a toda prisa. Desde la puerta del baño James me preguntó:

—No entiendo por qué hacés todo esto por él.

—Es mi novio.

—Si, exacto. Tu novio, no tu dueño.

Levanté la vista, James tenía razón y lo sabía.

Will entró por la puerta, la cual si me conocías debías saber que siempre estaría abierta.

—¿Linda? ¿Dónde estás?— preguntó.

—¡Ya voy!— respondí.

—Te traje unas flores— dijo en cuanto lo vi y luego de saludarme con un beso—. Claveles, tus favoritos.

—Oh, si, no sabía que eran mis favoritos— dije muy bajo casi para mí.

Tomé el ramo de claveles y lo fui a poner en un jarrón. Odio los claveles.

James apareció por la puerta y miró con mala cara a Will. Yo sabía que ambos se odiaban, pero bueno, era dejar de lado a mi novio o a mi hermano, prácticamente. Durante unos segundos que parecieron horas, o milenios, James y Will mantuvieron una mirada desafiante. Recé para que alguno de los dos se fuera, pero como ninguno lo hizo, carraspeé fuertemente y me dirigí hacia la puerta.

—Bueno, no se ustedes, pero yo debo ir a trabajar con algunos caballos, si no les molesta— dije.

—Pero, bebé— como odiaba que me diga bebé—. Hoy íbamos a ir a cenar, ¿no te acordás? — dijo Will.

Agarré mi cabeza con ambas manos, no, no me acordaba. Definitivamente no me acordaba que hoy salíamos a cenar. Mierda.

—Si, por supuesto que me acordaba. Uhm... era solo un chiste para hacerte creer que no, pero sí. Debo ir a cambiar mi ropa... de nuevo.

La Chica de los CaballosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora