Capítulo 5

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Nunca había visto a James tan enfadado, bueno, en realidad sí, pero no conmigo. Gritaba tanto que me daba miedo, un miedo irreal, porque sabía que jamás me lastimaría. Golpeaba la mesa y se agarraba de los pelos. No le alcanzaban los adjetivos para describir cómo se sentía conmigo al respecto.

—Te dije, Lyndy— eso era aún peor, James nunca me llamaba por mi nombre, siempre acortaba mi apellido—. No me escuchaste. ¡Jamás me escuchás! ¡¿No ves que solo quiero ayudarte?! ¡¿Por qué te comportás como una nena y no como una adulta?!

—¿Podemos hablar tranquilos al respecto?— pregunté con una voz tan meliflua que no estoy segura que haya salido de mi boca.

—¿Tranquilos? Bien. De acuerdo.  Empezá a hablar.

Si, no había posibilidad de que hablemos tranquilos.

—No intentés hacer de padre en esta situación, muy bien sabés que eso es lo peor que podés hacer— dije.

—Tenés razón, pero si no te reto, ¿vos te vas a retar por endeudarte con el banco por más de que yo te haya advertido e intentado ayudar? ¿Vas a retarte por más que hayas tenido todo el tiempo necesario para conseguir el dinero suficiente y no haberlo hecho?— no me molestaba que él me rete, tenía todo el derecho. Me molestaba el tono que utilizaba, digno para hacerte llorar y hacerte sentir aún más responsable de tus actos— Wenn— las aguas se estaban calmando, al menos—, tenés ganado, tenés caballos, tenés una mano artística admirable y por sobre todo, tenés tiempo. Pudiste haber hecho algo, pero parece que querías llegar a esto, a este punto. Perdoname, pero yo esta vez no te salvo.

—¡Exactamente! ¡No quiero que me salves! No más. Yo puedo salvarme sola, y puedo demostrarte que para finales del próximo mes, todo este asunto va a estar solucionado. Pero necesito que tengas fe en mí.

—Dudo poder tener fe ahora.

Durante unos cuantos minutos, ambos estuvimos en silencio, en un silencio perturbador, del cual la única forma de salir era hablando.

—Debemos apurarnos. Vamos a llegar tarde para la ecografía.

Le dije que sí con la cabeza y nos subimos en su camioneta.

Iba con la cabeza gacha, por un lado quería que James tuviera razón, así todo este asunto podía ser más fácil de sobrellevar; por el otro quería que se equivoque, así ambos sabíamos que la criatura era de William, y yo tenía la posibilidad de interrumpir el embarazo.

Una vez allí, bajamos de la camioneta frente al hospital. Caminábamos lento, era imposible decir quién de los dos tenía más miedo. Y pensar que cuando éramos unos niños, creíamos ser imparables; pero siempre hay algo que te para, que hace que de golpe caigas en el maldito camino de la realidad. Ese algo era justamente esto, un bebé. Un ser vivo que cambiaría nuestras vidas para siempre, sea o no sea mi mejor amigo el padre.

Lo peor es que bajo ninguna circunstancia pensaba en tener hijos. ¿Y ahora? Rogaba a todos los dioses habidos y por haber que no sea de James.

Nos sentamos en la sala de espera, fuera del consultorio donde sería la ecografía. Mis manos temblaban, y como lo hizo por años, James las tomó para intentar calmarme.

El doctor salió, vistiendo una bata blanca con un pin que decía Jackson, el cual debía ser su apellido. Pasó una hoja de su libreta, murmuró algo inaudible y por fin dijo:

—¿Wennienfred?

No reaccioné hasta que James se levantó de su silla. Caminé tras él y saludé al doctor estrechándonos las manos.

—¿Ecografía por embarazo o por una lesión?— preguntó, y pensé que ojalá estuviésemos allí por una lesión.

—Embarazo— dijimos al unísono con mi amigo.

—Por favor, recuéstese.

Eso hice, acto seguido colocó en mi panza un gel demasiado frío para mi gusto, y por sobre él pasó un aparato, del cual no conozco el nombre. Por una pantalla, se podía ver una cosa amorfa. El doctor nos preguntaba si podíamos distinguir qué era el presunto bebé, le mentí diciéndole que sí, y sabía muy bien que James también mentía.

—Bueno, felicitaciones a ambos— dijo y yo esperaba que su felicitaciones viniese con un escopetazo en la frente de regalo.

—¿Se puede saber de cuántos meses va el embarazo?— preguntó James.

—Sí, por supuesto. Uhm... van tres meses, redondeando.

Mi cara empalideció. James tenía razón.

—Señorita Wennienfred, espero verla el próximo mes para el chequeo. Quizá podremos ver el sexo de su bebé.

Para ese momento no escuchaba nada, no sentía más que mi propio pulso y respiración. Las voces me eran distantes y el tacto de James al presionar su mano contra mi antebrazo para saber si me encontraba bien, me era etéreo.

Agarré los pañuelos descartables que el doctor tenía en una caja, y comencé a limpiar el gel, para luego bajarme el pulóver amarillo que llevaba sobre una camisa a cuadros y salir del consultorio.

James corría detrás mío, intentando alcanzarme. Pero mis cortos y apresurados pasos lograban alejarme de a poco. Me alcanzó antes de subirme en la camioneta, tomándome por el brazo.

—¿Se puede saber a qué va todo esto?— preguntó.

—Nada, Jamie, cosas de la vida como, no sé, ¡estoy embarazada! ¡Y ni siquiera de alguien que fue mi novio! ¡No! ¡De mi mejor amigo!

—¿Eso te molesta? ¡Bien que accediste en la fiesta de Emma a tener relaciones conmigo!

—¡No recuerdo nada de esa fiesta!

—¿Nada? ¿Ni que vos me besaste primero y luego empezaste a desprender los botones de mi camisa? ¿Que vos propusiste ir a una habitación? ¡¿Nada?!

—Si tanto te acordás, si tan sobrio estabas, ¡explicame porqué no me paraste!

—¿Sabés algo, Wenn? ¡No quería! ¿Y sabés porqué? Porque hace 14 años me venís volviendo loco. ¿O porqué pensabas que iba a vigilar cada una de tus citas con William? ¿Por qué pensabas que quería ayudarte cada vez que podía en cada cosa que te metías? ¿Por qué pensabas que no me caía bien tu noviecito? ¡Porque estoy perdidamente enamorado de vos desde hace 14 años! Y que me quieras como tu hermano, como tu mejor amigo, lo único que hace es matarme.

Quedé en shock. Abrí la boca para decir algo, pero no encontraba las palabras para hacerlo. ¿Qué se suponía que debía decir? ¿Muchas gracias?

Abrí la puerta de la camioneta con la mirada perdida en algún punto de algún lugar. James subió del lado del conductor y arrancó sin decir palabra alguna.

Una vez en mi casa, no hizo ni el ademán de bajar para tomar un café. Solamente me miró desde allí adentro, sabiendo que las cosas no iban a ser las mismas, pero sin poder evitar la mirada de cariño que siempre me daba.

Se fue, sin decir más nada.

La Chica de los CaballosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora