Capítulo 25

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El espejo estaba muy cerca y luego muy lejos. Lo raro era que yo seguía en mi lugar.

Intenté ponerme rímel nuevamente y, al lograrlo, lo guardé en el cajón con el maquillaje. Era lo único que me había puesto, junto con un poco de labial apenas más oscuro que mi color natural de labios.

Estaba nerviosa, no lo podía negar.

Miré el reloj de pulsera una última vez y salí de casa. Mi padre me preguntó a la pasada adónde iba, mi respuesta fue que volvería en una hora. No planeaba quedarme más tiempo. Había aceptado a aquel café porque sus ojos verde/miel me habían distraído, y seguramente porque tengo cierta devoción por el café que me había hecho decir que sí excesivamente rápido.

Subí a la camioneta y me detuve a observarme en el espejo retrovisor. Era café. Solo una taza y luego volvía a la comodidad de mi casa.

Habíamos quedado en encontrarnos en una pequeña cafetería –al parecer, su favorita– de nombre Groove's. Estacioné en la cuadra de enfrente, deliberándome si bajar o volverme, pero al verlo allí, con su cabello despeinado, su suéter rojo, y su pie dando rápidos e impacientes golpes en el suelo, algo me hizo abrir la puerta y bajarme.

En cuanto me vio, sentí el calor subir hasta mis mejillas. Jamás me había sentido así por alguien que apenas conocía. No me había pasado con William y tampoco estuve enamorada –palabra que considero fuerte– de otra persona como para tomarlo de referencia.

—Hola, Lyn— dijo y saludé de la misma forma —. Pensé que no ibas a venir.

—¿Por qué pensaste eso?— dije, por más que él tuviese razón. Si lo pensaba una vez más mienme tras estaba en mi casa, le hubiese cancelado.

—No te veo muy de salir, no conozco a nadie con quien hayas salido alguna vez ni nada de eso.

—La verdad es que tuve un novio.

¿Tuve?— repitió.

—Nunca fue el mejor novio. Posesivo, desatento, hasta abusivo diría. Lo bueno es que James me hizo darme cuenta— recordé aquella vez en que me dijo que me había seguido a todas mis citas, tan solo porque no confiaba en William y porque me quería a salvo.

—Suena a que James quería ser tu novio.

Me quedé en silencio. ¿Por qué dijo eso? Sí, era cierto. James quiso ser más, es decir, miren adónde estoy, voy seis meses de embarazo con una beba que no es hija de quien era mi novio en ese entonces.

—Siempre fue muy atento conmigo— fue todo lo que pude decir.

Me preguntó de mis hermanos, le conté sobre Maesy. Le hubiese contado sobre Thomas, pero no era algo que hablara con cualquiera, de hecho nunca lo hablé con nadie. Le conté de mis sobrinos y la poca relación que tengo con ellos, no le conté sobre la violencia psicológica que recibía Daniel, ni la que recibí yo. No le conté de mis padres.

Por su parte, me escuchó tan atento que hasta me sentí rara. Por lo general, nadie escucha palabra por palabra a menos que en serio le interese lo que hay para escuchar.

Me contó de que extrañaba a su mamá, era muy joven cuando murió. Según él, la verdadera muerte de su madre fue con el diagnóstico que indicaba que tenía Alzheimer. Me contó que nunca se había llevado bien con Mason y que comenzaron a trabajar juntos cuando su mamá enfermó, y que al principio fue difícil. Más difícil fue cuando Hayley, la ex esposa de Mason, decidió irse por estar cansada del matrimonio. Me dijo que Hayley fue el soporte de ambos en aquellos tiempos tan duros, pero que sin darse cuenta la habían consumido hasta apagarla.

Mi reloj marcaba que ya habían pasado dos horas, tenía un mensaje de mi padre preguntando si estaba bien. Le respondí que sí. Volví a mirar a Oliver, se lo notaba cansado, pero cómodo. Curiosamente, yo me sentía igual. Estaba cómoda con él, sentía que podía hablar de mil cosas diferentes sin cansarme.

—Lyndy, debo irme a la estancia— dijo ya pasada la tercer hora que pasaba conmigo.

— ¿Cómo está Cowboy?— era la primera vez que lo mencionaba y no quería hacerlo, no me apetecía escuchar su respuesta.

—Clayton aún no nos dio un informe, pero cada vez apoya menos. Vamos, te acompaño hasta tu camioneta.

Pagamos cada uno lo nuestro y me acompañó tal como dijo. Solo teníamos que cruzar la calle, pero era como si ninguno lo quisiera hacer. Estábamos tranquilos allí sentados en Groove's, sin preocupaciones, sin labores ni responsabilidades. Debíamos irnos, por lo que a fuerza de voluntad, cruzamos la calle.

—La pasé muy bien— dije mientras abría la puerta del vehículo para subirme.

Él no dijo nada, pero sus ojos recorrían todas las facciones de mi cara. La puerta se encontraba apenas entreabierta tras de mí, pero algo me detenía a subirme. Con un rápido movimiento, él la cerró y me empujó contra ella. Nuestros labios se unieron, al principio de una manera feroz que casi logra que nuestras frentes choquen, pero luego, oh, luego sentí como si me besaran en una película, como si nuestros labios estuviesen hechos el uno para el otro. Sentía que mis piernas no resistirían el final de aquel beso, quería más. Sentí que eso era ser querido, y quería que me quisiera aún más, que me trataran con esa gentilidad y suavidad hasta el fin de mis días. Me dejé llevar, y mis manos se dirigieron a su cabeza, para agarrar de sus cabellos. Hasta que poco a poco nos fuimos separando, ninguno abrió los ojos, bueno, al menos yo no lo hice. Me lamí los labios y me separé rápidamente de él, avergonzada de haber besado a alguien de esa forma en un lugar tan público.

—No voy a mentir, quería hacer eso hace bastante tiempo— dijo, y sacó una tímida sonrisa por parte de mis labios —. Te llamo apenas sepa algo de Cowboy.

—Me podés llamar aunque no tengas noticias de él— dije, y esta vez yo saqué una sonrisa de sus labios.

Subí a la camioneta y lo observé alejarse hasta que no estuvo más al alcance de mis ojos. Encendí el vehículo y partí hacia mi casa. Iba sonriendo como una tonta. Jamás un beso me había afectado así. Ni siquiera mi primer beso, ni siquiera los de William.

Llegué a la estancia y bajé de la camioneta. La casa estaba vacía, aproveché para escuchar un poco de Eric Clapton, que solo a mí me gustaba en esta familia, mientras me cambiaba de ropa para ponerme los jeans, la camisa y las botas. Dentro de dos días se reabría la escuela de equitación, había que poner todo en órbita.

En el establo los caballos de salto estaban tranquilos. Los alimenté, dándole una ración especial a Boone para que recupere masa corporal, y los solté un rato al corral que estaba al lado del establo. Cada tanto, sin importar la disciplina que hagan, hay que dejar a los caballos ser caballos.

Comencé a ordenar los instrumentos, caballetes, saltos, soportes, conos, cabrestos y bozales, monturas, riendas... Era un sinfín de cosas que poner en orden, pero mi cabeza se había trabado en un solo objetivo que podría lograr si juntaba el dinero necesario. Debía sacar a Cowboy de Sunny Bay Ranch.

Continué cepillando la arena, pero a la mitad me cansé, y al notar que el cielo se estaba nublando, decidí que la lluvia la aplanara.

—Hace tiempo no te veía trabajar tanto. Bueno, hace tiempo no te veía, mejor dicho.

Me di vuelta ante aquella voz. Era de esas voces que podían calmar hasta las tormentas más feroces, y yo tenía una tormenta de emociones dentro mío que necesitaba aquietar. La miré allí parada, entrada en años, con su característico suéter de lana y campera de polar. Unas pequeñas lágrimas atentaron con hacerse ver, pero no las dejé. No podía creer cuánto la había extrañado. Corrí hasta que sus brazos me refugiaron, hasta que el latir de su corazón fue lo único que pude escuchar.

—Te extrañé, abuela— dije, y cerré los ojos bien fuerte, dejando que alguna que otra lágrima corriera una carrera hasta mi mentón.

—Yo también, mi Lyndy.

La Chica de los CaballosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora