Capítulo 2

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William caminaba directamente hacia la puerta del restaurante, mientras yo intentaba acomodar el incómodo vestido que me había puesto y sufría del dolor que me generaban esos zapatos altos. Cada vez que vestía así, recordaba el amor que tenía por los jeans, las camisas y las botas.

Abrió la puerta y pasó primero, casi logrando que al cerrarse, se choque con mi cara. « ¡Qué caballeroso!» pensé y reí ante mis ideas disparatadas. Will jamás sería un caballero.

Se sentó en una mesa sin siquiera esperarme. Me senté como pude y lo miré, él tenía la mano estirada para tomar la mía. Cuidadosamente se la tendí y sentí una leve presión por parte de él en mi mano.

—Sabés que te amo, ¿no?— dijo con una sonrisa.

—Sí, yo también.

En ese preciso instante su celular sonó, atendió la llamada y se levantó de la mesa para ir a hablar tranquilamente, sin que su novia lo esté observando. Otra vez quedé sola; sin dudas la noche de pizza y películas acompañada de Nemo, mi perro, era una mejor idea. Pero cuando estás en una relación, hay que soltar un poco y dar al otro.

—Los chicos ya llegan—dijo.

—¿Qué chicos?— le pregunté.

—Ryan, Tyler, Dan... mis amigos, ya sabés. Vienen a cenar con nosotros.

Me quedé petrificada.

—Will, es nuestro aniversario— espeté.

—Lo sé, y hay que pasarlo con las personas que uno quiere.

—¡No es Navidad! ¡Es nuestro maldito aniversario! ¡Se supone que lo pasamos solos!— para ese momento un ochenta por ciento del restaurante estaba observando la situación.

—Pero si yo te digo que los chicos van a cenar con nosotros, significa justamente eso, que vendrán a cenar con nosotros. Ahora sentate y disfrutá la velada, porque estás llamando la atención de muchas personas, bebé.

Respiré profundo. No Lyndy, no le podés clavar el tenedor en el ojo, no es humano.

—William, me voy a sentar y voy a disfrutar de la velada, pero no con vos. Sola. Porque prefiero pasarla sola antes que con vos y tu grupo de idiotas.

Agarré mi abrigo y mi bolso para luego encaminarme hacia la puerta. Escuchaba a Will maldecir desde la mesa, me di vuelta y con una sonrisa triunfadora, le mostré el dedo medio.

El camino hasta casa era largo, vivir lejos de la urbanización no siempre era bueno. Ni hablemos de que la noche estaba más oscura y fría de lo normal.

Para ese momento me encontraba descalza, mis zapatos altos se balanceaban en mi mano. Los autos comenzaban a desaparecer  lentamente al alejarse de la ciudad.

Una camioneta blanca empezó a reducir la velocidad cuando llegaba al lado mío, pensaba seriamente en comenzar a correr por en medio del descampado, pero este vestido horrible y los pies congelados no eran de ayuda. Ya estaba entregada a lo que fuera a suceder.

—¿A dónde me permite llevarla, señorita Wenn?

Una sola persona en este mundo me decía así.

—A veces te comportás como un idiota, James, ¿sabías?

—¿De qué hablás?

—¡Me asustaste! ¡Creí que me iban a secuestrar!— dije y él empezó a reír.

—Dale, subí— me dijo y le hice caso.

Adentro, la hermosa calefacción estaba encendida, por lo que mis pies comenzaban a descongelarse. Respiré profundo, solo necesitaba un buen baño con agua caliente y la noche mejoraría en un cien por ciento.

—¿Cómo estuvo la velada?—preguntó y lo miré enarcando mis cejas— Lo sé,— me dijo— lo vi todo desde afuera. Estuviste asombrosa.

—¿Nos estuviste espiando?— pregunté algo ofendida.

—Cada una de tus citas— lo miré aún más ofendida—. Solamente porque nunca confié en William, y si él te hacía algo y yo no podía defenderte... me sentiría responsable.

—No quiero ser una carga, James.

—Lo hago porque te quiero, no por obligación.

—Yo también te quiero. Y gracias.

Llegamos a mi casa. Nemo estaba esperando en la entrada, como todo perro guardián. Lo acaricié y dejé entrar para que no se congelara allí afuera. James entró tras de mí y fue directamente a preparar café.

En cambio, yo fui hacia mi habitación para sacarme ese compresor que tenía puesto, también llamado vestido, y las agujas espantosas que se me clavaban en el talón, conocidas como tacones. Entré en el baño para darme una corta ducha, y salí del mismo vistiendo mi pijama... de caballos, obviamente.

James me tendió la taza de café y en cuanto sentí aquel olor que tanto me gusta, mezclado con el perfume de mi amigo, se me revolvió el estómago y se me bajó un poco la presión. Intenté no vomitar, pero la mezcla de olores era tan grande que corrí al baño para hacerlo.

¿Por qué me había provocado náuseas?

La Chica de los CaballosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora