Capítulo 8

1.2K 62 2
                                    

Era imposible encontrarse en los establos y no querer montar a caballo aunque sea dos minutos. El problema era que le había prometido a James que no lo haría, y si lo hacía, de alguna forma iba a enterarse y eso sería base para otra discusión. Acaricié la cabeza de Chestnut, la yegua con la que concursé en salto.

—¿Alguna idea?— la miré durante unos segundos, como si esperara una respuesta— ¿No? Yo tampoco. No sé de dónde sacar plata para mantenerlos a ustedes... y a mí.

Chestnut relinchó y se me vino una vaga idea a la mente. Le di un beso para agradecerle y fui corriendo hasta la casa para agarrar mi celular y llamar a James.

¿Wenn? Son las siete de la mañana, ¿qué hacés despierta?

—Trabajo. Jamie, tengo una idea para ganar dinero y devolverle al banco.

¿Qué vas a hacer?

—¡No te voy a contar por teléfono! Vení a casa y te enterás.

Bueno, pero en tres horas. Quiero dormir.

—¿Una qué?— preguntó llevándose la taza de café a la boca y frunciendo el seño ante ideas que él consideraba disparatadas, pero que a mi me parecían excelentes.

—Una estancia ecuestre. Puedo enseñar salto a caballo, cómo montar, etcétera. Así gano plata y cobro mis deudas con el banco.

Yo llevaba una sonrisa de oreja a oreja, era lo mejor que se me había ocurrido en mucho tiempo. Debía admitir que había muchas complicaciones en el camino a lograrlo, pero que daría mi vida por ello.

Esperaba alguna queja por parte de James, pero ni siquiera él tenía otra idea de qué más podía hacer para juntar dinero. En cambio, dijo:

—¿En qué te puedo ayudar?

Volví a sonreír y lo abracé con locura. Sin percatarme de que mis labios se habían acercado mucho a los de él y se habían rozado. Me separé bruscamente, sabía que mi cara estaba pasando las tonalidades de un tomate, pero aún así me dediqué a mirarlo.

—Perdón... no quise besarte.

—No tenés que pedirme perdón. Ya sabés qué siento por vos.

James era muy valiente y eso era algo que me encantaba de él. No tenía ningún problema con demostrar quién era, ni con quedar mal frente a otras personas. Él siempre daba la cara, y enfrentaba la situación. No como yo. Yo puedo decir que soy todo lo contrario a él, las únicas veces que no escondí mis sentimientos y dije todo lo que necesitaba desahogar fueron cuando le dije a William que no quería ser más su pareja, y una vez a los ocho años cuando Marcia Jones ganó el concurso de salto solo porque su padre era parte del jurado.

—¿Cómo vas a hacer para dar clases de salto si, primero, no te podés subir a un caballo, y segundo, no saltás desde hace casi un año?— preguntó para cambiar de tema.

—No sé, pero voy a descubrir una forma.

—Voy a anunciar esto de la estancia, ¿te parece? Hago carteles, los pego en los postes de luz, en las vidrieras de los negocios, adonde pueda.

—Si, me encantaría. Gracias, Jamie. En serio.

—Bueno, nos vemos— dijo finalmente, me besó la frente y se fue de mi casa, dejando una estela de polvillo al pasar con la camioneta.

Una semana más tarde nos encontrábamos en la gran apertura, James se veía aún más emocionado de lo que yo creí que iba a estar. Había alumnos de todas las edades que cargaban con sus monturas inglesas y llevaban de tiro a sus caballos. Me daba muchísima lástima no poder montar a Chestnut para la presentación y para el resto de la clínica. Pero por más que quisiera, sabía que ante la primer valla iba a tirar de las riendas para frenar a la yegua y volver a los establos. Así había sido desde el accidente. Por lo tanto, tuve que llamar a una ex compañera de la estancia donde hacíamos salto para que de la demostración, Rosaline.

James anunció por los altavoces que todos debían acercarse alrededor de la arena de salto. Por una de sus esquinas se asomó Rosie, montando a su caballo Gabriel. Saltó cada una de las vallas de una forma majestuosa y perfecta, tal como siempre lo había hecho; una vez terminado el circuito, los vítores fueron tan grandes que deben haberse escuchado hasta en Quebec.

—Bienvenidos a todos— dije sosteniendo el micrófono con la mano izquierda, mientras que con la derecha daba pequeños golpecitos nerviosos en mi pierna—. Gracias por haber venido. Mi nombre es Lyndy Wennienfred y soy la dueña e instructora del lugar, por lo que me gustaría invitarlos a todos los que quieran a inscribirse en la mesa donde está mi socio, James Futierg, para que podamos comenzar con las clases de hípica en unos días. Muchas gracias a todos ustedes y por supuesto a Rosaline Austen por tan maravillosa demostración de salto a caballo.

Aplaudieron nuevamente y una gran masa de personas se movilizó hacia la mesa donde mi amigo se encontraba. Decidí correr para ayudarlo, lo mismo hizo Rosaline. Durante media hora estuvimos anotando personas, y luego les hicimos espacio en el establo para sus caballos y monturas.

Sentía profundamente que podía salir adelante con este emprendimiento, podía devolverle la plata al banco y salir de la deuda.

La Chica de los CaballosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora