—Sunny Bay Ranch... Sunny Bay Ranch— vi la entrada al campo y me metí por allí con la camioneta. El paso de la ruta al camino pedregoso me causó leves náuseas, pero supe controlarlas, no era momento de vomitar. Frené a mitad de camino aprovechando que estaba en un médano relativamente alto como para tener una vista panorámica del campo.
Era hermoso. Los caballos corrían libremente por todo el prado, los establos se veían impecables, la pista de salto y la de trucos ecuestres lucían prácticamente nuevas. Mi corazón dio un pequeño salto dentro de mi pecho, estaba muy alegre de ver que el lugar era de esa forma y estaba tan cuidado.
Seguí hasta llegar a la casa donde estacioné mi camioneta procurando no pisar todas las orquídeas que tenían en el jardín. Una vez abajo del vehículo, le pregunté a una señora sentada en el patio dónde estaba Mason Robbins, pero no hubo respuesta. Sentí que alguien tiró de mi camisa y al darme vuelta pude ver a dos niños que me miraban con brillo en sus ojos.
—¿Vos sos Lyndy?— preguntó la niña. Una vez que asentí con la cabeza, cada uno me tomó de una mano y me guiaron hasta los establos. Cuando llegamos allí, me soltaron las manos y se fueron a seguir jugando.
Entré al establo anonadada, era aún más hermoso por dentro y era enorme, estaba perfectamente limpio lo cual me asombró para el tamaño que comprendía.
Me acerqué a uno de los caballos, era un cuarto de milla puro, de pelaje moro. Tenía una insignia en la puerta que decía su nombre: Ragnarok. Era precioso, hace mucho no veía un caballo en tan buen estado y tan pulcro, ni siquiera los míos estaban así y eso que siempre los cuidé con toda la dedicación.
Presté atención a los demás caballos, todos estaban impecables, fuertes y sanos. Aún no había encontrado a Mason, por lo que me dediqué a leer los nombres de cada uno: Rex, Valkiria, Titán, Olimpia, Cowboy... ¿Cowboy? Volví a leerlo creyendo que fue un error mío y que realmente no decía Cowboy, pero así era, y el box estaba vacío. Se me había helado la sangre, y por otro lado estaba contenta.
—¿Lyndy? ¿Lyndy Wennienfred?
Giré sobre mis talones para encontrarme con un hombre de unos treinta y pocos años, de cabello rubio y de una altura importante, aunque cuando medís un metro sesenta, todos tienen una altura importante...
—La misma en persona— dije y le estreché la mano—. Supongo que vos sos...
—Mason Robbins. Te estaba esperando, pero vi que tenías la misma cara que Ava cuando le regalamos un Falabella, por lo que te dejé difrutar de la vista un rato.
—¿Ava es...?
—La niña que viste en la entrada, es mi hija. La mandé a ella y a Milo a buscarte, yo estaba ocupado ayudando a parir a una yegua. Una mellicera, ¿te gustaría verlos?
—Por supuesto, sería un honor.
Me llevó hacia la parte trasera de los establos, a un pequeño rincón donde el prado desplegaba su intenso color verde. Allí, la yegua seguía recostada luego de haber parido a los potrillos. Un empleado le estaba dando a uno de los potrillos de la mamadera, la cual seguramente tenía el calostro de la leche de la yegua.
—Lyndy, él es mi hermano menor Oliver.
—Supongo que sos la dueña de Cowboy— dijo Oliver y me limité a asentir con la cabeza—. Te estrecharía la mano pero las tengo ocupadas, y aún me queda este otro muchacho.
Se notaba en sus ojos que por más del dolor de espalda que esa postura le estaba dando, que por más de terminar con tantas patadas por parte del inquieto potrillo, disfrutaba mucho hacer lo que estaba haciendo. Había algo en él que me llamaba mucho la atención, no podía decifrar si eran sus rulos negros o sus ojos color miel. Escapé rápidamente de mis pensamientos, no quería que se den cuenta del rato que me tomaba mirar a Oliver.
—¿Te gustaría elegir el nombre de alguno de los potrillos? Somos muy malos para pensar esas cosas— dijo Mason.
—¿Malos? Alguien que le pone Ragnarok a un hermoso caballo no es malo para elegir nombres. Esperen a conocerlos bien, ahí sabrán el nombre correcto. Yo no me siento cómoda nombrando caballos ajenos.
Oliver sonrió ante mi comentario, pero no de felicidad, en esa sonrisa había un dejo de tristeza. Se enfocó en terminar de darle la mamadera al potrillo. Mason suspiró y me miró con otra triste sonrisa.
—Ragnarok era el caballo de nuestra madre, seguramente la viste sentada en el patio, ella siempre eligió los nombres. Ahora que ya no está, estamos perdidos en ese tema— soltó una pequeña risa de autoconsuelo luego de hablar.
—¡No es que no está!— dijo Oliver levantando la voz—Solamente tiene Alzheimer.
Por eso no me había respondido cuando le pregunté dónde se encontraba su hijo. Ahora que sabía qué le sucedía, verla tan perdida no me parecía extraño. Quería consolarlos de alguna manera, pero apenas los conocía y no sabía cómo.
—Pude notar que su madre tenía un gran gusto hacia los vikingos, me di cuenta por los nombres Ragnarok y Valkiria. Estos potrillos pueden llamarse Odín, como el dios, y Jarl, que significa rey.
La sonrisa de los hermanos ya no era de tristeza. Aún así permanecieron unos segundos en silencio.
—Me gustan— dijo Oliver.
—Lyndy, ¿por qué no vamos a hablar de tu caballo?
Seguí a Mason hacia una oficina dentro de los establos. Él se sentó tras el escritorio y comenzó a ordenar unos papeles que estaban desparramados por el mismo y sobre una computadora portátil que luego corrió hacia un lado. En el momento en que me senté, mi celular comenzó a sonar. James me estaba llamando. No le atendí y puse el celular en silencio.
—¿Segura que no querés atender esa llamada?
—Muy segura. No era nadie importante.
Mason abrió un libro gordo y de tapas gruesas. Allí escribió algo que desde mi lugar no se podía llegar a apreciar. Luego de tapar la lapicera con el capuchón, me miró.
—Lyndy, ¿puedo preguntarte algo?— asentí con la cabeza—¿Por qué querés vendernos a Cowboy?
—Es que en realidad no quiero. Estoy atravesando una situación muy complicada, y debo bastante dinero al banco. Tengo que vender uno de mis caballos y lamentablemente tiene que ser Cowboy.
—Entiendo. Bueno, ya viste que hay un box preparado especialmente para él y también viste cómo tratamos a nuestros caballos. Además, Ava y Milo estarán encantados de tener otro caballo. Lyndy, podés venir a montarlo cuando quieras y en el caso de que tengamos que venderlo o tomemos alguna decisión sobre él, te informaremos. Lyndy, por favor, no llores.
—¡Ay! Perdón, no me había dado cuenta— pasé las mangas de mi pulóver por sobre mis mejillas para secar las lágrimas—. Me pone muy feliz saber en qué manos va a estar mi caballo.
Mason me dijo que iba a otorgarme un cheque con el valor acordado una vez que yo lleve al caballo, lo cual me pareció justo. Tomé mi abrigo antes de emprender el camino hacia mi vehículo. Me despedí del futuro dueño de mi caballo y en cuanto me alejé, todo comenzó a parecer etéreo, irreal. No estaba disfrutando para nada ese sentimiento. Esta vez, las náuseas provocadas eran intensas, tanto que terminé vomitando sobre las orquídeas.
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La Chica de los Caballos
JugendliteraturUna fiesta, mucho alcohol, un test de embarazo, y, por supuesto, muchos caballos. Lyndy tiene el poder de unir todo eso en su vida y hacer que luzca normal, ¿la acompañás?